Antes de una llegada hay un camino. Hay ilusiones que hacen que los galardones dorados sólo se conviertan en detalles. Escribe Santiago Núñez.
“Y si llego a mi fin, intentando, seré un vencedor. Porque es mejor intentar, que morirse sin sentir tu voz. Sin tu voz caeré, no podré ilusionarme otra vez” Ilusión, Callejeros.
Los gritos felices y eufóricos de Messi y la pose arrodillada de Rodrigo De Paul con cara de sufrimiento apenas Emiliano Martínez atajó el último penal son dos caras de la misma moneda. La sonrisa de la felicidad se entremezcla en una imagen con el innegable encanto del alivio. La ilusión no es más ni menos que eso. La esperanza de ser felices, que se contrapone y complementa con el insoslayable miedo a la desazón. Pensar aquella dicotomía de forma equivocada puede llegar a lugares impensados e incluso incorrectos. No hay nada más lindo que ilusionarse y volver. Siempre volver.
Épica
Las aventuras de hazañas impensadas, difíciles, a veces merecen la atención. No creo que el triunfo de Argentina del martes pasado lo haya sido, pero sí que consagra una serie de eventos que conviene puntualizar. La aparición de un arquero como “Dibu” Martínez, no muy conocido hasta ahora por los hinchas argentinos, que logra estar en el momento justo en el lugar indicado. A esto se le suman signos como el tobillo de Messi, en clave maradoniana, que se encuentra haciendo la mejor Copa América de su historia. Intentan florecer como revancha viejos conocidos y apuntados por un andar de “derrota” que hoy vuelven por la gloria (el propio Messi, Di María, Aguero, Otamendi).
Estas señales se suman a situaciones difíciles como la definición por penales, los goles errados y la sublime ansiedad de saber que es duro quedarse en la puerta. Pero la sonrisa más elocuente posiblemente haya sido la de Scaloni, técnico casi desconocido que agarró la selección en un momento caliente, difícil, desordenado, y que lleva consigo como todos los que se ponen ese buzo el maleficio de 28 años sin conseguir títulos en fútbol masculino de mayores. Hay generaciones enteras, entre las que se encuentra quien escribe, que nunca vieron a la camiseta argentina en la parte más alta de un podio.
Los condimentos mencionados no pueden opacar que a Argentina le costó tener un buen partido, que mereció pero no pudo ganar en los 90. Se encontró de frente con una “aguerrida” Colombia, algo que a veces por estilos y culturas futbolísticas no parece tan común pero que le hizo 27 faltas (con las 20 de Argentina, fue el encuentro con más infracciones de la Copa). En el mediocampo se hizo ancho y puso incómodo por los costados tanto a De Paul como a Nico González, y dejó a Rodríguez con mucho campo que le costó cubrir. En muchos pasajes del partidos le sacó el balón, más allá que la selección de Scaloni tuvo más llegadas que el rival. Hoy los análisis, igualmente, parecen insuficientes.
Toda esa combinación de angustia, sonrisas, búsqueda de revancha, miedo a la derrota, aparición de protagonistas impensados hacedores de epopeyas, entra de forma dinámica y quizás hasta contradictoria en una victoria que no por inesperada es épica. Hace días se cumplieron 35 junios del Mundial 86. En el documental (más que recomendable) “La historia detrás de la Copa”, el relator Víctor Hugo Morales inmortalizó una frase no necesariamente de su autoría: «Los héroes no son personas extraordinarias, son personas comunes que hacen cosas extraordinarias».

No me importa lo que digan esos
“No, no, viejo. Dejame de hinchar las bolas, no podemos errar eso. Antes era ‘Pipa, Pipa’, ahora sos vos Fideo”. El relator de la transmisión de TyC Sports no puede admitir que Di María y Lautaro Martínez hayan errado una situación de gol y muestra su indignación apuntando no solamente al presente sino al pasado, inmortalizado en Gonzalo Higuaín.
Éste último tiene un promedio de gol altísimo en la selección (0,43) con 32 goles en 75 partidos, además de haber jugado tres Mundiales. El jugador del PSG, por su parte, participó en la misma cantidad de citas planetarias y, siendo mediocampista, tiene 20 goles y 25 asistencias en 104 encuentros, con actuaciones más que recordadas contra Suiza en 2014 o por la medalla de oro en los Juegos Olímpicos Beijing 2008. ¿Qué reprocha el relator, entonces?
Ya nos hemos pronunciado en estas páginas sobre las críticas que se basan en una lógica en la que es imposible o reprochable perder o incluso ganar sin ser una máquina que gusta y golea. No es nuevo. En los últimos días se viralizó por Twitter la tapa de una importante revista política del país que tituló “El miedo a ganar” con el epígrafe “neurofracaso argentino” con la foto de Messi tirado en el piso luego de perder la final de la Copa América en 2016 contra Chile. El autor de la nota, Facundo Manes, le puso en la semana un corazón a la imagen del tobillo ensangrentado de Lionel. Claro está, hoy busca apuntalar su candidatura a diputado por la provincia de Buenos Aires.
No faltaron, tampoco, quienes desde un lugar de moralismo barato calificaron de trampa las palabras de Martínez antes de atajar el penal. Siempre en un altar, algunos voceros privilegian una postura de frialdad intachable, distante de cualquier verdadero sentimiento futbolero. Nos quedamos, igualmente, con la primera parte de la reconocida canción: “Oh, oh, oh, oh, hay que alentar a la selección”.
Ilusión
Si la ilusión es casi un sinónimo de esperanza, su camino tiene dos tramos, como quien puede ir a la costa por la ruta 2 o por la 11. El positivo, aquel en el que se deposita que un sueño se haga realidad, o el negativo, la alerta sistemática por el temor a la derrota. Podemos caer en ambos, no es para nada injusto. El problema no es ese.

El inconveniente presente se focaliza en que el miedo llega a deslegitimar el camino. Argentina perdió seis finales en 17 años y tranquilamente puede perder otra (de hecho, Brasil es favorito). Lo que la dicotomía entre ganar y perder no valora es el trayecto. Es el ninguneo del derecho a la esperanza. Lograr despegar las ganas de ganar del miedo a perder es una enseñanza importante que dejará para siempre este proceso de jugadores. Siempre es mejor intentar que morirse sin sentir una ilusión.
Otro tango
Se podrá pensar que es imposible. O al menos muy difícil. Hay algo de cierto en razonar de esa manera. Es Brasil en Brasil y todo lo que eso implica. Pero también era imposible llegar a la final en el 2014 para Sabella o en 1990 para Bilardo. Jamás nadie imaginó, luego del partido con Perú en 1985 que sería posible traer el trofeo dorado al año siguiente. Era difícil ganarle a Holanda en 1978 y mucho más derrotar a la Portugal de Eusebio, la Inglaterra de Charlton y el Brasil de Pelé en 1964. Y todo eso se logró.
Como una metáfora reluciente del ciclo, la celeste y blanca viaja de nuevo al lugar al que alguna vez fue a buscar su felicidad eterna. Habrá otro tango en el Maracaná. Siempre se vuelve al lugar en el que nos ilusionamos.
Santiago Núñez
Twitter: @santinunez
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