¿Qué hay de cierto en la idea de boicotear el mundial? ¿Qué se esconde detrás de esos mensajes? ¿Pueden las potencias europeas mirar con superioridad moral? Escribe Juan Manuel D’Angelo.
De las particularidades que rodean a Qatar 2022, la más llamativa de todas será que se trata de la Copa del Mundo más inocuamente boicoteada de la historia. Si algo nos enseñó la Guerra Fría y el mundo bipolar es que, si se quiere boicotear un evento deportivo por razones políticas, la mejor manera de hacerlo es no concurriendo. Hoy sin embargo, no es tan sencillo. La torta es demasiado grande como para perderse un pedazo. Hummel, marca deportiva que históricamente vistió a la selección de Dinamarca, anunció hace poco que en esta ocasión, la camiseta titular del equipo danés será completamente roja, con el escudo y el emblema de la empresa apenas perceptible. Esta decisión estética se tomó debido a que la marca no quiere ser visible en un Mundial que, según ellos, no debió jugarse. La frutilla del postre es la camiseta suplente, totalmente negra como homenaje a los miles de trabajadores que murieron durante la construcción de los estadios para el certamen. En tiempos donde nos quieren hacer creer que un hashtag tiene el mismo valor simbólico que una protesta en la puerta de un ministerio o la toma de una fábrica por parte de sus obreros, tales gestos son recibidos con alegría por miles de millones de tuiteros que destacan el compromiso de la multinacional. ¿Acaso Hummel donará lo recaudado por la venta de estas camisetas a las familias de los obreros fallecidos? La respuesta los sorprenderá (o tal vez no).

Desde hace años se vienen escuchando voces por todo el mundo denunciando que este certamen no tiene razón de ser. Fritz Keller, presidente de la Federación Alemana de Fútbol, entre 2019 y 2021, dijo una vez que su asociación no enviará equipos a países donde no se respeten los derechos de las mujeres y los trabajadores. Lo mismo había hecho en 2017 su antecesor en el cargo Reinhard Grindel, aunque aquella vez el motivo esgrimido eran los vínculos del gobierno qatarí con la agrupación terrorista Al-Qaeda. Alemania hoy integra el Grupo E junto a España, Costa Rica y Japón.
Durante las eliminatorias, la selección nacional de Noruega salió a la cancha con camisetas alusivas a la violación de derechos laborales de los obreros en Qatar –la gran mayoría de ellos provenientes de India, Sri Lanka, Nepal o Pakistán- e incluso el Tromso IL de la primera división lanzó una campaña para que el equipo nacional no participe del certamen. Noruega no juega la Copa del Mundo, pero no porque haya triunfado el boicot –el asunto se sometió a votación en las oficinas de la federación con 368 delegados votando en contra de la medida y solo 121 a favor- sino porque el equipo de Erling Haaland tuvo una eliminatoria muy irregular.

Hace unas semanas siete ciudades francesas –entre las que se incluye París- anunciaron que no instalaran pantallas gigantes en las plazas y puntos neurálgicos como medida de protesta contra la realización de esta copa en tierras qataríes. Corta es la memoria de los parisinos por lo visto, porque fueron Michel Platini, en su carácter de presidente de la UEFA, y el presidente de Francia Nicolas Sarkozy quienes en 2010 le garantizaron a Tamim ben Hamad al Thani, por entonces Primer Ministro y Ministro de Relaciones de Exteriores de Qatar, el apoyo total de Francia y UEFA para la votación de las sedes de los certámenes 2018 y 2022 que se realizaría en pocos días. El acuerdo, que se cerró con un almuerzo en el despacho presidencial del Palacio del Elíseo, incluyó la compra del 70% del Paris Saint-Germain –equipo del que Sarkozy es hincha-por parte del grupo Qatar Investment Authority (QIA), que es lo mismo que decir el gobierno de Qatar. Dicha adquisición, que se concretó formalmente en 2011, fue vital para que el club parisino se transforme en la potencia dominante de la Ligue 1.
La casa siempre gana
Técnicamente, había razones de sobra para que todas las naciones del mundo boicoteen esta Copa del Mundo. Primero principal, el tan mentado Informe García –aquella auditoría interna encargada por Sepp Blatter para limpiar a la federación internacional y que el mismo presidente luego intentaría censurar- y las posteriores investigaciones del Departamento de Justicia de los Estados Unidos han demostrado fehacientemente que el comité qatarí utilizó todas las artimañas del libro negro de FIFA para conseguir la sede. Desde sobornar a funcionarios claves como el trinitense Jack Warren de Concacaf o el camerunés Issa Hayatou de la CAF hasta montar una red de espionaje sobre distintos personajes claves del mundo del fútbol con el objetivo de obtener información que sirva para inclinar la balanza a la hora de la elección. Bautizada con el rimbombante nombre de “Proyecto Sin Piedad”, esta operación estaba a cargo de Peter Hargitay, un conocido lobista del mundo del fútbol que tenía estrecha relación con Sepp Blatter –fue asesor especial de FIFA y productor de la fallida trilogía de películas “Goal!”- y Franz Beckenbauer entre otros. En esos días, Hargitay era el hombre que abría todas las puertas y por esta razón sus servicios eran muy requeridos. A la par de su trabajo con el comité de Qatar, este keymaster asesoraba a la federación australiana, que también buscaba ser sede de la Copa del Mundo 2022, y a la Football Association de Inglaterra, que buscaba arrebatarle a Rusia el Mundial 2018.
