El Cazador viaja en un auto junto al Viejo Bustos buscando respuestas ¿Quién estuvo detrás del asesinato de Dardo? ¿Por qué? De paso el Viejo le terminará de cerrar algunas historias que estaban abiertas. Escribe Lucas Bauzá.

  A la salida del despacho de Lozano, me topé con Docabo y el Viejo Bustos tomando café en la recepción. También había más gente: secretarias, mulos, cortesanos y personal de seguridad. Docabo, de traje oscuro y usado y corbata negra, me miró con una sonrisa y dejó de escuchar al Viejo.

-¿Ya le están tirando la goma y todavía no asumió, Viejo? –dijo, con estridencia.  

  Me acordé de lo que me había contado el Indio Bazán en el andén de la estación Hernandarias. A Docabo, de chico, le decían Patán. Y a Pierre Nodoyuna, el ciruja que andaba con él, le gustaban los chicos.  

-No, Patán –le respondí–. Al Chelo le gustan los que ya están cogidos, dijo que pases, que te está esperando.

  El lugar se transformó en un santuario. Nadie respiraba, nadie miraba a los ojos a nadie, nadie movía un músculo. El Viejo Bustos escondió los labios, se cruzó de brazos y miró a uno y otro como si fuera espectador en un partido de tenis. Y Docabo, quizás, no me había matado porque debía estar pensando en mil maneras de hacerlo, y todavía no se decidía.

-Así que ahora te… ¿Ahora te la aguantás, Cazador?

-Sí, ahora me la aguanto.

  Hizo una mueca. Yo sentí que estaba parado sobre dos sogas donde debían estar las piernas.  

-Entonces un día de estos te voy a ir a buscar –contestó, con una mano en la barbilla.

-¡Viejo! –gritó el Chelo, desde su despacho.

  Me arqueé ligeramente hacia mi izquierda, para preparar una mano. Estaba débil, pero decidido.  

-Hoy vení.

  Dio dos pasos y cruzó los metros que nos separaban, pero yo también avancé. Sentí un dolor profundo, intenso, que nació en la cara pero me llegó a todo el cuerpo. Con la mano derecha le pegué a algo y lo rompí. Docabo me abrazó, pero yo estaba ciego de dolor. Mi cabeza pegó contra un objeto duro y metálico. Escuché gritos, vi sangre regando la escena, sentí un pedazo de carne suelta en mi boca y una lluvia de golpes.  

-¡Pero qué mierda! ¡Pero, viejo! ¡Separenlós!

-¡Aníbal!

  La voz de Chelo. El perfume de Chelo. La camisa de Chelo.

-¡Salí, la concha de tu madre!

  Volví al planeta Tierra. Era un revuelo tremendo. Más de cincuenta personas en un espacio apto para cinco o a lo sumo seis personas. 

-¡Ya empezamos a hacer cosas de negros y ni arrancamos, viejo!

-Dejalos, si no pasó nada. Dejalos que estaba lindo.

  Ubiqué a Docabo del otro lado de la multitud. Tenía sangre en la nariz, la corbata corrida y los ojos desorbitados de odio. Estaba casi intacto.

  Me ubiqué a mí. Tenía sangre en las manos y en la boca, un ojo menos, un parietal y una oreja extraviados, dolor de cabeza y agitación. Estaba muerto. Abrazado al Viejo Bustos para no caerme al piso, porque me había metido diez piñas en cinco segundos.

-¡Ya está, muchachos! ¡Llevatelo, Viejo!

-¡Te voy a matar, hijo de puta! Cuando

-Vení con el fierro si vas a venir.

-¡¿Ah, con el fierro?!

-¡Cierren el orto! –gruñó Lozano–. ¡Llevatelos a todos, Jere! Sacalos de acá a estos pelotudos.

-¡Me das lástima, gil!

-Culo fácil.  

  Me agarró un bajón que casi me hace quedar dormido en medio del quilombo. Estaba groggy, con la imagen de Docabo que iba y venía.

