Hoy cumple años Fernández Moores, el mejor de los nuestros. Aprovechamos la fecha como excusa para contar una historia de periodismo, barrio, fútbol y cualquier camino que tenga corazón. Escribe Lucas Jiménez.

De chico cuando me preguntaban qué quería ser de grande respondía relatar partidos. Al terminar el secundario mi idea inicial fue estudiar Comunicación en la UBA pero tardé más de la cuenta en dar las materias que me llevé. Debía las 3 matemáticas del polimodal. En diciembre de 2005 rendí la de primero, en febrero tenía que dar la de segundo. Me acuerdo que no me iba a presentar, había dejado de ir a lo de la profesora particular frustrado de que no me salgan los ejercicios. El día anterior a rendir me fui hasta Núñez a ver Banfield-River en el Monumental. Arrancamos ganando con gol del Rioja Leiva y yo lo festejé dedicando un par de puteadas al aire a Pitágoras, Tales y todos los que inventaros esos teoremas que no lograba entender.

Pero River se empecinó en cagarme el domingo. Lo empató Lucho Figueroa de cabeza y el segundo tiempo en el arco debajo de la tribuna visitante vi de cerca como la peinó Figueroa para que Gonzalo Higuaín ponga el 2 a 1. Después entró Gallardo para meter el 3-1 definitivo. Los domingos de cancha son hermosos hasta que perdes y te arruina lo que resta de la jornada. Volví a Lomas frustrado. El resultado confirmaba que no tendría que haber ido a la cancha. Perdí casi todo el día en esa excursión futbolera.

Llegué a mi casa y me tiré a dormir. Me levanté cerca de la medianoche y pensé en un rapto de lucidez que el día ya no podía empeorar. Entonces agarré todos los ejercicios que tenía de matemática y me puse a practicar. Como por arte de magia todas las combinaciones que nunca me habían salido fluían dando el resultado justo. Así le metí toda la madrugada y fui a rendir casi sin comer, siempre sin dormir. Aprobé matemática de segundo como si fuera un sabiondo en el tema.

Entonces me embalé y dije capaz llego a terminar la secundaria este verano para empezar la facultad. Suspendí ir a la puerta a tratar de colar en los recitales de los Stones en River, ni me inmutó que un amigo me haya dicho que había entrado el primer día. El 24 de febrero aprobé filosofía, la antepenúltima materia que me quedaba, y le dije al profesor “por estudiar ayer no fui a ver a los Stones”. Me miró con cara de a mí qué carajo me importa y entendí que debía salir del aula para que pase el siguiente.

Parecía que se daba la heroica pero no. Desaprobé matemática de tercero y recién pude terminar el secundario en diciembre del 2006. Se me pasó la fecha para anotarme en la UBA y así recalé en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Empecé a estudiar periodismo en 2007 y duré apenas un cuatrimestre y medio. Había empezado a trabajar de repositor y a veces no llegaba a cursar. Cansado de llevarme los apuntes y sobrecargarme la mochila al pedo, dejé la facultad.

Pero mi mamá me insistió que siga estudiando. “Anótate en una privada”, me tiró. Y no era tan loca la idea porque yo trabajaba en Editorial Planeta y ganaba dentro de todo bien, no pagaba alquiler. Lo podía realizar. Allá fui al Círculo de Periodistas Deportivos porque era más barata la cuota que Deportea y porque en un viaje yendo a ver a Callejeros a Mar del Plata conocí un pibe que me dijo que estudiaba ahí.

La experiencia duró un año y medio. El detonante final fue que me echaron del laburo y ya no iba a tener la guitarra para pagar la cuota. Pero la realidad es que ya hace algunos meses venía dudando si seguir o no. No me gustaba como pensé que me iba a gustar. De primer año me llevé filosofía, más por vago que por lo complejo del contenido. Di el final en pocos minutos y después me quedé hablando con el profesor que era joven, a este sí le hubiera interesado si le decía que suspendí ver los Stones por Platón. Me preguntó por mi vida y le conté que antes estudiaba una carrera universitaria en Lomas. Me acuerdo que me miró fijo como quien acaba de escuchar un error y no se aguanta la lengua para corregirlo. “¿Y se puede saber por qué pasaste de lo más a lo menos?”, me tiró. Quedé helado al escucharlo, improvisé una respuesta que no llegué a terminar. “Vos sabes que una carrera universitaria es más que un terciario.”

