Crónica de la final del Mundial de 1974 entre Alemania y Holanda. Escribe Juan Stanisci después de volver a ver el partido.
Si usted tiene al mejor jugador del mundo en su equipo y le toca jugar una final de un Mundial contra Alemania le recomiendo que empiece a rezar. Si además el año termina en 4, entonces ya no habrá nada que hacer. Le pasó a Hungría con Puskas en 1954, a Holanda con Cruyff en 1974 y a Argentina con Messi en 2014.
La final de la Copa del Mundo Alemania 74 enfrentaba a la mejor selección de la época, Holanda, contra el equipo local, Alemania Federal, la capitalista. El equipo favorito era Holanda, comandada por Rinus Mitchels desde el banco y por las gambetas endiabladas del símbolo de la era post Pelé: Johan Cruyff. La naranja mecánica había impuesto una renovación del fútbol a través de la tenencia de la pelota, la presión alta y la movilidad de sus futbolistas dónde todos los jugadores podían aparecer en cualquier parte de la cancha.
El arranque del partido en el Olympiastadion de Munich fue una demostración del llamado “fútbol total”. Holanda saca del medio; Cruyff se para como último hombre y desde ahí mueve los hilos. Después avanzar unos metros lateralizando, el número 14 cambia de ritmo y rompe por adentro, amaga, entra al área y Uli Hoeness lo baja. El árbitro no duda: penal.

Neeskens marcó de penal el gol más rápido en una final de la historia de los mundiales. Además la primera vez que un jugador alemán tocó la pelota en el partido fue Sepp “el gato” Maier, el arquero de Alemania, para ir a buscarla adentro del arco.
Era otro fútbol que el que se vio cuatro años antes en el Estadio Azteca cuando se enfrentaron Brasil e Italia. Quizás porque en Berlín no había la altura ni el calor del Distrito Federal mexicano. Quizás porque ni Holanda ni Alemania practicaban el catenaccio italiano. Quizás porque tampoco estaban Pelé, Gerson, Tostao, Rivelino, Clodoaldo, Carlos Alberto o Jairzinho, que jugaban lento, como sabiendo que los goles llegarían por prepotencia de talento. La final entre Alemania y Holanda no da respiro. Cada vez que los equipos salen del fondo siempre es yendo para adelante. Buscando el arco contrario.
Tampoco los árbitros eran los mismos, la falta a Cruyff cuatro años antes no la hubieran cobrado. Si bien a nuestros ojos las faltas siguen siendo violentas y hay pocas tarjetas, hecho que se mantendría hasta Italia 90, ya se empiezan a cobrar fules más pequeños. Cuarenta seis años después, es penal no hay dudas. Pero a los ojos del mundial anterior era siga siga.

Neeskens convierte y eso probablemente haya sido lo peor que le pasó a Holanda, además de la presencia de Beckenbauer y Maier. A partir de ahí el primer tiempo fue todo de Alemania. Holanda se dedicó a esperar. Beckenbauer frenaba las contras de Rep, Neeskens y Cruyff. Jugaba para el veterano Overath (había jugado la final del 66) y éste distribuía. Alemania dominó todo el primer tiempo, mientras que Holanda lo hizo en el segundo.
A los 24 minutos Neeskens intenta una patriada pero pierde con Beckenbauer. Si el mundo fuera un lugar justo debería recordarse esta jugada tanto como la que produjo el penal para Holanda. Beckenbauer corta y sale jugando con Overath parado de cinco. El Kaiser va a buscar la devolución pero Overath no se la da. Abre con Hoezelbein que recibe un poco antes de tres cuartos con toda la defensa holandesa armada. Cambia de ritmo, amaga ante el que lo persigue. Entra al área y deambula entre las piernas naranjas como si jugara con el hijo. Penal y gol de Breitner.
Flaco, alto y rubio. Mete piques por la banda derecha, a la espalda de Krol. Se va a la izquierda y también desborda. Juega a otra velocidad. No es Ivan Drago. Es Jurgen Grabowski y no tiene nada que envidiarle a Gareth Bale ni a ninguno de los atletas del fútbol moderno. Juega de win derecho, pero se mueve por todo el ataque y agradece que los controles antidoping de la época fueran bastante flexibles. Grabowski volvió loca a la defensa holandesa por izquierda y por derecha.
Me animo a decir que el equipo alemán era más parejo que el holandés. Claro está que no tenía un Cruyff, pero sí tenía muchos buenos jugadores. En el segundo tiempo quedará claro que, además de la gran, grandísima, excelente, actuación de Sepp Maier tapando pelotas increíbles, Neeskens y Rep no estarán a la altura del flaco de la 14. Todos los ataques pasaron los pies de Cruyff, mientras que los de Alemania podían venir de los wines Grabowski y Hoezelbein; de las rupturas de Beckenbauer; de los laterales Breitner y Vogts o de los grandes mediocampistas Overath y Bonhoff. Por si esto fuera poco en el área esperaba Gerd “torpedo” Muller.

