En abril de 1991 la detención de Diego Maradona por tenencia de Cocaína fue cubierta por todos los medios de comunicación. En realidad había sido una maniobra para tapar los casos de corrupción del gobierno. Escribe Federico Abbiati.
Allá por los primeros meses de 1991, el país y el menemismo eran un hervidero. El crimen de María Soledad Morales había volteado a la dinastía de los Saadi en Catamarca. A este aberrante suceso se le sumaba el de la Aduana Paralela, en el que Amira Yoma, por entonces cuñada del caudillo riojano, estaba involucrada. Pues su ex marido, Ibrahim al Ibrahim era el director de la aduana de Ezeiza. La DEA lo investigaba por narcotráfico y el brigadier Rodolfo Echegoyen, quien a la sazón lo había denunciado por lavado de dinero, se suicidó. Los deudos de éste pedían que se investigase su deceso como asesinato.
Una urgente bomba de humo era imperiosamente necesaria. Y ahí estaba Diego. Como un verdadero pollito mojado, acongojado luego de haber sido suspendido durante 15 meses por doping positivo, detectado tras el Nápoli vs. Bari del 17 de Marzo de 1991. Después de todo, qué adjetivo le cabía a Maradona si no podía llevar adelante la razón de su vida.
40 días más tarde, el 26 de Abril de 1991, lo detenían en el departamento ubicado en Franklin al 986, barrio de Caballito. El gusto del 10 por la cocaína era una realidad, pero de ahí a denunciarlo por narcotráfico internacional entre Italia y la Argentina había un trecho que requería de un canallismo obsceno.
Los periodistas llegaron antes que la policía. Alguien había vendido la información. Era necesario que todas las tapas de todos los diarios, todos los canales de televisión y todas las radios hablaran del tema. Había que cambiar la dirección de la opinión pública.
Diego, como en el Estadio Azteca puso la cara. Enfrentó esposado y a rostro descubierto el carneo que fueron los flashes de la prensa toda. “Me querían poner la campera, pero dije ‘yo soy Maradona ¿Por qué me van a poner la campera si yo no maté a nadie”. Era sólo un consumidor de sustancias ilegales. “Yo no le hice nada a nadie, me jodí yo”.

Veinticuatro horas más tarde, o tal vez menos aún, el sábado 27 de Abril de 1991, recuperaba la libertad tras el pago de una fianza de U$D 20.000. Había sido suficiente como para desplazar a María Soledad y Echegoyen de las primeras planas. Menem se limitó a declarar que era un muchacho enfermo que necesitaba ayuda, al tiempo que por decreto le quitaba el rango de Embajador Deportivo de la República Argentina.
Su primera aparición en los medios tras la detención fue en Fax, un programa de Canal 13 conducido por Nicolás Repetto. Lo que había surgido como un escrache público, se convirtió en una campaña anti drogas llevada adelante por el propio 10. “Yo asumí totalmente el consumo. Lo que no asumo es el terror de ver lo que publicaron. Las cosas que se dijeron a nivel político. Vamos a hacer que los chicos sepan lo que es la droga. Pero no empecemos por meter preso a un futbolista”, planteó en el programa.
“Uno llega a tener un montón de cosas, entre esas errores”. Los niveles de exposición casi microscópica para con Diego, exponían sus errores como si fueran un daño para con el país. Lo acusaron de traficante. “Yo lo único que trafiqué toda mi vida fue fútbol”. El comisario encargado del operativo le dijo que su hijo estaba muy dolido por verlo así. Eso no le impidió que lo detuvieran como a un asesino. “Yo lo que voy a llevar acá (en la cabeza) toda mi vida es lo de las esposas. Cuando me ponen las esposas dije ‘me quiero matar.’”
La exposición que generó la detención de Diego, hizo que con los años se convirtiera en un vocero en contra de las drogas. Cada vez que le preguntaban, cada vez que podía recomendaba alejarse lo más que se pudiera del consumo de sustancias. “Lo que quiero que le quede claro a los chicos, es que a la droga se entra por entrar. Por decir a ver qué pasa. Por ser vivo, quizás. Pero no sos vivo.”
Llevó adelante campañas públicas y estatales contra el consumo de drogas. Se mostró como un ejemplo de lo que no hay que hacer. Hasta los más grandes se equivocan. “Hay salida. Ahí entra la familia, ahí entra la medicación, ahí entra la familia. Hay que poder expresarse, sacarse toda la mierda que tenés adentro. Ahí empieza la recuperación. Con un montón de cosas que por ahí te habías olvidado con la droga”, explicaba cada vez que podía.
“Este hombre que está hablando acá, que dice si no la pasás no sabés, vos no la pases. Al pibe le digo. Vos no la pases porque es terrible, es feísimo. Yo te voy a enseñar y te voy a decir cómo no tenés que agarrar la droga”. Diego se preocupó mucho por no hacer apología. Cada vez que le preguntaban qué sentía cuando tomaba, el se negaba a comentarlo. Prefería no dar ningún tipo de ideas que pudieran terminar en alguien tomando cocaína.
A pesar de haberse puesto al frente esas campañas, las persecuciones mediáticas y políticas continuaron. Por eso muchas veces remarcó la cobardía de quienes lo acusaban. “En Argentina hay muchos caretas, muchos. Y todos esos que hoy se inflan los bolsillos de guita están llenos de cocaína también”.
Federico Abbiati
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