En un nuevo aniversario del asesinato de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki durante una represión policial en el Puente Pueyrredón que terminó en la ex estación Avellaneda, rescatamos esta historia sobre la simpatía de Darío por la selección turca durante el Mundial 2002. Un texto de la Coordinadora de Derechos Humanos del Fútbol Argentino
Así, de movida, no se puede entender fácilmente por qué Darío Santillán hinchaba por el fútbol de Turquía. Algunos dicen que era porque Argentina, pese a haber arribado a Japón con el mote de candidata, había quedado eliminada en la primera ronda. Algunas, en cambio, aseguran que era porque a Darío no lo apasionaba el fútbol y, en el contexto de un mundial con las agujas al revés y de un país que aún ardía tras el incendio de diciembre de 2001, los colores de la camiseta del conjunto dirigido por el filósofo Şenol Güneş le resultaban simpáticos. Sin embargo, quienes lo conocieron en profundidad en los días y en las noches de resistencia en el barrio La Fe, en Monte Chingolo, sueltan otra hipótesis: el 3 de junio de 2002, Darío había pispeado la derrota de los turcos frente a Brasil y había quedado asombrado por el modo en el que el mediocampista Emre Belözoğlu y sus compañeros ponían el cuerpo y el corazón en cada pelota.
Darío hinchaba por el fútbol de Turquía y eso no le impedía condenar el brutal genocidio perpetrado por el Imperio Otomano entre 1915 y 1923 contra el pueblo armenio. Más bien, los goles de Hasan Şaş, la referencia del ataque turco, le funcionaban como una excusa para contar cómo millones de personas habían sido arrasadas por ser, por pensar o por cuestionar al poder de turno. Y no lo hacía porque fuera políticamente correcto manifestarse de esa manera en los albores del siglo XXI: lo hacía porque había nacido el 18 de enero de 1981 en Don Orione, un barrio de laburantes del sur del conurbano bonaerense, en tiempos en los que la Argentina era gobernada por una dictadura genocida que, a través de la boca de Jorge Rafael Videla, había instalado en el planeta la figura del desaparecido. Militante consecuente con sus ideas, Darío se reivindicaba como heredero de los sueños enarbolados por los 30.000 a partir del trabajo codo a codo con quienes padecían en carne propia las consecuencias de más de una década de políticas neoliberales.
Alberto, su papá, lo recuerda simpatizante de River y futbolista ocasional en los potreros de la infancia. La Tana, compañera en esas jornadas de protesta en las que las gargantas se enrojecían puteando al hambre planificado y reclamando por empleo digno, todavía lo observa vestido con una remera de Hermética y discutiendo como un cabrón con argumentos firmes en todas las asambleas: “Los enojos no le hacían perder la ternura. Siempre se preocupaba porque los pibes y las pibas del barrio tuvieran con qué jugar”.
Fenómenos de los que casi nadie logra abstraerse, los mundiales asoman cada cuatro años para colarse hasta en las rutinas más insólitas. Algo de eso sucedió con el Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) de Lanús, la organización a la que pertenecía Darío, ante los partidos que llegaban de madrugada desde Corea del Sur y Japón. En la mañana del 7 de junio de 2002, el clásico ante Inglaterra acaparó los ojos de quienes se reunieron en el centro comunitario delante de un televisor prestado. La caída por 1 a 0 estuvo lejos de despertar sonrisas pero para Darío no significó ninguna tragedia: primero, porque entendía que el verdadero drama nacional radicaba en la potestad del Fondo Monetario Internacional (FMI) para definir los destinos del país; y, segundo, porque ya sospechaba que a Turquía le esperaban grandes hazañas en la otra punta del universo.
La Selección se despidió del torneo el 12 de junio con el fatídico 1 a 1 ante Suecia y Darío lo lamentó más por quienes latían a la espera de que el fútbol les ofreciera la sonrisa que la realidad les negaba que por la crítica despiadada que se desató sobre Marcelo Bielsa. Sin embargo, mientras ponía fichas en el armado de una bloquera que le diera solidez a las casas que empezaban a levantarse en La Fe, se regocijó en secreto cuando se enteró de que Turquía se había clasificado a los cuartos de final al ganarle a Japón por 1 a 0. Cuando llegó el triunfo ante Senegal en el alargue y a los turcos les colgaron el rótulo de revelación, más de uno creyó que Darío, además de un pibe de 22 años que parecía más grande por la madurez con la que respiraba, era un visionario. En semifinales, tocaba otra vez Brasil. Y la cita era el miércoles 26.
Pero el miércoles 26 Darío arrancó temprano para el Puente Pueyrredón. Estaba pautada una masiva movilización en uno de los principales accesos a la Ciudad de Buenos Aires. Fue sin saber lo que le esperaba. Las Fuerzas de Seguridad, con el aval de distintos sectores del poder político, reprimieron con el sadismo de las memorias más brutales. Darío se metió en la estación de trenes. Afuera había cientos de detenidos y decenas de heridos. Se escuchaban disparos por todas partes. Lo encontró a Maximiliano Kosteki en el suelo. Estaba malherido. No lo abandonó. Así era él. Pidió que no tiraran. Al comisario Alfredo Fanchiotti, al cabo Alejandro Acosta y al resto de los responsables materiales de la Masacre de Avellaneda no les importó: lo mataron como habían matado un rato antes a Kosteki. Los responsables intelectuales vieron con buenos ojos el título central de Clarín al otro día: “La crisis causó 2 nuevas muertes”. ´
Un detalle más. En la tapa el diario, arriba de la palabra crisis, aparecía una foto de Ronaldo: un gol suyo había bastado para dejar a Turquía afuera de la final en Yokohama. Darío no llegó a lamentarlo porque las balas asesinas le arrancaron la vida. Uno y mil merecidos homenajes se realizaron en su nombre en estos 16 años. Los jugadores turcos hicieron el suyo al ganarle a Corea del Sur por 3 a 2 y meterse en el podio mundialista. Pero el más importante estuvo y está a cargo de quienes, desde diferentes perspectivas, levantan las banderas de un mundo justo. Con la pelota rodando en estos días en Rusia, hay una cuestión que queda bien clara: los mundiales pasan y pasan y Darío siempre está presente.
Texto publicado originalmente en la página de Facebook de la Coordinadora De derechos humanos del fútbol argentino el 26 de junio de 2018. Si quieren saber más sobre ellos les dejamos la página: https://m.facebook.com/Coordinadora-DDHH-del-Fútbol-Argentino
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