El día que conocimos al dios de rulitos que jugaba con la 10 de Colombia, la cumbia explotando en los 90 en nuestros barrios, una visita a la estatua del futbolista en su Santa Marta natal y todos los vínculos del Pibe con la Argentina. Nota de nuestra revista Los otros Maradona. Escribe Lucas Jiménez.
Cinco años teníamos cuando nos hizo bailar tanto que nos dejó al borde de la pista, en ese escalón que separa la zona de baile de la barra para ir a matar las penas. Cinco pirulos, ni sabíamos lo que era un boliche, el fútbol lo conocíamos por la caprichito que se desinflaba al sol en nuestros patios conurbanos.
Mientras jugábamos a cualquier cosa, un avión de Aerolíneas Argentinas casi se estrola contra la bandeja alta de la tribuna San Martín, del estadio Monumental. Fue antes del encuentro. Después dimos pelea por 40 minutos hasta que él quiso que no haya más partido. Tomó la pelota sereno en su acción. Vio pasar volando a Freddy Rincón y la puso con la velocidad justa para que agarre el pedido y siga viaje sin frenar. Colombia metió el primero de cinco goles y él solo participó de manera decisiva en ese. Claro, con espacios juega cualquiera. La mayor virtud es para quienes abren los huecos.
Jugó suelto por el medio, con sus pelos libres al viento y montones de pulseras en la muñeca, como si fuera un vendedor de artesanías en la playa. Era Carlos Valderrama, el Pibe. La persona que sembró la semilla para la explosión de la cumbia en nuestros barrios. Le debemos mucho. Él también nos debe un montón. Así empieza esta historia musical y futbolística entre el Pibe y Los Pibes.
Mi ritmo alegre y cumbiambero
La cumbia no es nuestra aunque lo parezca. Nació como ritmo musical y baile folclórico tradicional del Caribe colombiano. Surge de la cruza de culturas indígenas y africanas cuando los negros esclavos entraron en contacto con los nativos de los puertos de Cartagena, Ciénaga, Riohacha y Santa Marta. Esta última ciudad está en el norte del departamento de Magdalena, a orillas del Mar Caribe, y fue donde nació Carlos Alberto Valderrama Palacio. Hijo de Carlos “Jaricho” y Juana.

A 8.231,2 km de la ciudad que vio nacer al mejor futbolista colombiano de la historia, hay otra Santa Marta. Queda en Lomas de Zamora, es un barrio popular de los tantos que existen en el partido donde se crió Diego Armando Maradona. Habiendo estado en las dos Santa Marta, hay un punto en común que las identifica: fútbol y cumbia.
En la segunda parte de la década del 90 la cumbia se transformó fuertemente en la música popular del conurbano bonaerense. Anteriormente existía, pero no era la banda de sonido de los barrios de Buenos Aires, sí de Jujuy y Santa Fe. De todas las teorías que existen sobre por qué y cómo ocurrió eso, ninguna nombra al Pibe Valderrama, animador de aquel recital en vivo del 5 de septiembre de 1993 por las Eliminatorias Sudamericanas clasificatorias al mundial de Estados Unidos.
A fines de los ‘90 había tres bandas argentinas de cumbia que trataban de emular a las colombianas. Una se llamaba Onda Sabanera, que popularizó la canción “El campanero”, del acordeonista y cantautor colombiano Aniceto Molina. La otra era Tambó Tambó, aunque con un ritmo más veloz. La tercera se llamaba Santa Marta. Cantando sus canciones estuvimos en nuestra primera infancia en Lomas de Zamora.
De grande conocimos a Valderrama. Lo vimos meternos un gol en el debut de Juan Román Riquelme en la Selección Argentina en La Bombonera, en un 1-1 por las Eliminatorias camino a Francia 98. Pero recién tomamos dimensión de su valía cuando terminó la participación de Colombia en esa cita mundialista. Fue en la derrota en fase de grupos contra Inglaterra. La figura del partido, David Beckham, se fue con su camiseta 10 amarilla puesta. A los cuatro días lo echaron en el partido de octavos de final contra la Argentina. El Pibe juega para Los Pibes.

