El 3 de noviembre de 2006, hace 16 años, fallecía Alberto Spencer. El ecuatoriano es, desde el primer partido, el máximo goleador de la historia de la Copa Libertadores. Este texto forma parte de nuestra revista Copa Libertadores: retratos de una obsesión. Escribe Santiago Núñez.
La corrida diagonal deviene en imperfecta, pero trae consigo una estética definición. De adentro hacia afuera. Del centro a la izquierda. La salida del arquero podría apurarlo, generarle ansiedad o al menos obstaculizar su paso firme de severa solemnidad. El marco y el contexto podrían jugarle una mala pasada: no cualquiera tiene la pelota en sus pies y se apresta a definir en el Santiago Bernabéu contra el Real Madrid por una final del mundo. Pero nada de eso ocurre. Con una sutil caricia al cuero con la diestra adelantándose a la zurda el alfil ecuatoriano cumple con creces el mandato de eternidad con el que el instante lo desafía y coloca el balón bajo los tres palos. Una vez logrado el objetivo, corre para festejar. Rubén Rada le cantará que Dios lo recibe tocando un tambor. Peñarol 2, la Casa Blanca 0. Alberto Spencer sube al cielo.

Cabeza Mágica
Alberto Pedro Spencer Herrera, oriundo de Ancón (Guayas, Ecuador) vivió un poco más de 68 años para ser una mezcla de Peñarol, gloria y gol. Comenzó a vivir el arte de la pelota cuando estaba en el segundo año del Liceo y ese disfrute lo volvió profesional a los 15 años, en el club Everest. Su promedio de gol en esa escuadra fue altísimo. Jugó, entre 1953 y 1959, 145 partidos y convirtió 101 veces. En 1959, cedido en Barcelona de Guayaquil, jugó un cuadrangular amistoso en el que participó Peñarol.
En ese momento y ese lugar su vida cambió para siempre. Así se lo contó al periodista Osvaldo Ardizzone, en una entrevista publicada en El Gráfico, en octubre de 1966: “¿Ustedes quieren saber cómo llegué aquí? Yo vine a jugar una vez a Montevideo en el 59. Así que ya me conocían. Al poco tiempo se hizo un cuadrangular en mi tierra con Peñarol, Barcelona, el Emelec, y Huracán (Buenos Aires) (…) Un día me dijo un periodista de Guayaquil… «¿Sabes, Alberto, quién está aquí? El mismo presidente de Peñarol. Viene a comprarte». Yo sabía que todo se lo debía a Juan López (técnico de la selección de Uruguay en el Maracanazo de 1950). Bueno, Peñarol pagó por mi pase 13.000 dólares, algo así como 100.000 pesos uruguayos. Eso fue a fines de 1959. Jugué algunos partidos amistosos y debuté oficialmente justo en el clásico, en febrero de 1960, frente a Nacional”
En el “Manya” se convirtió en ídolo y figura del fútbol continental. Hizo 326 goles en 309 partidos de todas las competiciones (promedio 1,06 por encuentro). Fue campeón en ocho oportunidades de la liga uruguaya (certamen del que es el séptimo máximo goleador de la historia) pero sus galardones fueron más grandes aún fronteras para afuera. Ganó tres veces la Copa Libertadores (torneo del que hasta hoy es el máximo “Pichichi” con 54 goles, 48 de ellos con Peñarol), tiene dos Copas Intercontinentales en su haber y ganó en 1969 la Supercopa de Campeones Intercontinentales. Terminó su carrera en Barcelona de Ecuador, donde salió campeón del torneo local y transitó con peligro áreas rivales hasta 1972.

Su participación en selecciones nacionales debe revisarse en plural. Jugó once partidos para su país, Ecuador, en las eliminatorias para Chile 1962 e Inglaterra 1966 y por el Campeonato Sudamericano (hoy, Copa América) 1959 de Guayaquil. Pero también jugó cinco amistosos para Uruguay, destacándose un gol en Wembley contra Inglaterra en una derrota por 2 a 1 de los “Celestes” en 1964. Más allá de muchas propuestas al respecto, nunca quiso nacionalizarse. “De más está decir que me sentiría muy honrado con la ciudadanía de este país, que me lo ha dado todo; pero el fútbol uruguayo me necesita menos que el de Ecuador. Aquí abundan jugadores. No es así en mi patria, pues, cuando me llaman es porque no hay otro para ocupar mi puesto.”, analizó él mismo.
