Mañana es la segunda edición del Club de Lectura Deportiva, en nuestro querido Río Patio Cultural. Les dejamos el segundo newsletter que sacaron sobre ¡Qué jugadora! Hoy cómo es ir a probarse a un club de primera cuando, en teoría, el tiempo ya pasó. Escriben Loli Insúa y Juan Stanisci.

Qué Jugadora es un viaje por los diferentes aspectos que involucran al fútbol femenino. Está la historia, como ya contamos en el newsletter anterior; pero más que nada la actualidad. Ayelén Pujol se propone abarcar diferentes ejes: las jugadoras, las periodistas, las árbitras, la identidad de género. Hay dos capítulos que son crónicas personales. El primero trata sobre la infancia de la propia Ayelén como futbolista de barrio. Jugando a la pelota con su hermano por los campitos de Monte Grande. El segundo narra cómo la misma Ayelén se prueba, veinte años más tarde, en un equipo de primera división.

Ir a probarse a un equipo cuando ya “no se tiene edad” para eso, según un parámetro externo claro, es un desafío que excede lo deportivo. En primer lugar la lucha es contra una misma. Barreras psicológicas que saltar o romper. Por “no estar a la altura”. Por  “quedar en ridículo”. Ir a someterse a una prueba, también, es la posibilidad de decir: “me la juego”. Es una forma de responder a un llamado tan hondo como un amor o una pasión.

En la mayoría de los casos las jugadoras no tienen la más mínima etapa formativa. Simplemente porque las divisiones inferiores en el Femenino, eran una utopía hasta hace no mucho tiempo. La periodista y futbolista Delfina Corti cuenta que cada vez que ve niñas o adolescentes yendo a entrenar le da envidia. No debe ser la única. Muchas saben que si hubieran tenido una mínima formación en la infancia o adolescencia, su presente con una pelota en los pies sería otro.

Rocío se probó a los treinta y un años, aproximadamente la misma edad que tenía Ayelén Pujol cuando se fue a probar a Platense allá por 2012. Juega en un equipo de 11, en un torneo amateur. Antes se probó en clubes del ascenso que compiten en AFA: Argentinos Juniors y Nueva Chicago. “Me enteré por las redes sociales de los clubes. Quería probarme a mí misma, no me quería quedar con la duda de si lo podría haber hecho”, cuenta Rocío.

Arrancó jugando futsal en un torneo. “En un momento me di cuenta que quería jugar fútbol 11”. Buscó algunos equipos tratando de ir subiendo el nivel de competitividad. La descarga tras el primer entrenamiento en una cancha con once jugadoras fue un temblor. Marcas que no tienen vuelta atrás. Después de esa primera experiencia se subió al auto para volver a su casa, riendo y llorando a la vez. Reír llorando. Formas de electrificar un cuerpo. “¡Esto era lo que yo quería!”, se decía frente al volante.

A los pocos entrenamientos decidió hacer la prueba en un club de AFA. “Sentía que me corría la edad. Si yo hubiera tenido 22 años, quizás esperaba más tiempo. Hay gente que se manda para ver qué onda, como ‘bueno, no tengo nada que perder’. Yo siento que sí tenía mucho que perder”, reflexiona Rocío.

Llegó al predio del club sola y con vergüenza. Había otra chica también esperando la prueba, ella sí estaba acompañada. Empezaron a charlar y Rocío se fue soltando. El tiempo se movió hasta que llegó la orden de ponerse los botines para empezar el entrenamiento. Una vez que puso el foco en el cuerpo, la cabeza se calmó.

En la crónica de su prueba en Platense, Ayelén cuenta: “Al día siguiente de mi primer entrenamiento como potencial futbolista de Platense me dolía todo y a la vez siguiente también, pero no bajé los brazos”. Las distancias que tiene que recorrer el cuerpo en una cancha de fútbol once, generan que el entrenamiento sea duro para quien no está entrenado. Pero no hay solo cuestiones musculares de por medio. El juego, para quienes están acostumbrados o acostumbradas al fútbol de cinco, es completamente distinto. La fuerza. El tiempo. La velocidad. La precisión. No basta con saber gambetear o dársela a una compañera para jugar en cancha de once. Es necesario conocer cómo funciona la posición. Y eso es algo que lleva tiempo incorporar.

La prueba, por eso, es contra una misma y contra el tiempo. Es necesario aprender esos aspectos posicionales, tácticos y técnicos, con la mayor rapidez posible. Y al mismo tiempo, mantener la cabeza serena. Y paciencia. Todo aprendizaje, sea un deporte nuevo o un instrumento musical, requiere de un proceso que a veces resulta frustrante. “Te sentís limitada con algunos golpes. De pronto yo sé tirar un centro, pero el centro te sale uno bien y cinco mal. La cuatro desborda y tiene que tirar un centro hasta el área, tiene que tener fuerza en las piernas, pegarle bien a la pelota”, cuenta Rocío. Hay sistematizaciones que el cuerpo aprende con la práctica, que son más fáciles de incorporar en etapas formativas: cómo inclinar el torso para tirar un centro o patear al arco, de qué forma trabar, qué líneas rectas se pueden trazar en una determinada posición.

Ayelén pasó la prueba en Platense pero decidió no volver. Eligió el juego amateur con amigas en cancha de cinco. Se fue, eso sí, con una certeza: “Fue mi redención, como gritarle al mundo “acá estoy, soy esta”. Como si alguien me diera la llave para abrir la puerta a un mundo nuevo: la libertad”. En Chicago le dijeron a Rocío que siguiera yendo. Ahí surge otro problema: la cantidad de tiempo que se necesita en entrenamientos, no suele coincidir con alguien que tiene que trabajar para pagar un alquiler, entre muchas otras obligaciones. Así que volvió a los torneos amateur, pero sabiendo que se la había jugado. Que no se había quedado con las ganas.

Roberto Arlt escribió en un aguafuerte: “¿Soy sincero conmigo mismo? Y si el corazón le dice que sí, y tiene que tirarse a un pozo, tírese con confianza”. Tirarse al vacío a veces puede ser más significativo que el resultado final.

Nos vemos mañana jueves 9 de junio en Río Bar Cultural (Rio de Janeiro 28, CABA) a las 19:30.

Loli Insúa y Juan Stanisci
Twitter: @Lolinsua@juanstanisci

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