Por si con esto solamente no alcanzara, desde hace años se acumulan denuncias sobre las paupérrimas condiciones laborales del los obreros que trabajaron en la construcción de los estadios. De acuerdo con una investigación de 2021 llevada a cabo por el diario británico The Guardian, un mínimo de 6,500 trabajadores murieron construyendo la faraónica infraestructura para el certamen. Procedentes en su mayoría de naciones pobres del sudeste asiático y África, se calcula que un total de 2 millones de personas han trabajado en la última década en la construcción de siete estadios nuevos, un aeropuerto, caminos, sistemas de transporte público y hasta una nueva ciudad –Lusal- en donde se jugará la final. Ahora bien, de acuerdo con los registros oficiales del comité organizador, el número de operarios muertos no llega a los 100, pero esto se debe solamente a que se cuentan las muertes que ocurrieron en los lugares de trabajo. Nada se dice sobre aquellos que sucumbieron en hospitales debido a las heridas o las consecuencias de las largas jornadas de trabajo bajo el terrible sol del desierto. Tampoco se incluyen a los que se suicidaron. Ante la publicación del informe antes citado, FIFA se limitó a decir que la federación “está comprometida con la protección de los trabajadores vinculados a la Copa del Mundo Qatar 2022… y que la frecuencia de accidente relacionados a la construcción de los estadios ha sido menor en comparación con otros grandes proyectos alrededor del mundo”. Como “frutilla del postre” por decirlo de algún modo, podemos agregar las cuestiones de género dentro de Qatar, donde las mujeres pueden ser forzadas a casarse contra su voluntad y, si tienen una relación extramatrimonial, puede ser enviada a la cárcel. Y ni que hablar del trato y la discriminación que reciben las personas de la comunidad LGTB.

Dicho todo esto, entonces ¿Por qué se juega allí el Mundial? Porque la torta es demasiado grande y sabrosa como para decirle que no. De acuerdo a las últimas estimaciones, Qatar 2022 podría ser la Copa del Mundo que más dinero genere en toda la historia del certamen. Según el comité organizador, el evento arrojará ganancias de aproximadamente 16,000 millones de dólares, una cifra récord que podría haber sido incluso mayor se hubiese jugado en verano boreal (algo imposible dadas las altas temperaturas de la región). Para tomar magnitud de cuanto la FIFA gana con este Mundial, bien vale repasar las cifras finales de Brasil 2014, que fue en su momento la copa más rentable de la historia. En el período que va del 2012 a 2014, la casa rectora del fútbol internacional embolsó nada menos que 6,987 millones de dólares, de los cuales –según la propia organización- reinvirtió casi en un 70% más adelante.
Pero no solo la FIFA gana. Este año, la bolsa de dinero para repartir entre las selecciones es mucho más grande. En total habrá 440 millones de dólares en premios, de los cuales 42 millones le corresponden al campeón (eso sin contar los 10 millones adicionales que repartirá Conmebol si el ganador sale de esta confederación), 30 al segundo, 27 y 25 al tercer y cuarto puesto respectivamente y así sucesivamente. Además, cada selección participante se asegura un piso de 9,5 millones de dólares y un bono de 1,5 millones para cubrir gastos de acomodación.
Boicot 2026
En los últimos meses hemos leído cientos de noticias provenientes de Europa sobre boicots que organizan los propios fanáticos, asqueados con la situación en torno a este polémico Mundial. Ya sea colgando pancartas gigantes en los estadios de las principales ligas del Viejo Continente o incluso no pasando los partidos en los bares, estos ciudadanos de a pie creen estar, al menos, equilibrando un poco la balanza moral. Incluso se sorprenden –y en algunos casos no ocultan su disgusto- con el hecho de que tal movimiento no haya tenido mucho arraigo por estas latitudes. Quizás sea porque no cargamos sobre nuestra conciencia la culpa de haber sometido por siglos al más terrible colonialismo a otras naciones y no tenemos la necesidad de ponernos en el pedestal como la policía moral del planeta. O tal vez simplemente nos gusta demasiado el fútbol. Quién sabe.
