Hace una semana los Juegos Olímpicos Tokio 2020 bajaron su telón y dejaron muchísimo material para el análisis del deporte en general a lo largo del mundo. Desde la salud mental de los deportistas, pasando por el escarnio descarnado de los usuarios de las redes hacia algunos atletas, hasta el acomodamiento selectivo del medallero por parte de las grandes potencias y el pobre presente del desfinanciado deporte argentino. Escribe Esteban Bedriñan.
Todo juego es político
Como sucedió desde Atlanta 96 a hoy (con la excepción de Beijing 2008, que quedó en manos del local) Estados Unidos siempre ha dominado los medalleros en cada edición, luego de la disolución de la Unión Soviética. Si el recuento final de medallas era una suerte de guerra fría entre las dos grandes potencias del mundo, la caída del gigante soviético dejó huérfana esa pulseada hasta Tokio 2020. Hoy los norteamericanos compiten mano a mano con China, la nueva nación que ya les ganó un Juego y los tuvo abajo en toda esta edición. Recién en la última jornada, los estadounidenses pudieron ponerse por delante de los chinos y cerrar con 39 doradas, una más que los asiáticos.
En épocas de “fakes news” algunos grandes medios de Estados Unidos se fueron encargando de informar el devenir de la tabla de medallas de acuerdo a como les convenía a ellos. The Washington Post y The New York Times, por ejemplo, publicaban a su país como líder sumando los totales de los tres metales y no de las doradas como tradicionalmente se lo hace. Porque la realidad se puede tapar o hacer tapa.
En esa carrera de medallas, Japón se ubicó en el tercer escalón del podio por delante de Gran Bretaña y el equipo ruso, que compitió bajo bandera olímpica por el escándalo del doping de Estado, terminó en el quinto puesto. Australia obtuvo la sexta colocación y la revelación fue Países Bajos en el séptimo lugar, cerrando el Top 10 Francia, Alemania e Italia.
Brasil, el gigante de Latinoamérica
Aprovechando el envión de Río 2016, los brasileños firmaron en Tokio su mejor producción histórica en un Juego Olímpico. Con un total de 21 medallas (7 oros, 6 platas y 8 bronces – dos más que cinco años atrás) superaron la cosecha en casa y se transformaron en la potencia deportiva latinoamericana. Deportes como fútbol (segundo oro consecutivo), gimnasia, natación, boxeo o canotaje, entre otros, muestran cómo Brasil se despega de sus vecinos año a año.
Cuba, que maneja una admirable política deportiva, terminó decimoquinto (7-3-5) mejorando el Juego anterior con algunas actuaciones destacables como el boxeo o la lucha grecorromana. Recién hay que buscar en el puesto 53 para encontrar al siguiente país latino. Ecuador, que obtuvo la dorada en ciclismo de ruta con Richard Carapaz y oro y plata en halterofilia (Neisi Dajomes y Tamara Salazar respectivamente) encontró en Tokio su mejor registro histórico a pesar de contar con un escaso presupuesto en materia deportiva.

Salud mental y bullying en redes
Si algo destacó en estos Juegos Olímpicos fue la centralidad que adquirió la salud mental de los y las deportistas de elite. A lo expresado por la tenista japonesa Naomi Osaka en su retiro de Roland Garros, en Tokio se sumó con fuerza la renuncia de la gimnasta estadounidense Simone Biles de la final de suelo.
En París, Osaka se dio de baja para no tener que hablar con la prensa ya que su propia personalidad la cohibía frente a los micrófonos: “La verdad es que he sufrido largos episodios de depresión desde el US Open 2018 y he pasado duros momentos lidiando con esto. Cualquiera que me conozca sabe que soy introvertida, y los que me ven en los torneos se habrán dado cuenta de que a menudo llevo auriculares como ayuda a mi ansiedad social».
Encargada de encender el pebetero olímpico, Osaka fue sorpresivamente eliminada en octavos de final ante la checa Vondroušová y su corta alocución ante la prensa fue un fiel retrato de una persona que pelea con sus demonios: “Me alegro al menos de no haber perdido en primera ronda.”
Los mismo demonios son los que llevaron a Biles a optar por no ser partícipe de la final de suelo pese a ser una de las figuras más esperadas de los Juegos. Sobreviviente del médico abusador de la Federación Estadounidense de Gimnasia, Larry Nassar, Simone colapsó en Tokio y dejó un mensaje que el deporte en general debe escuchar atentamente.
“Es como luchar contra todos esos demonios y venir acá. Tengo que dejar mi orgullo a un lado. Tengo que hacerlo por el equipo. Y luego, al final del día, es como ‘¿sabes qué? Tengo que hacer lo que es correcto para mí y concentrarme en mi salud mental y no poner en peligro mi salud y mi bienestar. Simplemente creo que la salud mental prevalece más en los deportes en este momento. Tenemos que proteger nuestras mentes y nuestros cuerpos y no solo salir y hacer lo que el mundo quiere que hagamos. No somos solo atletas, somos personas al final del día y, a veces, simplemente tenés que dar un paso atrás”.
La problemática de la salud mental en estos Juegos no solo se ciñó a deportistas extranjeros. En la Argentina, la nadadora Delfina Pignatiello, debutante en este evento, decidió cerrar todas sus cuentas en diferentes redes sociales debido al ataque sufrido por parte de los haters (odiadores digitales) que abundan en esos ámbitos. Desde comentarios sexistas y misóginos entre muchos otros, la crítica hacia la argentina llevaron a que tome esa drástica decisión a pesar de ser una usuaria activa de esos canales directos de comunicación con el público.