-Sacalo de acá, Viejo.

-Te voy a ir a buscar, eh. Preparate –me amenazó Docabo, pero el Chelo se le acercó, le cruzó la cara de un cachetazo y lo metió a su despacho de un empujón.

-Dejá de hacer quilombo, Rodríguez –me retó el Chelo–. ¡No te quiero ver más!

-Disculpe, intendente –alcancé a decirle antes de que me cerrara la puerta en la jeta.  

  El Viejo me sacó de la municipalidad como si estuviéramos saliendo del Madison Square Garden después de haber peleado contra el mejor Mike Tyson. De a ratos solo me veía los pies, o veía una cara, o reconocía una pared y me tiraba contra ella para descansar. Estaba nulo, ausente, sordo, ciego y mudo. Sin cuerpo. Puro dolor. Vomité en un hall repleto de chiquitos de una escuela pública. Y por fin llegué a la vereda.

-Subite. No, pará. Antes limpiate un poco la trucha que me vas a llenar de sangre el tapizado y ayer lo dejé flama.

  Me pasó una banderita celeste y blanca de nylon que tenía la cara del Chelo. Me miré en un espejito del auto. Tenía un ojo inflamado, la cara roja de sangre y un globo en la oreja derecha. Quise sonreír, pero la boca no respondió a mi orden. Me froté la bandera argentina y la llené de sangre.

-Hermoso quilombo, boludo –describió el Viejo, abriéndome la puerta desde adentro–. Volvimos a lo grande.

-¿Tenés agua?

-Sí, tomá.

  Me senté y me pasó una botellita.

-Te bajo la ventanilla así tomás aire.

  Me mojé los labios, saqué medio cuerpo del auto y me tiré el resto en la cara.

-Poné el aire acondicionado. Ya estoy bien.

-Bueno, pero secate un poco más porque si no te voy a cagar a trompadas yo también.

  Le hice caso. Usé la camiseta del Furgón.

-¿Querés un cigarro?

-Dale, Viejo.  

-Benson, eh. Y Viejo es para mis amigos, para vos soy el señor Bustos.  

  Ni le contesté. Me puse el cigarro prendido en la boca y me acordé de lo que había pasado y de lo que estaba por pasar. Parecía un sueño, uno de esos sueños en los que de pronto estás tomando una birra con un amigo y después con diez amigos y cuando te das cuenta estás cagándote a trompadas, y cuando te diste cuenta de eso, ya estás en un auto negro de vidrios polarizados acompañando a un viejo sin saber por qué. Hasta que lo entendés. Estás yendo a ver al titiritero.

-¿Quién es el titiritero, señor Bustos?

  El Viejo Bustos sonrió y se le atoró el humo del cigarro en la garganta. Lanzó un escupitajo por la ventanilla.

-Uh, ¿a vos también te fue con esa? Es más boludo el gordo… Ahora que agarró la intendencia se cree Don Corleone. Y a lo sumo es Don Satur.

-¿Por qué lo decís?

-Porque el gordo sabe el diez por ciento de la historia. No sabe nada, o sabe lo que yo dejé que sepa. ¿Qué te dijo, que al Dengue lo mataste vos?

-Sí.

-Y yo te pregunto: ¿al Dengue lo mataste vos?

-No.

-¿Y al boludo de Paz? ¿Lo mataste vos?

-Tampoco.

-Y bueno. Para el Chelo, sí. ¿Pero qué te jode? Si lo que acordamos fue eso. Ustedes la cortan acá, y todos felices. Hasta lo de Aníbal de recién, no te asustés que no te va a ir a buscar. Después lo agarro yo. Además ya lo sabe. Sabe que no puede joder más. A partir de ahora, si se quiere tirar un pedo, antes me lo va a tener que consultar a mí.

-¿Quién mató al Dengue?

-¿Y a vos qué te parece?

-¿Fuiste vos, no?

-Sí, fui yo. Y al opa de Paz también. Y al Rata también. Y a tantos más, pero eso es merca de otra bolsa. Algo que no te interesa.