Ya por esos años me gustaba leer el diario, hobbie que adquirí de las aperturas que hacía en los supermercados. Consistían en ir al súper antes que abra y dejar toda la góndola del sector ordenada para cuando abran las puertas al público. Había que caer a las 7 y media y tipo 9 salías a desayunar al shopping donde estaba el mercado. La apertura más temprana yo la hacía en el Jumbo de Lugano que queda en Parque Brown. Al salir a desayunar, lo más barato que había era la promo de Mc Donalds, un café que con los años de ingerirlo a diario decanta en una adicción necesaria al Omeprazol.

Bueno la onda es que toda la manada de repositores que iba ahí se peleaba por quien llegaba primero para agarrar los diarios gratis del día que tenía el local. El más requerido era el Olé, después venía el Clarín y el último medio de descarte era La Nación. Los repositores de lácteos entraban a las 6 por lo que salían antes que nadie así que el Olé era de ellos, el Clarín algún día lo podías enganchar pero por la hora que salía yo, la fija era La Nación. Solo leía el suplemento deportivo. Me acuerdo estar pasando las hojas un miércoles hasta llegar a la contratapa que me cambiaría la vida.

La nota se titulaba “La reconstrucción” y arrancaba así: “Colonia, Alemania.- Andrew Jennings puso su mejor voz de Tom Waits y preguntó desafiante: «Dicen que el nuevo director de comunicaciones de la FIFA está en la sala? Hooola, ¿estás aquí?». Walter De Gregorio no tuvo más remedio que ponerse de pie. «Ah, ¿cuánto te pagan para venir a mentirnos?», le dijo Jennings”. Hablaba del congreso Play The Game de 2011 y nombraba intervenciones de periodistas críticos con la FIFA que estaba en proceso de reconstruir su imagen dañada por escándalos de corrupción. Pero también en el medio el periodista contaba la reconstrucción de Colonia después de la segunda Guerra Mundial. “Recibió 262 bombardeos de las fuerzas aliadas que derrocaron a Hitler. Media ciudad fue destruida. Son 31 metros cuadrados de escombros por habitante. En 1945 quedó sólo el ocho por ciento de la población.”

Al terminar de leerla quedé con la boca abierta. ¿El periodismo deportivo también podía ser esto? ¿Quién lo escribió? Entonces giré mi vista hacia el nombre que estaba debajo del título. “Ezequiel Fernández Moores”. Ahí quedó, agarré mi mochila y fui hacia la avenida Cruz a tomarme el 114 para seguir con mi recorrido de reposición externa. Rutina que se vio interrumpida cuando nos echaron a todxs para tercerizar el trabajo con otra empresa que manejaba la distribución y reposición de varias editoriales. Me vi forzado por el contexto a dejar de estudiar periodismo deportivo en la privada. En ese momento solo me invadía la frustración por otro fracaso en mi intento de estudiar algo.

Enganché un laburito de volantero que me pagaban 90 pesos por semana. Tenía que entregarles panfletos a porteros de edificios sobre créditos que les otorgaba una financiera. Para engancharlos baldeando las veredas tenía que arrancar temprano de casa. Me iba a las 6, cosa de a las 7 estar en la zona asignada de esa semana. Siempre en Capital. De la época de repositor me había quedado el berretín de desayunar en Mc Donalds la promo de café con medialunas, pero mi actualidad financiera ya no daba para ese gasto. Entonces solo lo hacía una vez por semana. El resto de los días me compraba un pan y desayunaba eso con el café que vendían apenas salís de Constitución.

Una vez me tocó volantear cerca del Congreso y del Círculo de Periodistas Deportivos donde estudiaba. La nostalgia me acompañó esa mañana. Para levantar el ánimo me metí en el Mc Donalds de Callao a desayunar leyendo el diario. No tenía mucha plata así que compré el café con una medialuna. La cajera me decía que por 2 pesos más me podía llevar la promo con 3. “Así estoy bien”, le dije. La bandeja con el pedido lo preparó otra chica y cuando armó el mío puso un café con leche con 3 medialunas. La miré como dándole la oportunidad de que se avive del error. Me sonrió y me dijo “cursamos juntos en la facultad de Lomas hace 2 años, no pude seguir estudiando por laburo pero me acuerdo de tu cara. Tomalo como un regalo de una  vieja compañera de cursada”. Le agradecí mientras gritaba “quien está para pedir sin atender”.

