Un 25 de julio de 1993 el ídolo del fútbol boliviano Marco Antonio Etcheverry metía un gol inolvidable para ganarle a Brasil por las Eliminatorias. Esa historia y muchas más en este perfil sobre “El Diablo” que forma parte de nuestra revista en papel “Los Otros Maradona”. Escribe Santiago Núñez

Cuatro minutos y tres pelotas después de cumplir no solamente su sueño, sino el de siete millones cuatrocientas mil personas que se quedaban expectantes esperando un impacto de fulgor verde y andino, todo se vino abajo. La cámara se detuvo y, contra su suerte y la de los espectadores, el árbitro no volcó el 100% de su atención a la continuidad del juego, sino que observó el lugar al que nadie miraba. El hombre de negro hizo el movimiento más cruel. Sacó de sus bolsillos la insignia roja que era sinónimo de no jugar más, de abandonar el debut en la Copa del Mundo, de saber que los meses de recuperación no sirvieron absolutamente para nada.

Los compañeros le acariciaban el cuero cabelludo pasando de largo su enrulada cabellera, mientras el astro del altiplano caminaba con una cara seca que mezclaba la tristeza de los inocentes con la incredulidad de los pícaros. «79», decía el cronómetro cuando el cartel luminoso anunciaba su entrada. «83», mostraba el reloj mientras caminaba hacia los lugares oscuros del estadio Soldier Field de Chicago.

Cuatro minutos y tres pelotas después de haber entrado con el dorsal 10 de Bolivia contra el campeón, por el debut mundialista, Marco Antonio Etcheverry se fue. Porque en un acto de escasa picardía le pegó una patada injustificada con sanción injusta a Lothar Matthäus. O porque el diablo metió la cola.

Un regalo de Dios

Marco Antonio Etcheverry soñó junto a su generación que Bolivia llegue más alto que La Paz. Entendía al fútbol con la belleza y la capacidad de deleite de los grandes que nadie miraba, de los genios que a veces parecen olvidados. Su zurda fina y elegante fue el camino para que el fútbol boliviano llegara al cielo.

Nació en Santa Cruz de la Sierra, el 26 de septiembre de 1970. Desde joven empezó a formarse en la academia de fútbol Tahuichi Aguilera y la magia comenzó a crecer. Hacia fines de los años 80 hizo su primera aparición futbolística cuando, dos años después de su debut, llevó al humilde Destroyer’s a las semifinales del torneo local en 1988. Junto con Erwin “Platini” Sánchez y Mauricio “Tapera” Ramos formaron para la prensa nacional y para sus hinchas, “el trío de oro”.

En 1990 se fue al Bolívar, uno de los más grandes del altiplano, lugar en el que obtuvo su primer trofeo en el torneo de Primera División. Emigró de allí recién en 1993, aunque en el medio tuvo un paso por el fútbol español (Albacete), para arribar al fútbol chileno. “Mi llegada a Colo-Colo fue algo increíble en mi carrera. Hasta mi lesión, fue espectacular. Era hermoso que un hincha te pare, que comience a llorar y te diga que ama a Colo-Colo. Son cosas increíbles que viví allá”, afirmó en una entrevista con el sitio ADN Deportes de Chile en 2020. Allí obtuvo una liga y una Copa Chile. En ese momento lo buscó (según declaró él) el Real Madrid, con su pase tasado en 10 millones de dólares. No se dio porque tuvo una lesión de ligamento que le deparó más de medio año de recuperación.

En América de Cali (1995) le ocurrió un hecho particular. El nivel de arraigo de los valores religiosos del cristianismo hizo que se pidiera que en los relatos no lo llamen por su apodo. El Diablo, como le decían, había surgido a partir de los dibujos de un caricaturista boliviano, que en la contratapa del diario lo ilustró hablando de “drible endiablado” cuando el joven Etcheverry empezaba recién a mostrar su brillo.

Desde 1996 y durante siete años, Etcheverry llevó su talento al fútbol estadounidense, convirtiéndose en figura de un DC United que ganó tres ligas, dos Copas “Supporters’ Shield” (trofeo que se otorgaba al equipo con mejores estadísticas del torneo), una Liga de Campeones de la CONCACAF (hoy, ConcaChampions) y una Copa Interamericana. Ingresó, a su vez, en el Salón de la Fama. En tres ocasiones fue prestado por media temporada a otros clubes. Se fue a Barcelona de Ecuador (lugar en el que fue campeón, en 1997), a Emelec (1998) y a Oriente Petrolero (donde sólo jugó tres partidos, en 2001). Cerró su carrera, luego de su paso por USA, en Bolívar. Rubén Darío Insúa, técnico en su primera experiencia en Ecuador, recordó así la llegada del crack en un reportaje en Tigo Sports:

-¿Quién le gusta más? ¿Valderrama o Etcheverry?, me pregunta el capitán de la institución

-¿Perdón?

