Lisandro López se va de Racing, su casa. Una despedida al último ídolo. Escribe Juan Mattio.

Los hinchas tenemos una relación a perpetuidad con nuestro club. La mayoría no elije –y si elije lo hace a una edad pre racional, sin especulaciones- a qué equipo quedará atado durante todo el tiempo que el fútbol sea parte de su vida. Por eso nosotros, los hinchas, tenemos una relación particular con ciertos jugadores que expresan una lealtad similar. Algo relacionado con la fatalidad de un vínculo, con el sentido de la palabra “casa”. Mi casa.

Recuerdo muy bien una conferencia de prensa del Coco Basile en el 2011, cuando volvió como entrenador a Racing. Antes de iniciar las preguntas, mandó a callar a los periodistas y dijo: esta es mi casa. “Mi casa, porque yo crecí acá y acá me dieron de morfar”. Y recordó la figura de Tita, gigante, y cuando le preguntaron por su ayudante de campo, dijo: “es el Panadero Díaz –otro campeón del 67-, hermano de la vida, que es un muchacho extraordinario y trabajaremos juntos».

Entonces, esa generación que ganó el campeonato del 66 y la Libertadores y la Intercontinental en el 67 nunca se desligó de Racing. Quedó no sólo en la historia, en fotos y videos, sino que permaneció en el club con su presencia un poco fantasmal para quienes no pudimos verlos. La cancha de Racing, como una casa encantada, estaba habitada por los espectros de ese pasado de oro. Cualquier que haya ido al Cilindro en los 80s y en los 90s, lo sabe.

Llegó el campeonato del 2001. Un equipo armado con lo que había, con muchos jugadores descartados en otros clubs, con unos pocos que habían salido de las inferiores. Entre ellos, claro, Diego Milito. Por eso cuando Milito volvió en 2014 lo que sentimos, muchos de nosotros, fue que estaba volviendo a su casa. Pero no volvía en forma de fantasma sino en presente, con todo su talento y su actualidad, con lo que había aprendido y con su voluntad que es una voluntad de acero.

En el medio, tal vez, el eslabón perdido entre los campeones del 67 y Milito sea, sí, Gustavo Costas. Paradigma del amor en los tiempos oscuros. Porque Costas no fue nunca un enorme jugador, es cierto, pero su vida está tan dentro de Racing que es imposible quitarlo de esta serie. Costas fue mascota del Equipo de José, fue parte del plantel con el que en el 85 volvimos a Primera, fue campeón de la Supercopa del 88 y después nos dirigió dos veces. Costas, el tipo que en 2014, mientras estaba por salir campeón con Independiente de Santa Fe en Colombia como director técnico, escuchaba las noticias de Racing: “Ese día jugamos contra Atlético Nacional, que si nos ganaba nos dejaba afuera de la final. En el descanso miraba los videos del Cilindro mientras los muchachos se recomponían… Al final nosotros ganamos 1-0 y la fiesta fue completa». Racing, su casa.

¿De qué está hecho eso que llaman “sentimiento de pertenencia”? Creo que, en el fondo, se trata de una idea muy sencilla: no puedo dejar esto sin dejar de ser yo mismo. Y Lisandro está hecho de un material rarísimo que llamamos Racing Club.

Pero cuando el cuento de hadas que fue la vuelta de Milito estaba terminando llegó la noticia: Lisandro López volvía. Y eso, lo entiende cualquiera, fue un acto de coraje. Porque volver en el momento en que Milito estaba a punto de retirarse, volver casi a modo de rotación, significaba arriesgarse: cualquier cosa que no fuera salir campeón se leería, en un mundo hecho de estupidez, como un fracaso. Y él volvió.

Licha siempre fue un jugador inquietante, decisivo. Recuerdo mucho un gol a Instituto en el 2005. Era un partido cerrado, de 0 a 0 sin esperanza, aburrido. Pero en el medio de ese desierto, Lisandro paró una pelota con el pecho y, entre dos jugadores, se dio vuelta para gritar gol. Esa diferencia entre él y los demás. Categoría, le dicen. Resolver un partido sólo porque él está en la cancha. Recuerdo también un partido contra Independiente en cancha de Lanús. Llovía a cántaros y yo estaba en la tribuna esperando que algo pasara porque Lisandro jugaba para Racing. Ganamos 3 a 1 con un gol suyo y dos de la Gata Fernández. Eso era, es, Lisandro López. La sensación de lo inminente.

Y entonces volvió con coraje. Agarrando un liderazgo que soltaba nada más y nada menos que Milito. Y se puso a laburar, porque eso también es: un laburante del fútbol. Y salió campeón en el Racing de Coudet, es decir, en el mejor de los últimos tres campeones (2001, 2014, 2019). Y fue capitán y ejemplo para los pibes.

Lisandro se fue hoy de Racing. Se fue entre el murmullo de los desmemoriados y el periodismo deportivo. Se fue después de un año de fútbol sin público, sin rencontrarse con su gente, sin escuchar su nombre coreado por el Cilindro. Dejó la camiseta con el número 15 –como Milito había dejado la 22- sin posible reemplazo. Y se lleva la celeste y blanca con él a donde sea que vaya. Se fue. Pero esa casa enorme que es Racing, todos nosotros lo sabemos, no puede abandonarse. ¿De qué está hecho eso que llaman “sentimiento de pertenencia”? Creo que, en el fondo, se trata de una idea muy sencilla: no puedo dejar esto sin dejar de ser yo mismo. Y Lisandro está hecho de un material rarísimo que llamamos Racing Club.

Hasta la vuelta, Licha.

Juan Mattio

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