Me fui a sentar con mi desayuno. Leí La Nación y a Fernández Moores de nuevo. Ahí me di cuenta que escribía todos los miércoles. Salí de ahí y me fui a Zivals, la disquería que está en Callao y Corrientes a revisar cds. Se me dio por  indagar un territorio desconocido: el sector de los libros. Me llamó la atención uno sobre la corrupción en la FIFA. El prólogo era de Fernández Moores. El imán de los libros empezaba a generarme curiosidad. Una vez ojeando uno, leí que Juan Pablo Varsky elogiaba a Fernández Moores como el mejor de los nuestros.

JP era mi referente deportivo desde que lo conocí comentando los partidos de la B Nacional en América TV junto a Miguel Simón. Me acuerdo que cuando le quedaba poco al encuentro y un equipo iba en busca del empate Varsky tiraba: “el partido está entrando en el terreno del cómo sea”. El año pasado entrevistaron al Burro Ortega en Club Octubre 94.7 y fuera del estudio estaba Simón que no quiso entrar para no interrumpir la nota con Ariel, que para agradecerle la gentileza dijo “yo lo escuchaba a Miguel Simón cuando decía el cuero vuela por el cielo de Quilmes”.

Por el año 2000 Simón y Varsky hacían un programa en Radio Nacional al mediodía que se llamaba “Siga Siga” junto al Ruso Verea. Yo lo escuchaba los días que faltaba al colegio porque iba al turno tarde. De ahí en adelante el ex arquero pasó a ser mi referente radial. Siempre que lo enganchaba en algún lado paraba el oído porque algo me aportaba. Una de esas veces lo escuché decir una frase dos veces buena por lo breve: “Ezequiel Fernández Moores me enseñó que informar es dar forma”. Era eso lo que me atrapaba de él, que ponía en contexto las historias que contaba.

Casi al mismo momento que descubría mi camino me topé con la Revista Un Caño. Ahí leí montones de cosas que me nutrieron. Por ejemplo una nota de Pablo Cheb Terrab post Sudáfrica 2010 que se titulaba “Blanco sobre negro” y hablaba de cómo permanecían las desigualdades étnicas por más de que las leyes de segregación racial dejaron de tener vigencia desde 1995. “Me recibió una recepcionista en el hotel. Era negra. Su supervisor, blanco. El botones, negro. Las mucamas, negras. El conserje, blanco. El que estacionaba el auto, negro. El que alquilaba los autos, blanco. El que te lo traía una vez que lo habías alquilado, negro. Fui a un restaurante, esa misma noche. Te daba la bienvenida una chica blanca. Los mozos, negros.”

Todas esas cosas me hicieron volver a donde había partido. Regresé a estudiar periodismo en la universidad pública siendo un desempleado. Me daba vergüenza cuando los profesores preguntaban quien trabajaba y yo no podía levantar la mano. A la semana me crucé en la facu a la chica del Mc Donalds. “Volviste”, le dije. “Sí, vamos a ver qué onda”, me respondió. El viento de cola de las buenas noticias me trajo un trabajo nuevo de repositor. Cursé materias en las que quedé libre por faltas, porque volvió la rutina de no saber cada día a qué hora terminaba de trabajar. Así y todo no dejé la facultad. Cursaba como podía pero cursaba. No me daban días de estudio en el trabajo. “Acá los repositores no estudian”, me dijo una vez mi jefe.

Para no trabajar al otro día y poder ir a la facultad a horario me anotaba en los inventarios que se hacían en los supermercados de noche. Sean donde sean. El trabajo consistía en verificar que las cantidades que contaba la empresa que hacía el inventario sea lo que realmente había para corregir cualquier error. Hasta que ellxs no terminaran su parte no había mucho para hacer. En esas noches leí mi primer libro después del colegio. Se llamaba “Pep Guardiola, otra manera de ganar” de Guillem Balague. En realidad decir leí es muy exagerado, lo ojee. Porque no se podía leer. Pero yo hacía que revisaba a ver si tenía puestas las alarmas para que no se lo roben y abría páginas al azar. El libro contaba los conflictos de Pep con los delanteros que acabaron saliendo del Barcelona, y muy en particular con Ibrahimovic, y el trasfondo detrás de la decisión de ubicar a Messi de 9 en un clásico contra el Real Madrid en 2009 que ganó el Barsa 6-2.