Ahora bien, si decidiéramos hilar fino también encontraríamos bastantes motivos para boicotear la próxima Copa del Mundo que será organizada de manera conjunta entre Estados Unidos, México y Canadá. Tomemos al último país mencionado por ejemplo. En 2021 se detectaron más de 200 tumbas clandestinas pertenecientes a niños indígenas. Como sucedió en Australia, Canadá tiene una terrible historia de secuestros infantiles que se extiende desde el siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX. Bajo la premisa de cristianizar a los infantes, más de 150,000 chicos de las distintas tribus que habitan el suelo canadiense fueron arrancados de sus hogares por el gobierno y enviados a lo que se conoció como Residencial Schools, internados manejados por el clero donde los niños teóricamente serían educados como buenos católicos pero que, en la mayoría de los casos, fueron sometidos a abusos físicos y psicológicos. Por años, este fue un tema tabú para el gobierno de Canadá, pero el descubrimiento de las tumbas el año pasado reabrió una herida que nunca cerró del todo. De hecho, la última escuela de este tipo fue clausurada recién en 1998.

Y en México la cosa no está mucho mejor. La violencia narco se ha vuelto un mal endémico que el gobierno hace rato que no puede controlar. Desde agosto a esta parte, los hechos de sangre han ido en aumento y se han hecho habituales distintos acontecimientos que, si ocurrieran en el Medio Oriente, serían catalogados como propios de un estado fallido. El advenimiento de las redes sociales permite la cada vez más frecuente viralización de situaciones dantescas. A principios de noviembre circuló en Twitter distintos videos donde se ven a perros callejeros llevando partes humanas como si se tratara de un sabroso hueso. En Zacatecas, un pichicho recorrió las calles llevando una cabeza recién cercenada y, en Guanajuato, una pierna humana fue la clave para encontrar una fosa común con varios cuerpos. Si bien estas víctimas en particular eran miembros de otros carteles rivales, los civiles que habitan las regiones calientes son el usual daño colateral en una guerra que enfrenta entre sí a distintas agrupaciones criminales –de acuerdo con un informe de la edición mexicana de Infobae, hay en el país 15 carteles que se reparten el todo el territorio- y también contra el estado. Para tomar real dimensión del poder de estas agrupaciones, tanto el gobierno de México como el de Estados Unidos continúan situando al Cartel de Sinaloa como el más poderoso de todos, pese a que su líder Joaquín el Chapo Guzmán fue extraditado a Norteamérica hace ya bastante tiempo.
Pero eso no es todo. Según la ONU, México lidera junto a Colombia el ránking latinoamericano de desapariciones forzadas. Actualmente, hay 105,000 personas cuyo paradero se desconoce, de las cuales más del 60% son menores a 35 años y en su gran mayoría se trata de mujeres y niñas. Lejos de ser un fenómeno de larga data, el 97% de estos casos ocurrió después del año 2007, cuando el por entonces presidente de la República, Felipe Calderón, impulsó la militarización de la lucha contra el narcotráfico. Lejos de ser la solución, el otorgamiento de poderes especiales a las FF.AA. no solo derivó en el aumento desproporcionado de los casos de abusos de poder –el ejército mexicano es sindicado como el principal responsable de la desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinpaya, ocurrida en 2014- , sino que altos mandos militares también buscaron su parte del botín. El más destacado de esta lista fue el general Salvador Cienfuegos, Secretario de Defensa entre 2012 y 2018 bajo la presidencia de Enrique Peña Nieto, y apodado el Padrino por la DEA. En 2020, Cienfuegos fue detenido en el aeropuerto de Los Ángeles acusado de lavado de dinero y tráfico de heroína, cocaína, metanfetaminas y marihuana. Lo más terrible de todo esto es que aquellos periodistas que se animan a informar sobre la corrupción y violencia que inunda al país corren serio riesgo de ser asesinados. Según Reporteros Sin Fronteras, México es uno de los países más peligrosos para ejercer la profesión y, en lo que va de 2022, 13 periodistas han sido asesinados (63 desde que, en 2018, Andrés Manuel López Obrador asumió la presidencia).
Para hablar de Estados Unidos y las razones de porque no debería jugarse el Mundial allí necesitaríamos dedicarle un artículo entero al asunto. Desde el histórico apoyo del Departamento de Estado a las distintas dictaduras irrumpieron en Latinoamérica, pasando por la continua violencia racial contra los afroamericanos –la cual no solo es física sino también simbólica, política y económica- hasta la libre portación indiscriminada de armas de fuego, defendida con uñas y dientes por una organización de tintes casi fascistas como es la National Rifle Association. Como olvidar también los centros clandestinos de detención ubicados por todo el mundo, las torturas psicológicas a presos inocentes en la base de Guantánamo o, más recientemente, la derogación del fallo “Roe contra Wade”, pilar fundamental del libre derecho al aborto para las mujeres norteamericanas. Y por qué no también hablar de la pena de muerte o de los miles de trabajadores sin la posibilidad de sindicalizarse. Pero no hablemos de todo esto. Centrémonos solamente el fútbol.

