Terminada la gira de campeones del mundo, nos detenemos sobre la letra de «Muchachos» de Fernando Romero ¿A partir de qué elementos ubicamos a Argentina? ¿Qué pasa cuando «eso se terminó»? ¿Por qué la palabra elegida fue «ilusionar»? Escribe Juan Stanisci.

Primero hay que ubicarnos en el espacio. Cuando la eternidad se hace presente, el tiempo se vuelve una sustancia menor. Las historias, tristes, épicas, inconclusas, breves, eufóricas, tristemente célebres, olvidables, comienzan en un punto y lugar determinados. Cómo nombramos ese lugar parece simple: Dakar, Copacabana, Al Ver Verás, Sucre, Quequén, pero son necesarias algunas pinceladas para que, quien lee o escucha pueda acercarse mejor. Mendoza, tierra del sol y del buen vino. Mar del Plata, cuna de Vilas, Piazzolla y Dibu Martínez. Argentina, tierra de Diego y Lionel, de los pibes de Malvinas que jamás olvidaré. Tenemos el lugar donde sucederá esta historia y tenemos, también, dos rasgos que el narrador decide destacar. El primero es un lenguaje universal: Diego y Lionel. Cualquier persona de la galaxia sabe que Argentina tiene doble apellido: Maradona y Messi. Los nombres de pila solo muestran la cercanía con ellos. Son propios. El otro rasgo, en cambio, es un guiño más interno: los pibes de Malvinas. Ausencias presentes.

Ubicados geográficamente saltamos directamente al conflicto. Es necesario delimitar la historia que se va a contar, pero antes una aclaración: el receptor nunca podrá comprender aquello que se cuenta. No te lo puedo explicar, porque no vas a entender. Se lo contamos a otro, pero el sentimiento es tan enorme que no podemos transmitirlo del todo.

Y ahora sí, el drama como esencia. En lugar de contar que hay un ave que resurge de las cenizas, se dice que hay cenizas de las que nace un ave. Las finales que perdimos, cuántos años las lloré. Pero este no es un lamento, no es un canto a tiempos mejores sino la necesidad de contar de dónde venimos para potenciar lo que vendrá. Algo se rompió, no se sabe bien qué pero sí se sabe cuándo. Eso se terminó. ¿Qué es eso? Las finales perdidas, los años de lágrimas. Porque en el Maracaná, la final con los brazucas la volvió a ganar papá. La tristeza muta en un soberbio y agrandado “papá”. No es una simple victoria, es el retorno al trono. Volvieron a despertarse los gigantes.

Aunque la transformación de la tristeza y el llanto a volver a ser “papá” no da certezas. Queda un resabio de aquellas finales perdidas. Pero trae algo más grande que la seguridad del triunfo: la posibilidad de soñar. La ilusión. Una ilusión colectiva, precedida por un llamado a quien quiera oír: Muchachos. No solo se modifica como nos percibimos, ahora también cambia el tiempo en el que se cuenta la historia. El narrador nos trajo hasta un punto exacto. Ahora sí importa el tiempo. Porque la ilusión no explota como una ansiedad futura ni como una nostalgia del pasado. Ahora nos volvimos a ilusionar.

Llega el oscuro objeto de deseo. La tierra de Diego y Lionel, tras años de desesperanza, luego de dar vuelta su destino, vuelve a llenarse el pecho de sueños. Es un canto de guerra que apunta en una sola dirección. La tercera. El objeto, tan oscuro, no se nombra. Sí, en cambio, en qué nos convertiremos al alcanzarlo: ser campeón mundial. Algo modificará la forma de estar en el mundo de quienes nacimos en la tierra de Diego, Lionel y los pibes de Malvinas. Algo que hará que todo cambie para siempre. Como en los cuentos de hadas, donde las cosas suceden para toda la eternidad. Solo que ¿quién necesita ser feliz por siempre si puede ser campeón del mundo?

Pero lo hecho no es suficiente. No basta con haber torcido el destino y haber vuelto a ser “papá”. Se necesita mucho más que cantos y voluntades humanas. Para alcanzar esa forma de la eternidad es necesario el favor de los dioses. Entonces aparece aquel que nos ubicó geográficamente. Como un faro que nos lleva a la tierra prometida. No es una sospecha ni un anhelo, lo constatamos con nuestros propios ojos. Al Diego, desde el cielo lo podemos ver.  Y por si no alcanzara él solo está la santísima trinidad, correntina y de Fiorito, soplando los vientos que van a empujarnos hacia el puerto deseado. Con Don Diego y con La Tota. Dios nunca estará solo. Y tampoco dejará librado a su suerte a aquel que busca guiar la nave de los sueños. Los vemos a ellos tres en el cielo. No escriben nuestro destino, solo empujan. Nuevamente no hay certezas, pero sí un camino. Una senda que se construye de la única forma que conocemos: alentando. Alentándolo a Lionel. No a nosotros, que al fin y al cabo somos nadie. A aquel que puede hacernos mucho más que alguien, que tiene la llave de la inmortalidad.

 Una vez más elijo creer se vuelve algo mayor que un hashtag. Lo explica en sus últimos instantes el documental que la FIFA estrenó hace pocos días: “Argentina cree que la copa del mundo de Lionel Messi, estaba escrita en las estrellas”.

Juan Stanisci
Twitter: @juanstanisci

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