-Sí. Tenemos la posibilidad de traer uno de los dos. Dígame quién le gusta más.

-Cualquiera de los dos. Son dos cracks de primera clase

En el mismo medio, el DT argentino indicó el gran recuerdo que tiene del fútbol de Etcheverry: “Se adaptó rápido. Llegó un viernes por la noche al aeropuerto de Guayaquil. Ya a la mañana siguiente estaba entrenando. El domingo había partido y me acuerdo que empezamos a hacer el precalentamiento y él fue y se puso primero. Yo dije ´Mirá, éste acaba de llegar y se pone primero´. Era un primer síntoma. Después de la cena del sábado nos pusimos a hablar. Le dije que iba al banco porque no quería tocar nada del equipo. Me respondió: ´Perfecto profe, no se haga problema. Cuente conmigo para lo que necesite´. Así son los jugadores de categoría: No te traen problemas, te traen soluciones, todo el tiempo (…) Un jugador notable, gran profesional que pese a que estuvo poco tiempo dejó un recuerdo muy bueno”

El lugar más endiablado del talentoso enrulado se dio, más allá de lo demás, cuando se vistió de verde. En selecciones juveniles se destacaba. “Era máximo ídolo con 15 años”, admitió en una entrevista con Radio Sports, programa de la comunidad hispana de Canadá, en enero del 2021. Salió campeón con la selección sub-16 en 1986 en Lima y jugó dos Copas del Mundo de esa categoría (China, en 1985 y Canadá, en 1987). Ya en el equipo mayor, Etcheverry y la mejor generación de la historia del fútbol boliviano llevaron al país al Mundial de EEUU 1994, luego de una gran Eliminatoria, y jugaron la final de la Copa América 1997. “Es un orgullo personal lo que pasó con mi carrera, para mi fútbol. Lo que siento que hice por el fútbol boliviano me enorgullece muchísimo”, declaró en el reportaje citado.

De pie fino y regate cambiante, el Diablo combinaba la elegancia de un asistidor con la   lenta   pero   eficaz   gambeta   de   un desfachatado amante del cuero. Refleja, según su persona, un fútbol de otra época, menos dedicado al estudio ajedrecístico y con más lugar para la improvisación sorprendente. “Antes el zurdo hacía lo bonito, la cereza de la torta. Ahora el fútbol es más estudiado”. Sus ídolos, como no podía ser de otra manera, fueron Zico y Maradona. Ronaldo, en un especial de la televisión brasileña, lo definió como “el mejor.” Hacía en el fútbol un poco de arte.

Vaya paradoja religiosa, el grupo de cumbia Azul Azul le regaló un tema a Etcheverry, que indicaba que la zurda del Diablo era un “regalo de Dios”.

Ilustración de Gonzalo Lanzilotta

Etcheverry, Bolivia y el mundo

Espalda contra el pasto. Mirada ascendente fija en el pedazo de cielo recortado del Hernando Siles. Caída producida para una patriada de esas conocidas que un día se hacen especiales: contragolpe, zancada por la izquierda, gambeta, centro arrojado cuando la cancha se termina. Lo que Etcheverry todavía no sabe porque se cayó y no pudo ver al área, es que el azar del disparo dio en el talón de Cláudio Taffarel y está mansita acercándose a la red del arco por la línea paralela al travesaño. Etcheverry aún no tiene noción de que se va a hablar de él toda la vida. De que los hijos y los hijos de esos hijos recordarán quién fue. Tampoco que contarán leyendas sobre su figura. Solamente está tirado, al lado de los carteles publicitarios, a punto de ser feliz para siempre.

“Ese gol es mi vida”, declaró Marco Antonio el año pasado, y habla del partido más importante de su carrera. El 25 de julio de 1993 Bolivia y Brasil jugaron en La Paz por la segunda fecha de las eliminatorias para la Copa del Mundo Estados Unidos 1994. El local ganó 2 a 0 con dos goles sobre el final: Etcheverry marcó a los 88´ mientras que Peña lo hizo un minuto más tarde. La “Verdeamarelha” perdió el invicto en los partidos de clasificación a Mundiales, que ostentaba hasta entonces. Pero aquello fue más que tres puntos. “El gol nos daba la chance de seguir el camino para entrar al Mundial. El empate no nos servía.” Fue saber que se podía.