-¿Por qué?

-¿Por qué, qué?

-¿Por qué lo hiciste?

-Puf… Yo pensé que estaba claro. Porque se había vendido a los garcas. Y porque ustedes, vos y el Teniente pelotudo ese, son dos boludos que lo dejaron vivo. Fui, lo vi tirado en la zanja y le metí tres cuetazos para salvarte las papas, porque estaban hasta las pelotas.

-¿Y cómo hiciste para que no te vieran?

-Igual que vos, boludo. De querusa. Y después hablé con los míos en Lourdes. Ahora… ¿Cómo se dieron cuenta de que se había vendido?

-Teníamos la sospecha. Lo subimos y le pusimos un fierro en la boca.

-Mirá vos. A la vieja usanza. Pero… ¿Por qué no le bajaron la caña? Iba a subirse a una ambulancia y los iba a mandar al frente.

-No me animé, Viejo.

-¿Y con el colorado Driscoll sí? –me preguntó, con la mirada oscura y curiosa, antes de volver la vista a la calle que tenía enfrente y clavar los frenos de golpe–. ¡Pero mirá cómo me frena este!  

  Una Rural Falcon gris, con la chapa picada y un trompito para mezcla atado en el techo, frenó en un semáforo cuando estaba en amarillo y obligó al Viejo a clavar las guampas de su Toyota Corolla negro y flamante. El Viejo bajó la ventanilla nuevamente.

-¡Mudate a Suiza, negro pelotudo! ¡¿Qué me frenás en amarillo?!

  En el otro auto iban cuatro. El que manejaba sacó la cabeza por la ventanilla. Tenía músculos hasta en la frente.

-¿Qué me mirás, paraguayo chupapijas, que te emboco acá nomás?

-¿Eh? –le habló el otro.

-Sí, eh, eh. ¡Dale, metete ahí y sacame esa poronga del medio!

  El albañil metió la cabeza de nuevo, puso primera y tiró la Rural a un costado. El Viejo arrancó y lo pasó como si no hubiera pasado nada. Volví a respirar.

-Che, ¿y con el colorado? ¿Cómo hiciste?

-Prefiero no hablar de eso. Pero me animé, nada más.

-Está bien, está bien. Se ve que sos un hombre de pocas palabras. 

-Algo así.

-Pedazo de boludo. Eso sos. Un pedazo de boludo. Pero… Fuiste al frente, la verdad que no estaríamos sentados acá si no lo fueras.

-¿Por?

-Porque nos salvaste la elección, boludazo. Sacaste ese conejo de la galera y a mí se me aclaró todo… Mirá. Yo tenía el dato de Mateo Casares. Tenía el dato, ¿viste?, de que le gustaban las pendejitas. Y tenía el contacto de un muchacho que tenía todo: chats, videos, todo el puterío con la pendejita. ¿Lo viste después?

-Obvio.

-Bueno. Medio palo pedía. Yo el medio palo verde ese lo podía conseguir, de hecho lo conseguí en quince minutos, pero no me servía de nada. Si lo enchastraba a Casares, ellos me ponían a Ignacio, al Driscoll, y me ganaban la elección igual. Era medio millón de dólares tirado a la basura. ¿Me entendés?

-Sí.

-Y bueno… Era al pedo. Ahora… Vos vas, lo bajás al Colorado, yo tiro a la cancha los trapitos sucios de Mateo, y ahí te quiero ver. A los del PRO, digo. No tenían gente, no tenían candidato competitivo. Y encima, tapita tapón, pum, voy y se las pongo en las Galerías para que vuelen los soretes entre los Milman y los Driscoll. Me cerraba todo. Ensucio a todos, te corro del medio

-Vos prendiste fuego las Galerías de Milman.

-¿No es lo que te estoy diciendo? ¿Sos boludo o te dura el zapateo que te pegó Aníbal?

-Las dos.

  Carcajeó. Prendió otro Benson y me alcanzó uno. 