Al igual que Osaka o Biles, Pignatiello hizo mención a la salud mental tras quedar eliminada de sus dos competencias, a las que llegó con una notoria inactividad debido a la cuarentena estricta que tuvo el país a inicios de la pandemia. “Me siento muy lastimada y necesito priorizar mi salud mental y bienestar” declaró y dejó expuesto un nuevo frente de conflicto para atender por parte del mundo del deporte: la limitación en el uso de las redes sociales por parte de los y las deportistas para evitar exponerse a ataques innecesarios en épocas de entrenamientos o competiciones.
La muerte del ENARD
Con ese título, el recordado periodista Ernesto Rodríguez III avisaba allá por noviembre de 2017 en su web “Olímpicos Argentinos” lo que finalmente se vio en Tokio 2020. Financiado desde 2010 con el producto de un cargo del 1% aplicado sobre el precio del abono que las empresas de telefonía celular facturaban a sus clientes, el Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (ENARD) disponía de fondos para solventar a los atletas argentinos hasta su quita, mediante un decreto presidencial firmado por la administración Macri.
Pandemia mediante y con la cuarentena estricta del año pasado, muchísimos deportistas no pudieron desarrollar una puesta a punto acorde a un Juego Olímpico y los resultados se vieron en el medallero. La peor actuación de la Argentina en casi tres décadas, con solo dos medallas plateadas y una de bronce, ponen de manifiesto la necesidad de revertir las formas de llevar a cabo una política deportiva seria. No solo para que en un futuro la conquista de metales sea más fructífera sino para hacer realidad lo que expresó el entrenador de Las Leonas subcampeonas, Carlos Retegui. “Ojala esto sirva para que los chicos en la Argentina se sumen cada vez más al deporte, sea el que sea. Sacar un pibe de la calle vale más que una medalla olímpica”, valoró el head coach nacional.
Con la restitución del rango de Secretaría para el área de Deportes, la Argentina aguarda una urgente vuelta a las fuentes que le valieron firmar dos grandes Juegos Olímpicos como en Londres y Río. Recuperar la autonomía en la recaudación sería la mejor noticia que el golpeado deporte nacional tanto necesita para volver a vivir esas no tan viejas y buenas sensaciones en un evento de magnitud.
A pesar de la escasez de medallas, Tokio 2020 dejó imágenes icónicas que quedarán en la memoria del deporte nacional. El retiro de la judoca Paula Pareto y del basquetbolista Luis Scola; la casi segura despedida de Santiago Lange en yachting; la entrega de Las Leonas en el hockey; los Pumas seven en el rugby y el eterno bronce del vóley ante Brasil en una épica similar a la de Seúl ’88 ya son fotos eternas del olimpismo argentino.

Sorpresas olímpicas y los que se afirman en los cielos
Inabarcable y subjetivo como todo análisis, la tarea de destacar una o varias figuras en un Juego Olímpico puede generar rechazos, adhesiones o polémicas. Si algo tienen estos eventos es un sinfín de estrellas que destacan en lo suyo, ya sea en deportes individuales o por equipos. Tokio 2020 tuvo varios y en diferentes disciplinas.
La natación, que afrontaba sus primeros Juegos sin el mejor exponente de la historia, el estadounidense Michael Phelps, tuvo en su compatriota Caeleb Dressel y en la australiana Kaylee McKeown a lo más destacado de la piscina olímpica con ocho oros entre ambos. En el apartado de las sorpresas, el tunecino Ahmed Hafnaoui y su oro en los 400 libres sobresale como uno de los grandes batacazos de Tokio 2020.
Esta edición fue también la primera sin Usain Bolt, el dueño del atletismo en los últimos 10 años. Si bien nadie lo pudo hacer olvidar, quienes aprovecharon el momento fueron el canadiense Andre de Grasee en los 200 metros y el sorprendente italiano Marcell Jacobs en los 100. Por el lado de las mujeres, todos los flashes se los llevaron la jamaiquina Elaine Thompson–Hera (oro en 100, 200 y posta 4 x 100) y la neerlandesa Siffan Hassan (oro en 5 y 10 mil y bronce en 1500).
El salto con garrocha, que sufrió las bajas por Covid del estadounidense Sam Kendricks (dos veces campeón del mundo) y del argentino Germán Chiaraviglio, tuvo en el prodigio sueco Armand Duplantis a un ganador anticipado. Sin despeinarse mucho, el recordman mundial saltó una altura de 6,02 para pasar por ventanilla a retirar su medalla dorada.
Otros deportes entregaron excelentes performances que son insoslayables en el recuento de los momentos top de esta edición, como los noruegos Karsten Warholm, oro y record en los 400 con vallas y Jakob Ingebrigsten en 1500, el keniata Eliud Kipchoge ganando su segundo maratón olímpico consecutivo, la sudafricana Tatjana Schoenmaker con oro y record mundial en 200 metros pecho en natación o la neozelandesa Lisa Carrington, triple oro en canotaje.
Es para destacar por la tenacidad y constancia a lo largo del tiempo lo de la palista española Teresa Portela ganando su primera medalla olímpica en su sexto Juego o el retiro de la gimnasta uzbeca Oksana Chusovitina a los 46 años luego de su octava participación. También al luchador cubano Mijaín López y su cuarto oro consecutivo o la atleta estadounidense Allyson Felix que con el oro en la posta 4 x 400 y el bronce en los 400 llanos llegó a 11 medallas olímpicas en atletismo superando por una al mítico Carl Lewis.