Aquella clasificación fue el gran hito del fútbol boliviano, con Etcheverry y su generación a la cabeza. Habían estado a un gol de clasificar a Italia 90 (por su grupo fue Uruguay quien participó de la tertulia). Con la llegada del técnico vasco Xabier Azkargorta, el equipo que junto al Diablo contaba con figuras como Luis Cristaldo, Milton Melgar, Erwin “Platini” Sánchez, Jaime Moreno y William Ramallo logró su mayor síntesis para obtener el objetivo más preciado.

Cuando todo parecía feliz, vino el primer golpe. El 14 de noviembre de 1993, siete meses antes del Mundial, Etcheverry se lesionó gravemente en el clásico entre Colo-Colo y la U de Chile, por lo que tuvo que empezar una recuperación a contrarreloj. Lamentablemente sus condiciones para llegar a la Copa del Mundo estuvieron lejos de las óptimas. “Fue durísimo. No tenía chances de recuperarme. No estaba preparado para jugar”, comentó en la entrevista de Radio Sports.

 Para colmo de males, Mandinga hizo de las suyas: Etcheverry entró y cuatro minutos después, luego de una disputa con Lothar Matthäus, le tiró una patada al crack alemán y se fue expulsado. Los de Azkargorta hicieron un gran partido contra el campeón del mundo vigente, aunque perdieron 1 a 0 en el debut. No llegaron a octavos de final, pero lo inolvidable no es menos eficaz por corto.

Esa misma selección, que bailaba al ritmo de Etcheverry, tuvo otro gran hito: ser subcampeona de América. Fue en 1997, en un certamen jugado en Bolivia. Pasaron en el primer puesto la fase de grupos y luego vencieron a Colombia (2 a 1) y a México (3 a 1) para llegar a la final con Brasil, en la que perdieron por tres tantos contra uno. Etcheverry marcó 2 goles y fue una de las figuras del certamen. Aquel subcampeonato, con ayuda de la suerte, le dio otro guiño a Bolivia. Como Francia no quiso ser de la partida en la Copa Confederaciones de 1999, Brasil ocupó su plaza como subcampeón del mundo, por lo que Bolivia fue el representante de CONMEBOL en dicho certamen. El equipo dirigido ya por Héctor Veira no pasó la primera ronda.

El 28 de enero del 2021. Bolivia estaba expectante porque matemáticamente, si lograba buenos resultados en la doble fecha de eliminatorias frente a Venezuela y Chile, tenía chances de ir a Qatar 2022. Los sitios deportivos Primicia Sports y Revista Cábala (ambos oriundos de aquel país) hicieron una publicación conjunta, en la que combinaban una foto de su goleador, Marcelo Martins, festejando un gol, con una ilustración de Etcheverry bailando, festejando alguna hazaña. El que no conoce a Dios, al Diablo le reza.

Texto incluido en Los otros Maradona, comprala acá

¿Dónde empieza una historia?

La pelota llueve para que el fútbol florezca. De un centro a la olla puede salir un plato de estilo. Uno de los de amarillo intenta rechazar y no puede sacar el cuero de la zona de peligro. El mago enrulado del altiplano todavía no es más que un pibe de 16 años que juega bien a la pelota, pero está a punto de empezar a cambiar su vida. La para de pecho como si no fuera el minuto 82. Acomoda. Dispara. Marco Antonio Etcheverry, después de hacer besar la redonda con la red, empieza a abrirse paso entre los grandes, y anexa dos palabras que siempre encontraron muchas dificultades para encontrarse. Bolivia campeón.

“Ahí me fue muy bien. Salí mejor jugador, goleador. Me dieron el premio Fair Play también que empezaba ese año. Obtuvimos un título que nunca más se repitió. Fue mi primera clasificación a un Mundial”, dijo en el programa No Mentirás, del canal Pat (TV boliviana). Hablaba del campeonato sub-16 de Perú en 1986, en el que Etcheverry, con seis goles en la competición, llevó a su país a ser campeón del continente de la categoría y a asegurar su boleto a la Copa del Mundo de esa franja etaria.

Oficialmente, si bien fueron en representación de un país, los jugadores campeones disputaron el certamen bajo el ala de la academia Tahuichi, “semillero de cracks”, según el propio Etcheverry. Es una escuela de fútbol fundada en 1978 por Rolando Aguilera (un “segundo padre” para el Diablo) que formó una parte de la mejor generación del fútbol del país.

