Para el Kun, que no por irse dejará de producir sonrisas. Escribe Santiago Núñez.

El sonido hueco del choque entre cueros es perfecto. “Plack”. La pelota solamente rueda unos centímetros para quedar a pedir del pie. No es de esos estruendos raros que implican una acción mal ejecutada, como cuando las llaves de la cerradura corren y se incrustan o la palanca de cambios no llega al lugar correcto. Por un segundo, no hay rugidos como los gritos anglosajones que tiempo después lo consagrarán. Sólo hay sueños.

Pone su cuerpo de espaldas, como en el potrero y lleva adelante su mayor arte: gambetear. Pasa, siempre pasa. Ya volará, de igual forma, en tierras madridistas y en un Manchester que es lejano pero casi natal. Hay un segundo de admiración estupefacta. Luego gritan “Ole”. Encara. No se da cuenta de que se le incrusta en la planta del botín una tira de papel tribunera, como alguna vez se le pegará a su hombro el más grande de todos los tiempos, pero esa vez para llorar.

El balón corre, como corre él. Avanza, como avanza él. Enamora, como enamora él, que ahora ya abandona la línea recta para su tranco y empieza a jugar a que no tiene cadera. Se balancea para un lado y para el otro. En cada gambeta de milonga hay un latido de corazón tribunero que se acelera, como pasará años después por cada gol albiceleste que hará en Oriente o en Canadá en busca de un triunfo.

Primero, a la izquierda, enterrando el empeine en el verde césped de la Doble Visera. Luego, a la derecha, para que su contrincante calvo se tenga que volver a girar y vea su objetivo vencido cuando él, luego del último “drible”, se decide a encañonar la caprichosa de zurda, que terminará impactando en la red triangular. Encanto dificultoso. Ilusión de sencillez. Perfume endiablado, dichoso de su pueblo.

Le dedica la travesía a Emiliano, estampado en su remera y anexado a su corazón. Eleva sus dedos al cielo. Tan altos como su figura.

Ese día, en la cancha en la que alguna vez deslumbró Johan Cruyff y en la que volvió a su suelo regado de gloria Diego Maradona, un pibe simplemente dio una muestra de lo que haría toda su vida.

Sergio Agüero, bajo ese sol bonaerense, se dignó a bailar por primera vez.

Santiago Núñez
Twitter: @SantiNunez

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