A falta de dos minutos para que termine la primera parte, es Bohnoff quien rompe a la espalda de Krol, desborda y tira el centro para que Muller, sin acomodarse defina y de vuelta el partido. Floja respuesta de Jongbloed.
El arquero holandés había disputado cuatro minutos con la selección en un partido contra Dinamarca en mil 1962, es decir 12 años antes. Ese era su único antecedente. El arquero titular Jan Van Beveren se había lesionado y llegaba con lo justo al mundial, pero a último momento decidieron bajarlo. En su lugar ingresó Jongbloed arquero semiprofesional que atendía una cigarrería cuando no estaba atajando para el FC Amsterdam. Su fuerte no eran sus manos, sus reflejos ni sus tapadas, sino su buen juego con los pies, algo que hoy en día parece normal pero en aquella época era toda una novedad. Dicen que Cruyff pesó en la decisión de llevarlo y que sea titular. Lo cierto es que Jongbloed, que atajaba sin guantes y con la número ocho (salvo Cruyff que mantuvo la 14, el resto de sus compañeros usó el número según su apellido), recibió un solo gol en los primeros seis partidos de la copa. Pero en la final parece que podría haber hecho algo más en los goles. En el penal de Breitner se queda parado, mientras la pelota entra por el palo derecho. En el segundo gol sí tiene clara responsabilidad: el remate de Muller es sorpresivo, pero no muy fuerte y tampoco muy esquinado.

El camino a los vestuarios encuentra a Cruyff enojado por algunas patadas que recibió y no fueron sancionadas. Discute con el árbitro y que termina siendo amonestado.
El segundo tiempo fue la inversa, Holanda iba e iba, mientas Alemania buscaba liquidar con alguna contra. Todos los avances holandeses venían de los pies de Cruyff. Y casi siempre se encontraban con la tremenda marca de Beckenbauer o con la gran figura de Maier. Holanda careció del juego de los partidos previos. No tuvo movilidad ni presión asfixiante. No solo eso, sino que, en el tiempo que se dedicó a jugar, Alemania fue la que tuvo esas características. Breitner el lateral izquierdo, por dar un ejemplo, aparece muchas veces de 10.

En la desesperación holandesa, cae un centro en el área alemana y Maier sale a cortar. Como Neuer a Higuaín pero al revés, el delantero se lleva puesto al arquero. Grave error. Ante la mirada de Overath y el árbitro, Maier se levanta y le encaja un soplamocos al holandés. El correctivo no mereció sanción.
Este sería el último mundial donde las publicidades de los carteles eran más locales que internacionales. A partir del siguiente las multinacionales empezarían a tener cada vez más lugar.
Al final no hay invasión, cosa que sí hubo en México 70. Quien se adueña de la copa es Sepp Maier. Tanto atajó durante el partido que mientras da la vuelta olímpica se va pasando la copa de mano en mano para descansar sus brazos.

Alemania no tenía al mejor jugador del mundo, pero sí al mejor en cada puesto. Un equipo sólido que cuando tuvo que ir a buscar, borró de la cancha a uno de las selecciones más recordadas de la historia de los mundiales. Del otro lado, la única respuesta a la pregunta ¿Cómo le hacemos un gol a Alemania? Estaba en los pies de Cruyff. Con el pitazo final terminaría el único mundial que pudo disfrutar del flaco número 14.
Juan Stanisci