-Y sí. Bien plantado igual, te la bancaste. No ganaste pero bueno, ¿quién le ganaba a Joe Frazier?

-Yo siento que gane. Plantándome, gané.

-Está bien, Stolbizer. Ganaste.

-De verdad te digo. Pero pará. Volvamos a esto… Prendiste fuego las Galerías Milman. ¿Por qué, cómo te diste cuenta en el momento, quién te cubrió?

-Por qué, ya te dije. Me llega un llamado de que lo matan a Driscoll, y ahí nomás otro. Era el pibe Cóceres. Me asegura que fuiste vos. Yo ya estaba arriba del auto yendo a comprar la nafta. Todo así, a mil por hora. Voy y lo hago. En el medio, hablé con esta gente que me consiguió el medio millón de dólares para que me dejaran ser invisible por ese ratito que estuve por el centro.

-¿Quién es esa gente?

-¿Qué mierda te importa, pibe? Agradecé que te estoy contando esto.

-Bueno, perdón. ¿Y ahí? ¿Qué te dijo Cóceres? ¿Eso, que fui yo?

-Claro. “Seguro que fue el Cazador, Viejo”, lo tengo grabado. Mi cálculo, igual, era otro. Yo escuché que estaba muerto y sumé, no, resté: Driscoll no está, a Casares lo corro yo, la intendencia es del Chelo. ¿No viste que pusieron al Guille, al hermano Driscoll? Un pelotudo, le ganaba yo a ese. Ahora… ¿Por qué le ganaba yo? Porque les tiré una palada de caca. Agarré una pala, la llené de caca, y con las Galerías prendidas fuego, entró el revoleo de firmas, de me hiciste esto y yo te hice aquello, y a otra cosa. Ya se tenían leche, era meter un bocadillo en el medio y que pasara lo que pasó.

-Y encima me salvaste. Porque quedó ahí la investigación.

-No, bueno. Lo tuve que conversar también con la gente que correspondía. Pero al final fueron los mismos Driscoll, eh, los mismos de allá arriba del propio partido que dijeron dejemos todo como está porque iba a ser para peor, mirá que les rascás un poco las vestiduras y tienen hasta las mucamas metidas en la transa, ahí adentro el jardinero más boludo es testaferro de cinco yates y dos puticlubs. Y entonces, pum, va el viejito Oscar y les pone el video de Casares por el orto. El affaire de Casares. Tomá, pibe, acá los calentones nunca corrieron salvo el Turco, andá a coger tranquilo pero a esto lo vamos a empezar a manejar nosotros.

-El Chelo.

-El Chelo no existe, pibe. El Chelo no corta ni pincha.

-No me chamuyés, Viejo.

-No te chamuyo, pescado. Y decime Señor Bustos, ya te lo dije. ¿Sabés qué puede pinchar el gordo? Una aceituna, un canapé, en alguna reunioncita en la que más o menos se hablan temas delicados. Nada más. Cuando arranca lo importante, se para y se va. Eso hace el Chelo. Manejar, no maneja ni un remís. Pero es buen tipo, me habló y nos pusimos de acuerdo para que la cortáramos acá. El primero que quería terminar con la violencia fue él.

-Me dijo que le iba a meter una bala a mi hermana.

-Lo hace para amenazarte, para que frenes de una vez. Además se cree que los bajaste a todos, que sos el vengador anónimo. Pero te quiere, boludo. Por eso quiere que la corten de una vez. Si ya está. Ya logramos lo que buscábamos. Vos, yo, él, todos. Te quiere, quiere al club, quiere a tu gente. El gordo los quiere a todos, al final. Podrá amenazar a un gil, como hizo con vos, pero no mucho más. Igual le tenés que hacer caso, eh. Ojito. Porque lo de tu hermana sigue corriendo. Tu hermana, tu hermano, tu abuelo, tus sobrinos. Te lo digo sin insultos, ni nada, te lo hablo con seriedad esto. Se acabó el quilombo.

-Está bien. ¿Me dejás preguntarte algo más?