Seguí manteniendo el ritmo de trabajar de repositor externo por todo Capital y el conurbano y estudiar en la Universidad de Lomas durante 3 años. Hasta que mi cabeza dijo basta porque cada vez me mandaban a trabajar más lejos. Hace poco sacamos una revista en LANM donde cuento que empecé a escribir gracias a la selección argentina en Brasil 2014. Esa es una parte de la verdad, la otra es que pude darle continuidad a los escritos cuando dejé de trabajar de repositor. “Es lógico, Spinetta nunca trabajó en una fábrica”, me soltó alguien una vez. Llegaba a casa con la espalda partida.

Hoy pienso que en realidad me gustaría haber escrito todas las vivencias que tuve con otros repositores en ese momento. Hablar de cuando el hincha de River Dani me contó la historia de los Nood Saibot encapuchados que entraron a pegarle una patada en el tuje a Adalberto Román en el partido de ida de la promoción con Belgrano ¿Será verdad que uno de esos viajó a Sudáfrica 2010 porque le pagó el pasaje Gallardo después de que le pongan la bandera “Muñeco Gallardo ortiva y golpista”? Lo primero porque no quería largar plata para la vaquita de la barra que iba a ir al mundial, lo segundo aprovechando sus declaraciones contra la propuesta futbolística del técnico Mostaza Merlo.

Hablar de cuando el hincha de San Lorenzo Seba se cruzó en Jumbo Palermo a Nacho Piatti y como no tenía papeles encima le pidió que le firme el DNI. Una vez lo mandaron a que me convenza para que me pase a su empresa y le dije “me siento Diego Villar”, volante de Godoy Cruz que por esos tiempos se lo disputaban San Lorenzo y Racing para llevárselo.

Hablar del hincha de Boca Juan y los asados de Clemente Rodríguez en Budge con Chelo Delgado asistiendo seguido y la única vez que fue Riquelme al barrio y solo estuvieron unos pocos. Juancito era fanático de Riquelme, siempre que desayunábamos en época de partidos de selección me preguntaba: “¿Me podes explicar por qué no funcionó la dupla con Messi?”. “Les faltó tiempo”, le respondía. Hoy le podría agregar que cuando terminó el mejor momento de uno, recién dos años después empezó el mejor momento del otro. Coincidieron en etapas raras de sus carreras. Uno en bajada por las lesiones y el otro empezando a descubrir su posición en la cancha.

Hablar de Víctor repositor de Carrefour La Plata e hincha de Estudiantes que una vez se cruzó a la Brujita Verón entre las góndolas y se comió un reto groso porque le pidió una foto y se sacó el uniforme de la empresa. “No quería salir en una foto que me va a quedar para toda la vida con la ropa de Carrefour”, me tiró. Me acuerdo cuando me dijo que estaba viviendo por un tiempo en El Mondongo y le tiré “¿ahí no copa Gimnasia?”, recordando la cantidad de trapos que tienen de ese barrio. “Sí pero si sos del barrio, sos del barrio, no existe Estudiantes y Gimnasia”, me respondió.

Hablar de Maxi hincha de Chicago y repositor de Jumbo Juan B Justo. Apenas lo conocí le pregunté: “¿Cuál es el verdadero clásico de Chicago? ¿Almirante, Vélez o All Boys?”. “Yo vivo en Parque Avellaneda así que All Boys, si le preguntas a alguien de Villegas capaz te responde otra cosa”, fue su respuesta. Por aquellos años (2013) era fanático de Julio Serrano más que de Gomito Gómez pero estaba dolido por la actitud que había tenido con el club antes de irse a Estudiantes de Caseros.