Una vez retirado fue designado como cónsul de Ecuador en Uruguay y, desde allí, armó el equipo “Las Estrellas”, con el que recorría el interior realizando actividades solidarias. “Cuando se había retirado formó un equipo con amigos de él, que se llamaba Las Estrellas. Empezamos a viajar al interior para hacer beneficios a las escuelas, para niños pobres, para gente con problemas”, definió Juan Carlos Aguerreberry, compañero en ese equipo, en el tráiler ya citado.
Falleció el viernes 3 de noviembre de 2006 en Cleveland (EEUU), en el marco de una cirugía a corazón abierto en la que no pudo resistir.

Su juego era característico de un centrodelantero rápido, potente, con ágil remate y mejor cabezazo. Tan así que lo comparaban con los mejores de todos los tiempos. François Thébaud, jefe de redacción durante muchos años de la revista francesa Mirror du Football, dijo sobre él: “Es el único jugador que me hace recordar, por su clase y estilo, al formidable Pelé. Del gran brasileño tiene Spencer la misma desenvoltura, la potencia, las increíbles posibilidades de aceleración, el sentido que le permite esquivar golpes, una técnica sin falla y un extraordinario golpe de cabeza. Es muy superior a Eusebio.” Los 451 gritos que consagraron su carrera se dan con una particularidad: salvo alguna esporádica excepción, Spencer no pateaba penales, luego de fallar en un amistoso con el Emelec (a préstamo cuando pertenecía al Everest) en Costa Rica.
En el tráiler del documental sobre la carrera del crack, Pablo Forlán, padre de Diego, decía sobre Spencer: “Era una luz Alberto. Por eso hizo tantos goles. Le pegaba muy bien a la pelota y cabeceando era impresionante, era una persona que no necesitaba tomar carrera para elevarse. Estaba paradito y era como un elástico. Aparecía allá arriba y te sacaba medio cuerpo”. Se le achacaba cierto juego brusco, opaco, quizás hasta sin belleza, pero el propio jugador se encargó en más de una oportunidad de reivindicarse a sí mismo en términos futbolísticos. Le dijo a Ardizzone, en el mencionado reportaje: “A mí me ha tocado empujarla allá dentro. Lo que pasa es que a mí me parece que los partidos se resuelven con goles, y eso es lo que más me gusta. Dicen por allí que soy torpe, que no sé manejar bien la pelota, pero a mí me gustan los punteros que la levantan. ¿Cómo lo dicen? ¿A la olla? Pues a mí me gusta eso. Será porque soy alto y les gano a todos saltando”.
Su enorme capacidad de cabezazo llevó a Spencer a ganarse el apodo de “Cabeza Mágica”. Julio Abbadie, compañero “Manya”, dejó en claro la importancia que Spencer tenía para el funcionamiento de su equipo, con una sinceridad infalible: «¿Para qué vamos a jugar a otra cosa con un morocho como éste que las agarró todas?»

54 sonrisas
Centinela de piedra. Esa es una de las varias traducciones (en este caso en la lengua quechua) que tiene el Aconcagua, montaña imponente de la Cordillera de Los Andes. Sinónimo, por sus 6.961 metros de altura, del lugar más alto de América, de su punto cúlmine.
Spencer sabe, valga la metáfora, lo que es estar en la cima del continente. Si hay una competencia en la que Alberto fue rey es la Copa Libertadores. Al día de hoy es el goleador máximo (54 goles), en una cifra que, atendiendo a los vaivenes del fútbol actual, es probable que nadie llegue a alcanzar: sería raro que un jugador de su nivel tenga la chance hoy en día de ser disfrutado por un equipo de estas tierras sin emigrar. Fue tricampeón y convirtió goles en todas las finales que ganó en 1960 (Olimpia), 1961 (Palmeiras) y 1966 (River). Además, participó en tres instancias decisivas más y su impronta goleadora se dejó ver desde el arranque: en el primer partido de la historia de la Copa Libertadores (Peñarol – Jorge Wilstermann, el 19 de abril de 1960) ya hizo cuatro goles en un encuentro. Es, a su vez, el primer jugador en mandar cinco veces el balón a la red en 90 minutos en la historia del certamen: fue a su querido Everest de Ecuador, el 7 de julio de 1963.