-Preguntá. Mirá que ya llegamos.

-¿Dónde es esto?

-En Lourdes, pegado a Almafuerte. Estamos a cinco minutos.

-¿Por qué lo mataste al Dengue?

-Porque había que dársela. Así de simple. Si Edelmiro había meado afuera del tarro, no solo con lo del pibe. Con otros temas. Estaba bardeando en el barrio, yéndonos por atrás para que no gane el Chelo.

-¿Nos estabas siguiendo ese día?

-Cómo preguntás, pibe, sos rompepelotas.

-Contame, dale.

-No los estaba siguiendo, no. Ya estaba en el barrio, por las dudas. Y cuando Cóceres me avisó lo que pasó, no lo dejé ni reaccionar.

-Ah… Cóceres. Y sí.

-Para vos no existe más, eh, no lo podés ni nombrar.

-Ya sé.

-Porque mirá que ese está bajo mi ala, y más que ninguno. Ese sí que es mío, mío.

-Te enamoraste, Viejo.

-No te pasés de vivo porque te vuelvo a mandar al hospital, Rodríguez. No sos mi amigo, eh. Te cuento esto para que sepas, nada más. Vos te enamoraste, de que te caguen a trompadas te enamoraste. Me parece o sos masoquista, al final.

-Discu

-Mirá que si no querés vivir más, ahora hacemos un dos por uno, eh. Por mí no hay problema, ni dos balas me hacés gastar, con una sola te lo resuelvo.

-No, Viejo. Por favor.  

-Bueno. No te pasés de vivo.

  Tomamos una calle de tierra, hicimos las tres cuadras más olvidadas y abandonadas de Almafuerte, pobladas por chicos y chicas descalzos, sin remeras, conviviendo con caballos, carros, cartones, basuras, botellas, fogatas y chapas, doblamos a la izquierda, en una calle de asfalto que salía a Lourdes, y llegamos a la entrada del barrio cerrado “La Fresia”. El Viejo entró por el acceso de los propietarios.

-¿Acá lo tienen? –pregunté, sorprendido, mirando a través de la ventanilla las plácidas y limpias calles arboladas del exclusivo barrio. A esa hora, solo había jardineros, pileteros, y algunas empleadas domésticas con domicilio del otro lado de los paredones acompañando a los hijos de los propietarios. Una burbuja. Pero lo del otro lado del paredón también lo era, aunque a la inversa.    

-¿Y dónde querés que lo guardemos, otario, en una casilla de chapa? Te hacía más bicho, no me defraudes.

-Disculpame, tenés razón…

  Hicimos el resto del camino en silencio.  

Bajate, dale. Es acá –dijo, señalando un chalet color crema de un piso, con techo de tejas, quincho a la vista y pileta.

-¿Bajo nomás?

-Bajá –respondió, abriendo la puerta–. Por fin vas a ver al que se pasó de vivo. ¿Te dijo el Chelo si lo podías servir vos?

-Dijo que elija –contesté, topándome con el aire caliente del exterior.

-Bueno. Si le das vos, mejor.

  Atravesamos el jardín delantero, ingresamos al chalet por la puerta del frente, cruzamos el amplio living, abarrotado con cotillón lozanista, y finalmente bajamos una escalera que llevaba al sótano.

-Prendé la luz, Rodríguez. Está a tu derecha –me ordenó el Viejo, el verdadero titiritero de Almafuerte, desde las sombras, con la cara iluminada por la brasa de su cigarrillo. 

  Lo hice.

-Te presento al que se pasó de vivo… –habló el Viejo, ubicándose en una silla con evidente cansancio–. Pero ahora en un rato se va a pasar de muerto.        

Lucas Bauzá

Twitter: @rayuelascometas

Diseño de imagen por Lucas Vega, pueden encontrar más sobre él en Estudio Bosnia.

Lástima a nadie, maestro necesita tu ayuda para seguir existiendo, suscribite por $200.

También te podés anotar en Pase al Pie, nuestro newsletter semanal completando este formulario:

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s