Siempre que le decía que me generaba respeto la banda de Chicago por lo picante, me contaba una anécdota de unos pibes de la hinchada que en un partido contra Gimnasia, en el Bosque, perdieron el micro para volver y se chorearon un auto que pasaba por ahí. En 2012 Ferro hizo de local en Mataderos en un partido contra Banfield y el partido estuvo detenido unos minutos porque gente de Chicago les tiraba piedras desde afuera de la cancha a la de Ferro. Cuando volvía del estadio República de Mataderos vi algo inédito. Una Fiorino con las puertas abiertas y los parlantes al taco pasaba una transmisión de radio de un partido de Chicago y un grupo de gente agitando banderas de palo frente a la camioneta como si el partido se estuviera jugando ahí.

Por aquel 2013 ya leía de todo: libros, diarios. Apareció Revista Don Julio. Los primeros números son una golosina rica que no querés que termine nunca para seguir saboreándola. El primero cierra con una hermosa crónica de Federico Bassahún llamada “El día que me quieras” sobre Tacuarembó, la ciudad donde dicen que nació Gardel y donde está el equipo uruguayo que más gente tiene después de Peñarol y Nacional. En una presentación de la revista en 2017 habló Ezequiel Fernández Moores y Reynaldo Sietecase pero yo me emocioné cuando tomó la palabra Nacho Levy de La Garganta Poderosa. Al tiempo lo entrevisté y le dije “debe haber sido porque pasé más veces por Zavaleta que por la puerta del diario La Nación o de un canal de televisión”.

También tuve la posibilidad de conocer personalmente a Fernández Moores. Le mandé un mail para preguntarle donde podía conseguir su libro. Estaba próximo a viajar a Cuba y se lo quería llevar de regalo a un periodista cubano que iba a visitar. “Estoy vendiendo lo poco que me queda yo mismo porque la editorial es imposible”, me respondió al toque. Me citó en la agencia ANSA donde trabaja, antes de dármelo me invitó a unos sillones para hablar. Le conté que este periodista cubano tenía un libro sobre “Fidel y el deporte”. “Hagamos algo no me lo pagues, llévaselo, tráeme el de él y quedamos a mano”, me tiró Ezequiel. “Bueno dale pero yo te quiero comprar uno para mí, ese sí te lo pago”, le dije y sin que termine la frase me cortó con un “Llévalo también, ojalá te sirva para sumarlo a tu biblioteca”. Si supiera que ni tenía biblioteca y que su libro lo iba a apoyar en un estante que tenía arriba de la cama.

Ezequiel me ayudó a entender que no hay distinción entre periodismo y periodismo deportivo. “Yo le digo periodismo. El deporte puede ser una herramienta, un camino para contar historias, esencialmente es eso. Como es tan grande el escenario del deporte, te amplifica, te amplía la posibilidad de contar historias de las más diversas. Y aparte, como está muy conectado con lo popular, con las emociones populares, te lo hace más rico todavía”, declaró en una entrevista en La Tinta. Por eso me gustan más los saludos del 7 de junio por el Día del Periodista que del 7 de noviembre por el Día del Periodista Deportivo. La segunda fecha me hace acordar a las escuelas privadas y la primera a la universidad pública y gratuita. Lugar al que volví después de leer una nota de Fernández Moores un miércoles mientras mojaba la medialuna en el café de Mc Donalds.

Los últimos días antes de renunciar a mí laburo como repositor estaba en Parque Brown después de la apertura en Jumbo de Lugano, muy concentrado leyendo el diario. De repente una señora me toca la espalda y me dice “te llama aquel muchacho”. Me doy vuelta y era Dani que ya no trabajaba de repositor sino que ahora era chofer del 28. Me dijo sonriendo “hay ciertos vicios de repositor que no me los puedo sacar, tenía la mañana libre y me vine a recordar viejos momentos”. Apenas me senté enfrente suyo me tiró “vine temprano, tengo el Olé”. Hablamos de su nuevo trabajo como colectivero, me contó que le daban pista libre para no frenar los días que juega River y se quiere mandar mucha gente de golpe. “¿Y frenas?”, le pregunté. “Ni loco, soy de River pero no boludo, me hacen un quilombo en el coche”, me respondió entre risas. “¿Y vos qué onda? ¿El laburo bien?”, me preguntó. Se hizo un silencio de tres segundos, el tiempo que tardé en tomar valor para decirle “maso, estoy por renunciar”.

Lucas Jiménez

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