Posiblemente su actuación más recordada sea la final de 1966. Alberto hizo dos goles en el partido desempate contra River, el día en el que Peñarol perdía 2 a 0 y lo dio vuelta 4 a 2 en Santiago de Chile. Canario Luna dice, en la canción que hizo como homenaje a Spencer, que el gran Amadeo Carrizo “tuvo el honor de sufrir” sus goles.
Como buen hijo sano del mejor torneo de América, el crack ecuatoriano también se destacó como pocos en la Copa Intercontinental. En 1960, Spencer fue el autor del descuento en la “Catástrofe de Madrid”, nombre con el que algunos medios uruguayos calificaron el partido de vuelta por la definición Euro-Americana de 1960, encuentro en el que, luego de un 0 a 0 en el Estadio Centenario, el Real Madrid le ganó 5 a 1 a Peñarol, con todos los tantos antes de los 54 minutos de juego. Al año siguiente hizo dos goles en el partido de vuelta para ganarle 5 a 0 al Benfica de Eusebio (terminaría siendo victoria “Manya” en partido desempate). En 1966, convirtió dos tantos en la ida y uno en la vuelta en el Bernabéu para ganarle al Real Madrid.
Es el segundo goleador de la Intercontinental, un tanto por detrás de Pelé. Su importancia en el continente quedó plasmada en el ranking que elaboró la IFFHS (Federación Internacional de Historia y Estadística en el Fútbol) en 2004, que lo colocó en el vigésimo puesto entre los mejores jugadores de América.
Nunca le interesó cruzar el Océano y jugar en Europa. Prefería resguardar otros valores. Según contó Walter Spencer, su hijo, en una entrevista con el periódico El Universo (Ecuador): «Era una época de otro fútbol, que no quiere decir que mi papá no haya tenido la suerte de hacer muchísimo dinero para lo que era aquella época (…). Mi padre tuvo suerte de que en el fútbol, más o menos, le fue bien; pero también estaba eso del amor propio y el cariño con tus raíces o con quien sentías que tenías un compromiso. Digamos, él era aficionado de la selección de Ecuador y Peñarol». En sus años de gloria, lo vino a buscar el Milan de Italia. Les respondió con holgura.
-No. Yo qué voy a ir para allá. Si quieren venir alguno de ustedes, me avisan. Con gusto los presento
En cada salto, la cabeza mágica de Spencer se impone como quien llega con facilidad a la cumbre. Cima de América, portador de gloria eterna. El señor Copa Libertadores se enraíza en la figura fraternal y metafórica del Aconcagua. Centinela del gol.
Rubén y el Canario
Tambor. Cuerdas. Voces murgueras y experimentadas, de final rambla. Melodías con semblante charrúa y ritmos con olor a río de la Plata. “La noche primaveral se viste de Negro y sol”, le canta a Spencer el Canario Luna, a quien califica de “cónsul de la emoción”. Aplausos para el maestro, aplausos para el amigo. Rubén Rada también charla. Mete a Joya, amigo de Spencer, en la conversación. “Fue fácil para los dos el juego de la pelota. Uno levantaba el centro. Otro ponía las motas. Joya y Spencer van de la mano, llegan al cielo, los dos hermanos; Dios los recibe, Tambor en mano”
Para Rubén, no todo es fútbol. “Y a pesar de lo logrado, nunca fueron vanidosos. Por comentarios que oí, siempre fueron respetuosos; por eso que a esta canción la canto de corazón. Les canto porque aún recuerdo jugando con mucho amor.”
Para el Canario, tampoco. “El pueblo llega a la cancha para ver a Peñarol. Pero entre tanta alegría, en medio de tanta vida. El juez ordenó un minuto que quiere ser despedida. Un minuto de homenaje al eximio goleador. Se fue a jugar en el cielo, el terror de los arqueros, el del gol de los descuentos. Increíblemente algo comienza a ocurrir, en lugar de hacer silencio nos ponemos a aplaudir”. Luna hace de un nombre, un estribillo. “Don Alberto Pedro Spencer”, repite su coro. Mientras su voz fina y elocuente da el toque de gracia, cuando grita los cuatro vientos:
“El goleador inmortal”.
Santiago Núñez
Twitter: @SantiNunez
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