El primer acercamiento al fútbol a través de las figuritas de los mundiales. Recreos enteros al ritmo del Late – Nola. Las negociaciones para poder conseguir las que nos faltaban y otros tenían. Escribe Jorge Castro.
El primer recuerdo que tengo sobre figuritas es en el Mundial de Italia. Mamá me llevaba una vez por semana a un kinesiólogo por Beccar, cerca de la casa de mis abuelos, a que me curen lo chueco de los pies. A los ocho años trabajaba de nieto y siempre me quemaba en Chocolatines Jack, Solo Fútbol, Patoruzito y Gattin y el equipo la plata que ellos me daban los domingos. Mi hermano del medio, Roberto, ahorraba y siempre tenía más plata, por eso no sorprende que ahora él sea contador y yo estudie en la Facultad de Sociales. Vimos en un kiosco los paquetes de figuritas y compramos. Yo tres o cuatro, Roberto como veinte.
Abrí mis paquetes y fui al kinesiólogo. Siempre que llegaba al consultorio el tipo me daba las instrucciones para que haga unos ejercicios y después se olvidaba de mí hasta el momento en que mi vieja volvía a buscarme: ahí se transformaba en Bielsa cinco minutos antes de terminar el partido contra Suecia. Ese día, cuando llegué a lo de mis abuelos vi el desparramo de figuritas de Roberto y las comparé con las mías. Él tenía de todas las selecciones: azules de Italia, naranjas de Holanda, rojas de Colombia, amarillas de Suecia. Yo las veía salivando como el perro de Pavlov.

El Mundial del ´90 fue mi primer acercamiento serio al fútbol. Gracias a él (y a las figus) tuve las mejores lecciones de geografía de mi vida descubriendo países nuevos: Emiratos Árabes Unidos, Costa Rica (con su arquerazo Conejo), Checoslovaquia, Rumania. Y por supuesto, Camerún. Pasado el furor pensaba qué bueno sería un álbum del fútbol argentino. River había incorporado a Ramón Díaz, un tipo al que no conocía pero que en su debut le había encajado dos goles a Central y eso, en tercer grado, ya alcanzaba para ser ídolo y querer tener su figurita.
No recuerdo cómo conseguí el primer paquete del fútbol local, sí que yendo a la clase de ajedrez me crucé con un pibe de otro grado y me ofreció la del Pelado. Me acuerdo que River tenía dos figuritas dobles: una con Almeyda y el gran Burrito Ortega, otra, con Garay y Siciliano. Subidos al Fiat 1500 verde que era de mi abuelo pero ya no usaba desde que se quebrara el fémur —y con el hueso roto se subiera a un taxi en Plaza San Martín y fuese hasta Beccar en vez de al hospital—, mi viejo las pispeó y señaló la de Almeyda y Ortega: “en el próximo álbum, cada uno va a tener su propia figurita”. La reconozco como su segunda predicción futbolera acertada. La primera, contra Brasil en el ´90. En el momento en que el área argentina parecía el Desembarco en Normandía, me miró fijo y arriesgó: “o nos hacen tres goles o los embocamos en una”. La selección lo ponía más nervioso que Boca, mal día para dejar de fumar, se lamentaba durante los partidos y prendía esa bosta prensada que en los kioscos se vendía bajo el nombre de Particulares 30. A Garay y Siciliano los guglié. Los dos jugaron en el ascenso, ninguno volvió a tener figurita pero salieron en un álbum y jugaron en River. Quién pudiera.