Pero tal vez el logro más resonante de un deportista en estos Juegos corresponda a la venezolana Yulimar Rojas. La saltadora triple batió el record vigente desde antes que ella naciera, hace 25 años atrás. Su registro de 15,67 metros superó por 17 centímetros al anterior y elevaron a la joven oriunda de Caracas a transformarse en una de las estrellas de Tokio 2020.
De orígenes humildes, Yulimar accedió al deporte al ser descubierta gracias a un programa gubernamental de detección de talentos. Incursionó por su altura (1,92) en otras disciplinas hasta especializarse en el salto triple. Contactó vía redes sociales al experimentado entrenador cubano, Iván Pedroso, para que la entrene en España y desde allí cimentó una fugaz carrera al éxito que se coronó con esta medalla dorada.
Las políticas deportivas estatales son herramientas maravillosas que posee Latinoamérica y que sirven como motores de búsqueda para una vida mejor de sus poblaciones. Y también, una vez pasadas por el tamiz del alto rendimiento, esos programas de los Estados decantan en joyas como la propia Yulimar Rojas o como dos deportistas brasileños que en estos Juegos se bañaron de gloria: Rebeca Andrade en gimnasia artística e Isaquias Queiroz en piragüismo.
Andrade, hija de madre soltera y oriunda de las favelas de San Pablo, fue captada por el programa deportivo de su país y fue moldeándose hasta explotar en Tokio donde obtuvo un oro en el all around y una plata en salto.
Queiroz, procedente de una pequeña localidad cercana a Bahía, tuvo una vida repleta de problemas que, sin embargo, lo llenaron de fuerza para obtener la dorada en la modalidad canoa C1 1000 metros. A la muerte de su padre a los cuatro años, Isaquias tuvo que sufrir la quemadura de gran parte de su cuerpo con agua hirviendo y la pérdida de uno de sus riñones al caer de un árbol cuando aún era un niño.
La injerencia de los Estados en la detección de jóvenes talentos suma muchísimas historias que merecen un apartado en sí mismas. La Argentina conoce de sobra de qué se trata desde la época de los Juegos Evita, un programa que ha formado grandes atletas, de los cuales el más destacado de un tiempo a esta parte es el recordado Braian Toledo, el joven garrochista tristemente fallecido en un accidente de tránsito en febrero de 2020.
En materia de deportes de conjunto, lo de Francia ha sido más que interesante. Los futuros organizadores de los Juegos del 2024 tuvieron destacadas actuaciones en básquet, handball, y vóley masculino y se avizora un futuro con más alegrías en estas y otras disciplinas. A los ya mencionados oros de Brasil en fútbol y al bronce argentino en vóley, hay que sumar un nuevo triunfo del Dream Team de Estados Unidos en básquet con algún sofocón en el camino o el oro de las neerlandesas en el hockey. A diferencia de juegos anteriores, no hubo un equipo en alguna disciplina en particular que sobresaliera del resto.

Tokio 2020 ya es pasado. Pasaron a la historia como los Juegos de la pandemia. Y mientras el domingo el fuego se consumió lentamente, desde la próxima sede olímpica una bomba se empezó a gestar. Adelantado a su tiempo como en la cancha, Leo Messi se mudó a la capital francesa y desde allí nos anunció un día después, emulando a Ernest Hemingway, que París va a ser una fiesta. Por suerte, no tendremos que esperar a 2024 para confirmarlo.
Esteban Bedriñan
Twitter: @ebedrinan
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