Dos tipos que hasta hace poco eran enemigos, aunque a decir verdad lo seguirán siendo unas semanas más, se juntan para dar una conferencia de prensa. Están a la víspera de un evento que los va a marcar como profesionales por toda su carrera. Llegan, se saludan como dos viejos conocidos que se respetan y se sientan. Los flashes se disparan uno tras otro. La sala está en completo silencio, ya avisaron que no van a aceptar preguntas solo van a comunicar una decisión conjunta. Los tipos son Marcelo Gallardo y Guillermo Barros Schelotto y están a punto de anunciar, que luego de las finales, salgan como salgan, van a renunciar.

En los últimos 18 años Boca y River, River y Boca, se enfrentaron en todas las instancias de Copa Libertadores: octavos de final en el 2015, cuartos de final en el 2000, semifinales en 2004 y finales en este 2018. A esto le podemos sumar las semifinales de la Copa Sudamericana en el 2014 y la final de la Supercopa Argentina en 2018. Salvo los cuartos de final del 2000 donde Gallardo no estaba jugando en River y las semifinales de la Copa Sudamericana en 2014 cuando Guillermo no dirigía a Boca, en todas estuvieron presentes, ya sea como jugadores o como técnicos.

Como técnico Gallardo siempre salió victorioso y como jugador fue Guillermo el que ganó. Estamos hablando de dos de los máximos ídolos en sus clubes. Ambos han llevado a River y a Boca en los últimos años a lo máximo de sus posibilidades. Quizá Guillermo esté un paso atrás si se hace una lectura rápida, pero si se mira en detalle jugó dos Copas Libertadores, en una llegó a semifinales y en la otra está en la final, ganó los dos campeonatos locales que jugó y solo le quedó pendiente la Copa Argentina, un certamen que depende el humor de los periodistas y quien pierda o quien gane, es una copa menor. Por el lado de Gallardo, como decíamos un pasito por encima, ganó una Libertadores, una Sudamericana, dos Copas Argentina, dos Recopa Sudamericana y la Superfinal con Boca, lo único que le quedaría en el debe es el campeonato local.

Jugar contra el eterno rival, es la máxima expresión del fútbol para cualquier hincha. Es el partido por el que se espera todo el campeonato. En general no se quiere ver ni en figuritas a ese escudo ni a esos colores, pero jugar contra ellos es lo más lindo que hay. Porque ahí es cuando está todo en juego y las posibilidades se llevan a los extremos: ganar es la alegría máxima y perder es un golpe muy duro. Las emociones durante el partido van de acá para allá como si estuviéramos por volvernos locos y, en algún punto, lo estamos. Pero ahí es dónde está la vida, en esas experiencias que van de la alegría al llanto en un segundo y de la tristeza a la euforia de nuevo. La vida aparece en todo su esplendor cuando se pone un pie en la huella del diablo, decía Rodolfo Kusch un antropólogo obsesionado con los fenómenos populares y su relación con el bien y el mal. Porque, al final, el superclásico es eso: la lucha entre el bien y el mal en un rectángulo de pasto, con una pelota y veintidós jugadores. El bien, claro está, somos nosotros. El mal son ellos. Ahí, en esos noventa minutos se juega la eterna lucha que todas las sociedades han representado en la mitología, en el arte popular, en la literatura o en el vivir mismo. Nuestro rito es el fútbol. Y en el fútbol libramos la gran batalla.

River y Boca, Boca y River, están a punto de jugar los partidos más importantes de sus historias. Sí, por más que sepamos que la historia seguirá siendo la historia, esta serie marcará un antes y un después. Demás está decir que hablamos de fútbol, acá no está en juego la vida de nadie, tampoco el destino del país ni nada por el estilo. Esto es fulbo señoras y señores. Pero como bien sabemos, el fútbol es lo más importante dentro de lo que nada importa. Y como tal, nos transporta a experimentar sensaciones que probablemente no atravesemos con ninguna otra actividad. Entonces volviendo al querido Kusch, estamos pisando la huella del diablo para palpar la vida, alejándonos de la comodidad de los partidos donde solo hay tres puntos en disputa. Nos incendiamos en estos clásicos, ya sea desde la tribuna o frente al televisor. Y aunque se gane o se pierda, nadie nos va a quitar la sensación de haber podido tomar el cielo por asalto. Y eso se lo debemos a Guillermo Barros Schelotto y a Marcelo Gallardo. Ellos nos han traído, así como de las narices, hasta este punto que es la exégesis del superclásico. Porque si jugar contra “ellos” es lo más lindo que nos puede pasar y la Copa Libertadores es el torneo que más vale para Boca y para River, entonces estamos frente a la máxima expresión del clásico de los extremos porteños. Extremos geográficos, con uno bien al sur de la ciudad y el otro bien tirado al norte; extremo social (aunque cada vez más difuso este punto), con una hinchada identificada con las clases populares y la otra con las clases más acomodadas o dicho en criollo: bosteros y millonarios; extremo en cosmovisión, con un club que pregona el buen juego, la estética y la razón, mientras del otro lado están la garra, la fuerza y el corazón (aunque hay excepciones de los dos lados).

Guillermo Gallardo 2

Probablemente nadie pensó nunca estar viviendo lo que estamos viviendo. Yo por lo menos nunca imaginé que se pudiera dar esto. Y será único, ya que a partir del año que viene la Copa Libertadores se definirá con un solo partido en un país designado antes de arrancar el certamen. Entonces viene la pregunta ¿Qué más puede motivar a los técnicos para seguir en los clubes luego de esto? Tanto en la victoria como en la derrota probablemente nada. Porque, como dije varias veces, han llegado al punto máximo de éstos dos clubes. Encontraron el techo. Alguno o alguna me puede decir que el que pierda puede quedarse para buscar revancha. Pero sabiendo que es prácticamente imposible que éste escenario se vuelva a dar, entonces no hay revancha posible. Por supuesto que la historia sigue y que River y Boca seguirán enfrentándose, saliendo campeones, ganando, perdiendo y empatando como siempre, pero Gallardo y Schelotto agotaron sus posibilidades.

Por eso y para no alimentar el morbo del folklore barato, les pedimos que antes del sábado presenten su renuncia. Que se junten, se abracen y digan hasta acá llegamos. Sepan los dos, que pase lo que pase, el fútbol argentino les estará eternamente agradecidos por esto que se viene.

Juan Stanisci

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