Una de las principales críticas que se le hace a Qatar es como consiguió ser sede de la Copa del Mundo 2022. Lo que muchos no recuerdan es que, en esa polémica elección del 2010 en donde la FIFA designó de manera inédita las sedes de dos Mundiales, los qataríes le arrebataron de las manos el certamen a Estados Unidos. Sindicada por todos como la favorita para quedarse con el Mundial 2022, la delegación norteamericana entró al teatro donde se realizaba ceremonia con el pecho inflado y el paso seguro del que se sabe ganador antes de jugar. Horas más tarde sin embargo, todo era tristeza absoluta y sospechas de que algo raro había pasado. Como dijo alguna vez un político argentino, “el problema no es perder, sino la cara de boludo que te queda”.
Pero el Tío Sam no perdona. Tan solo unos días después de la polémica elección, el Departamento de Justicia de Estados Unidos abordó al excéntrico Chuck Blazer, Secretario General de Concacaf y Vicepresidente ejecutivo de la Federación de Fútbol de Estados Unidos. De gran tamaño, con una barriga enorme que le traía problemas para caminar y una barba propia de Santa Claus, Blazer era junto el trinitense Jack Warner los hombres fuertes de Concacaf y aliados valiosos de Sepp Blatter dentro de FIFA. Quienes los frecuentaban decían que el directivo vivía solo para dos cosas: acumular poder y ostentarlo. Apodado “Mister 10%” por su voracidad a la hora de solicitar sobornos cuando hablaba de negocios, Chuck solía pasear por Nueva York en una camioneta Hummer junto a su loro. También tenía un departamento exclusivo para sus gatos, propiedades en Bahamas y Miami y hasta un jet privado. Además de todo, cobraba un jugoso sueldo de la confederación y tenía una tarjeta corporativa con un límite de 30 millones de dólares.
Fue en uno de esos paseos por la Gran Manzana que el Departamento de Justicia de Estados Unidos, en conjunto con agentes del fisco, se acercó a Blazer. Si bien lo “escuchaban” desde 2001, la elección de Qatar para organizar la Copa del Mundo 2022 requería un “vuelto”. El error del directivo de Concacaf fue haber omitido su declaración impositiva por varios años y, a partir de ese momento, al otrora “Mister 10%” no le quedó otra alternativa que transformarse en el topo dentro de FIFA. Al año siguiente, Chuck se presentó ante el público como un paladín de la justicia que denunciaba a su ex – socio Jack Warner y a los qataríes por la supuesta compra de voluntades. Ese fue solo el primer eslabón de una cadena que terminó el 27 de mayo de 2015 con la detención masiva de altos mandos de FIFA en las horas previas a la elección en donde Sepp Blatter debía ser consagrado una vez más como presidente de la organización. Apenas una semana más tarde, el otrora hombre fuerte del fútbol mundial, ponía su renuncia a manos del consejo directivo de la federación internacional. Su salida se hizo efectiva en octubre de ese mismo año, suspendido por la organización que alguna vez supo dominar con puño de hierro. Su reemplazante fue Gianni Infantino, hombre fuerte de UEFA y que estrenaba su nuevo puesto con una tarea encomendada: resarcir a los norteamericanos.

Según correos filtrados a la prensa posteriormente a la elección de Estados Unidos, Canadá y México como sede de la Copa de Mundo 2022, Infantino tenía bien en claro a quién debía corresponderle ese Mundial. Sus contactos epistolares con Trump –quien llegó a decir que su administración observaba con mucha atención lo que sucedía en torno a la elección-, el proyecto de mudar la sede de FIFA a Estados Unidos (cuyo fin sería evitarse ser blanco de investigaciones por parte del gobierno suizo), la designación como asesora de la ex –fiscal del FIFAgate, Loretta Lynch, y la entrega del negocio del fútbol a empresas norteamericanas como Disney, Facebook, TNT, Amazon y Paramount, son solo algunos ejemplos de esta alianza estratégica entre el presidente del ente rector del fútbol internacional y la (ya no tan) omnipotente superpotencia. Uno de los episodios más reciente que da cuenta de este vínculo ocurrió a mediados de este año cuando el Departamento de Justicia exculpó a FIFA como organismos y solo considera como culpables a los individuos que perpetraron las fechorías. La frutilla del postre fue el millonario resarcimiento que el gobierno norteamericano le hizo a la organización en concepto de daños y perjuicios que esta pudo haber sufrido durante la investigación.
Como vemos, en esta historia no hay buenos ni malos. Hay malos y más malos.
Juan Manuel D’Angelo
Twitter: @futboltrotters
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