De hecho, cuando a Etcheverry le preguntaron las razones por las cuales Bolivia hace tiempo que no tiene el nivel mostrado a principios de los 90´, el astro coloca el tema Tahuichi como una cuestión crucial: “La academia que generaba el 30% de formación de futbolistas tuvo una crisis. Roly falleció. Quedó a cargo de los hijos pero más allá del esfuerzo no era igual. Aguilera era un fuera de serie. Personajes que son únicos. Ya no fue lo que era antes”

En la lengua Tupí- Guaraní, “Tahuichi” significa “pájaro grande”. Y los pibes volaron alto.

Un pase medido en yardas

El parche publicitario debajo del dorsal, pegado con fondo negro sobre tela blanca, hace ver una camiseta con diseño desprolijo, con tumultos como estampas. Si no fuera una tarjeta multinacional del sistema financiero uno podría pensar que se trata de una liga menor. Pero no. El lúcido 10 se para contra la raya derecha y espera. Cuando lo marcan, da el pase atrás y le indica a su compañero exactamente lo que tiene que hacer. El árbitro pita el final y los de blanco se dan cuenta que lograron algo más que levantar un trofeo: conquistaron un continente.

Aquella victoria por 2 a 1 contra Vasco da Gama por la Copa Interamericana de 1998 (el 5 de diciembre), fue una de las victorias más importantes de la vida de Etcheverry. No solamente por vencer al campeón de la Libertadores, que había jugado la Intercontinental pocos días atrás, sino porque significaba la referencia del fútbol que el Diablo fue a construir cuando, en 1996, lo llevaron como referente para fomentar y desarrollar el famoso “soccer”. «Ganamos a uno de los grandes clubes del mundo. Estoy muy orgulloso de DC United, estoy muy orgulloso de la MLS y del fútbol en los Estados Unidos», dijo Bruce Arena, técnico del DC apenas culminó el encuentro, en una nota del periodista Steven Goff.

Etcheverry colaboró con el impulso de la liga y jugó durante 191 partidos en 7 años con 34 goles y 101 asistencias. Ganó, además de los títulos citados, entró al XI ideal de la Mayor League Soccer (MLS) en 2005 y al Salón de la Fama en 2021. Junto con otros jugadores (Valderrama, Cienfuegos, Tony Meola, Alexis Lalas, Jorge Campos) lograron darle impulso a una liga que recién cosechaba sus primeras semillas.

“Venía de un club muy grande como Colo-Colo en Chile, que en la presentación llevaba 60.000 personas. Venía de jugar una temporada corta en el América (de Cali), donde el estadio quedaba chico. Me voy a la MLS y lo único diferente que me tocó vivir fue no ver llenos los estadios. Pero luego con el tiempo llegamos a una situación en la que teníamos la mejor hinchada y todos decían que era hermoso. Muchas cosas que no se entendían al comienzo. Fuimos pioneros en ir a firmar autógrafos al gimnasio. Había que acercarse a la gente”, contó el Diablo. La época dorada del equipo de Washington se vivió con él y Jaime Moreno de centrodelantero.

En 2020, cuando Etcheverry cumplió 50 años de vida, la cuenta oficial de Twitter de la FIFA le dedicó un posteo que decía “El Diablo les hizo cosas malvadas a adversarios verdaderamente indefensos” y definió al crack como una leyenda de la MLS y del DC United.

Arturo Brizio

Su expulsión en el Mundial fue una de las grandes manchas que Etcheverry tuvo en su carrera. “Hay una sola persona del ambiente del fútbol con la que reaccionaría a las piñas si me lo encontrara en la calle. Arturo Brizio Carter, el mexicano que me dejó jugar menos de tres minutos en un Mundial (en realidad, fueron cuatro)”, afirmó, en una nota publicada en la revista Soho, en 2011.

Contó el Diablo, además, que se lo volvió a cruzar en una cancha. Fue en el partido contra Uruguay por las Eliminatorias para Francia 1998. Etcheverry le protestó un penal no cobrado y el árbitro lo provocó: “Seguí así que te voy a expulsar como en el Mundial”. Lejos de tener una reacción de bronca como la que mostró contra Alemania en 1994, entendió que la viveza podía poner las cosas en su lugar. Se acercó al banco y le dijo al técnico, con la voz lo suficientemente alta como para que el encargado de impartir justicia lo escuchara: “Profe, este árbitro está diciendo que soy un indio y está discriminando a mis compañeros, ¿por qué no le avisa al veedor?”. Brizio Carter no lo molestó nunca más.

El Diablo sabe por diablo. Pero más sabe por viejo.

Santiago Núñez
Twitter: @SantiNunez

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