El álbum era lo último en comprarme, lo que realmente me apasionaba de las figuritas (más, incluso, que completar la colección) era jugar con ellas esos campeonatos donde siempre ganaban River y Argentina y los goleadores eran el Mencho Medina Bello, Caniggia y Van Basten. Armaba dos arcos con lo que tenía a mano (zapatillas, ojotas) y como la alfombra del cuarto era verde no necesitaba más. Podía jugar durante horas, sobre todo las tardes que nos cuidaba papá y a la hora de la siesta nos pedía a mis hermanos y a mí que nos matáramos pero en silencio. Cuando me aburría o salía la colección nueva, compraba el álbum y las pegaba. Las más usadas, visiblemente baqueteadas en la parte inferior, donde pateaban la pelota de papel.
Coleccionar figuritas excedía largamente el comprar los sobres y pegarlas en el álbum. Lo importante —el ritual— se desarrollaba en los recreos, esos tres intervalos de diez minutos eran claves para la economía infantil. Si podías cambiar varias figuritas, zafabas de comprar muchos paquetes en la semana. La mayoría de los intercambios eran una por una: ibas pasando el pilón y si el otro ya tenía la figurita te decía late (esa iba al fondo y seguías pasando) hasta que decía nola, entonces a esa la separabas y seguías pasando el pilón hasta terminarlo. Ahí el otro repetía el procedimiento y después cambiabas.
Pero Netto por Scotto, Yorno por Kesman, Domínguez por Catalano era chiquitaje. La papa estaba en conseguir a los cracks, a los futbolistas de los grandes. Las difíciles. Cada tanto en los recreos sobrevolaba el rumor de que fulanito de Tercero A tenía a Medina Bello repetido. Y que menganito de Quinto B andaba ofreciendo a Rubén Paz. Y ahí era momento de pelar uña de guitarrero, perder la inocencia y sentarse a negociar: “te doy tantas”, “tengo a tal, te lo cambio mano a mano”. Si el otro era buen negociante decía que en el próximo recreo te contestaba y andá a concentrarte en el análisis sintáctico las siguientes dos horas. Un día Alejando me mostró a Comizzo. “Te lo cambio por el Mono”. Yo sabía que Ramiro de Cuarto A tenía repetido a Luis Islas y que Tomás del Sexto B, hincha de Independiente, a Navarro Montoya. A Ramiro le di a Caviglia, Zacantti y Pipo Gorosito por Islas. Después lo encaré a Tomás y se lo ofrecí por Navarro Montoya. No agarró viaje.
—Islas y un Jorgito de chocolate.
Cuando contestó “bueno”, de la misma manera que me sentí yo se debe haber sentido Churchill concretando el encuentro Stalin-Roosvelt en Yalta. Al primer recreo de la mañana siguiente nos reunimos con Alejandro en un rincón del patio y como dos agentes secretos en alguna Misión Imposible, intercambiamos arqueros.

A mí siempre me gustaron las figuritas tradicionales, foto tres cuartos, nombre y equipo. En un momento aparecieron unas que eran un refrito: mostraban al jugador en acción y en un recuadro chiquito a un costado, la cara. Algunas estaban buenas, Tapia pegándole de zurda, Roa gritándole a sus defensores, Garnero gambetando a un rival con media Adidas amarilla, seguramente de Boca. Otras eran de ocasión, se notaba que un día los de Ultra Figus habían mandado al fotógrafo al entrenamiento y este hizo correr un rato a los jugadores con la pelota mientras los fotografiaba.
El álbum del Mundial ´94 fue el último de mi primera etapa de coleccionista, ya tenía trece años. Durante la adolescencia dejaron de interesarme las figuritas. Con ellas, la relación es similar a la que se tiene con los padres. Para ese torneo, en lugar del álbum Panini habitual al país llegó el de otra empresa, Upper Deck. Era raro, en su figurita Alexis Lalas tocaba la guitarra, en la de Jorge Campos —arquero mexicano con ínfulas de Gatti— se lo veía con la camiseta de jugador de campo tirando una tijera. Un futbolistas noruego, Jan Åge Fjørtoft tenía puesta al revés la camiseta tres de Holanda en vez de la suya. Y Alemania, por último campeón, ya traía sus figuritas impresas. De ese álbum me quedó faltando el boliviano Platini Sánchez, que, en un impulso, compré un sábado a la tarde del 2003 en una feria cercana a la terminal de ómnibus de Retiro, mientras Karina, mi novia de entonces, miraba unos adornos en otro puesto.
Para el Mundial de Brasil La Nación sacó los facsímiles de los álbumes mundialistas desde el ´70 hasta el 2010. Los vi y fue reencontrarme con un viejo amor. Los primeros sobres del retorno los compré con la misma vergüenza que los preservativos que mis amigos y yo nos llevamos a Carlos Paz en el viaje de Egresados de séptimo (que terminamos llenando de agua y tirándolos a la calle). Después de esas primeras veces, ya fui el mismo pibito de la primaria, pidiéndolos sin culpa, ansioso por ver qué jugadores encerraban esos paquetes brillosos. Con el 2018 fue igual.

Hace unos meses me volvieron a pescar con la misma red. En los kioscos salieron las ediciones de álbumes de las Copas Américas anteriores y en el combo venía el nuevo con cuatro figuritas de regalo. Me tocaron baila ahora Yerry Mina, James Rodríguez, Junior Alonso y Ángel Romero. Entre como un caballo. Al día siguiente (coleccionismo 2.0) encargué cuarenta sobres por Mercado Libre y me uní a varios grupos de Facebook de compra y canje de figuritas. Si querés intercambiar a la vieja usanza, la Meca es Parque Rivadavia.
***
Quedo para cambiar el viernes a las nueve de la mañana en el Santader de Jonte y Segurola con un tipo de GRUPO DE CANJE COPA AMÉRICA 2021. Yo llevo a Medel y Falcao y él tiene que darme a De Paul y Lapadula.
—Las cosas que hacemos por nuestros hijos —me dice.
—La verdad que sí —le contesto.
Jorge Castro
Twitter: @FutboleroIntel
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Hermoso. Cuanta nostalgia.
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Un baño fresco de nostalgia para este día de calor
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