Existe una ambición secreta. La comparten seres desconocidos, de distintas nacionalidades y religiones. Hasta nacidos y nacidas en tiempos diferentes. La sintió Odiseo. La tuvo en sus manos Juan Moreira. La vivió el Diego. La respiraron Mercedes Sosa, Jorge Luis Borges, Eva, Lionel Messi y Carlos Gardel. Esa ambición, es el hilo que ata a quiénes quieren vencer al tiempo. Y grabar su nombre en la eternidad.
No es algo que le ocurra a cualquier mortal. Hay personas que comienzan una actividad, puede ser canotaje o dibujo, con el simple objetivo de pasar el rato. Evadirse de otras cuestiones. Dejar de pensar.
Y están quiénes lo hacen con cada célula, con cada átomo, con cada gota de sangre, sudor o lágrimas. Que respiran por el canotaje, el dibujo, el violín o patear una pelota. Una opción no es mejor que la otra.
Sino convertirse en leyenda, ídolo, ídola o mito, sería cuestión de todos los días. Cualquiera que dedicara tiempo a una actividad, podría adquirir esta cualidad por el simple hecho de hacerla. Pero no, no es así.
Tampoco es que hablamos de elegidos, de mesías. No. No necesariamente es algo predestinado. No son seres superiores a quienes el futuro les va abriendo las puertas de la gloria. Son como vos, como yo, como ella y como él. Personas de carne y hueso.
Un muchacho francés, por ejemplo, cruza un océano cuando todavía no sabe decir gracias o mercí. Se cría en el abasto y décadas después vuelve a cruzar ese ancho pedazo de agua para contarle al mundo que hay algo llamado tango y es maravilloso.
O alguien que desde Fiorito le pegan una patada en el culo y lo suben al monte olimpo. Desde ahí enseña al mundo entero que con una pelota se puede hacer arte. Y que el sur también puede ganar. Y que hasta los más grandes se equivocan y pagan, pero la pelota no se mancha.
O una piba tucumana con destino anónimo que se escapa de la casa para ir a cantar a una radio. Y es ese micrófono olvidado en San Miguel de Tucumán al que acerca los labios el que siente por primera vez en su metálica existencia, cuál es la voz de américa y cómo Mercedes Sosa puede hacer vibrar montes, japoneses o árboles con su canto.
O una médica nacida en San Fernando. Que cuando no está curando males, hace que un país entero pase su madrugada entre lágrimas viendo un deporte que jamás en su vida creyó que iba a emocionarlo. Desconocidos la aplauden frente a un televisor a cientos de miles de kilómetros, con el horario torcido, los ojos cansados y el mate lavado.
Paula Pareto puede haber puesto un punto final a su historia como judoca. Pero esa historia, a diferencia de muchas otras historias que se escriben a diario, es eterna. La Peque venció una enorme cantidad de rivales para ganar otra enorme cantidad de medallas, trofeos y distinciones. Anoche no hubo presea, pero el rival más importante fue derrotado. Paula Pareto venció al tiempo. Grabó su nombre en la eternidad.
Juan Stanisci
Twitter: @juanstanisci
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