Se cumplen 20 años de la formación de uno de los equipos más importantes de la historia del deporte argentino: Las Leonas. Dos décadas desde la medalla de la plata en Sidney 2000. Escribe Santiago Núñez.

«Las Leonas, símbolo del deporte nacional, son parte del patrimonio que nuestro país, como todo país, necesita. Reconocerlas y valorarlas es una forma de fortalecer a la sociedad, especialmente a la porción que se nutre de la pasión, la seguridad y la alegría que otorga tener una referencia sana. Por eso debemos cuidarlas, homenajearlas y mantener su vigencia»

Fragmento de la carta que le escribió Marcelo Bielsa a Las Leonas y publicó en Twitter Inés Arrondo.

Cuando Soledad García miró desde el cordón donde estaba el hospedaje de la Villa Olímpica a través de los edificios, su mirada quedó quieta, casi estupefacta. En el agujero que la arquitectura le había proporcionado a su vista de manera involuntaria, la escena gloriosa del estadio olímpico de Sidney quedaba en el centro. La expectativa de miles y de millones se transformaba en fuego sagrado. La joven crack cordobesa miró, como quien espía una escena sin querer, lo único que sus ojos podían mirar. La llama olímpica se había encendido. Todo empezaba a cambiar para siempre. aquel momento, la selección femenina de Hockey tenía buenos resultados entre esas selecciones que no ganaban, pero no podía dar el salto. «Tenemos que sacarlas de cuartas», en alusión a lo que viene después del tercer puesto, decía el maestro de mil batallas y millones de emociones Cachito Vigil. Les costaba, en los torneos importantes, poder jugar una final.

Pero en Sidney 2000 todo cambiaría. La fuerza mental, técnica y física del plantel argentino estaba a punto de dar su gran salto. De un equipo que tenia la seguridad en las manos y la armadura de Mariela Antoniska; la garra de Magdalena Aicega, Mercedes Margalot e Inés Arrondo; el corazón de Karina Masotta; la grandeza de Cecilia Rognoni; la magia insuperable de Luciana Aymar; y la capacidad goleadora de Sole Garcia y Vanina Onetto. De un equipo que demostró que lo tenía todo para pasar a la historia y demostrar que la pelota no solamente se patea, sino que también se lleva con el palo.

La Argentina tuvo una primera ronda, muy positiva para pasar segunda en su grupo por detrás de Australia. Pero una vez en la fase final, parecía que el mundo se derrumbaba. Dos días antes del arranque el cuerpo técnico argentino se dio cuenta que el reglamento había cambiado. Que a la ronda final se llegaba con los puntos ganados en el primer grupo sí y sólo sí los equipos derrotados habían pasado de ronda. Pero la Argentina solamente le había ganado a Corea del Sur y a Reino Unido, por lo que llegaba con cero puntos a la ronda final y tenía que ganar los tres partidos para poder pelear por el oro. Tenía que haber, básicamente, un milagro.

Pero el equipo que ya se había autodenominado correctamente «Las Leonas» no tenía pensado volver a casa ni jugar por el quinto o séptimo puesto. Tal es así que en una racha impresionante, triunfó contra Holanda, China y goleó a Nueva Zelanda, todo en tres días, y llegó a la final. La alegría fue inmensa. La derrota en el último partido con Australia no fue una anécdota pero si algo secundario al lado de uno de los torneos más importantes de la historia de nuestro deporte.

Nada quedaría, por supuesto, allí. En 20 años seguirían dos copas del mundo, dos medallas de bronce y otra de plata en los JJOO y siete Champions Trophy.

«Tuvimos un sueño grande», mencionó hace poco en una entrevista con un diario cordobés Cachito Vigil, haciendo alusión a un equipo que nos enseñó que se puede luchar para siempre y y ganar como nunca. A un equipo que, preseas al margen, vale oro. A un equipo con la fortaleza para bancarse que nada sea igual.

En realidad, a veces pienso que Cachito estaba ligeramente equivocado. Que fuimos nosotros y nosotras quienes soñamos con Las Leonas. Como para siempre poder enamorarnos. Como para siempre mantener la llama encendida.

Santiago Núñez

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