Un paseo vallenato
No recuerdo quien, pero uno de los pibes dijo que en Santa Marta, además de las hermosas playas de Parque Tayrona, había una estatua del Pibe Valderrama. “Vamos”, comentamos a coro. No existía Google Maps y salimos a la calle en busca del dios de rulitos rubios. Fuimos preguntando y a medida que nos íbamos aproximando al lugar, la cosa se iba poniendo más popular. Los barrios crecían para arriba, en vez de para atrás. Para ver el homenaje al Pibehay que adentrarse en sus calles.
Cumbia, vallenato, salsa, merengue, el sonido se iba poniendo caribeño. Sonaban letras que conocíamos de bandas de cumbia argentina que se las apropiaron. Cuando sonó una de La Nueva Luna ensayamos esa pose de agite barrial que consiste en levantar la mano y extender tres dedos que empujen hacia adelante. Todo acompañado de poner cara de “podré olvidarme de todo menos la letra de esta canción”.
Al acercarnos al lugar ya vemos los rulos amarillos y la estatua imponente de Valderrama en las afueras del estadio Eduardo Santos del Unión Magdalena, donde Carlos empezó su carrera y jugó 95 partidos. El homenaje al ídolo caribeño pesa siete toneladas y mide seis metros de altura. Es la escultura de bronce más grande del mundo para un futbolista y fue inaugurada en 2002, luego de su retiro. La diseñó el escultor colombiano Almikar Ariza y lo muestra al Pibe en posición de patear la pelota.
Nuestra visita fue en el 2013, ósea que hace 20 años atrás este tipo casi nos deja afuera de un mundial. Sin embargo acá estamos. No lo sabemos, pero menos dos meses después esa cancha se cerrará definitivamente por sus precarias condiciones de seguridad y habrá un debate sobre qué hacer con la estatua.

Hoy en día los asientos que están frente al Valderrama de bronce son usados por indigentes para dormir. Todo el costado del sector es un mar de pis. Cada tanto, líderes samarios convocan a jornadas para limpiar el lugar y que vuelva a recibir turistas, como nosotros. El estadio Eduardo Santos está abandonado y existe un proyecto en curso para remodelarlo o que sea declarado como Patrimonio Nacional y Monumento. Todavía conserva una placa en una de sus columnas que recuerda que había sido seleccionado como sede para el Mundial de 1986 que Colombia iba a organizar. Pero renunció a organizar el torneo cuatro años antes, cuando ya había sido escogido por la FIFA.
Casi en la misma época que nos estábamos sacando fotos con el Pibe gigante, el mismo homenajeado se calentó con que quieran mudarlo: “Yo no tengo ningún problema en llevarme la estatua para Pescaito, mi barrio. Allá todo el mundo la quiere”. El escultor de la obra marcó que es “monolítica e inamovible. Tratar de quitarla es destruirla”.
Ahí sigue la estructura gigante que “servirá para inmortalizar al fútbol y a uno de sus mejores jugadores de todos los tiempos”, como expresó Ariza en la inauguración. Aún abandonada le da identidad a Santa Marta, “una ciudad pequeña, con playa, mar, ambiente futbolístico, calor humano”, como la definió el mismo Valderrama. El Pibe que de chico iba a la playa de noche a buscar las monedas que tiraban los turistas gringos al mar, desde un puente, para pedir deseos. El que con su primer sueldo se compro una bici para ir a los entrenamientos del Unión Magdalena, como el Pibe Tigre de Almafuerte que “marcha pedaleando a laburar”. El mismo Valderrama que pidió que más que discutir por una estatua hay que resolver que “no tenemos luz y agua”.
En la plaza del Santa Marta de Lomas de Zamora hay un tanque gigante de agua que también está de adorno porque no tiene nada adentro. Sirve como lugar de ubicación cuando vas llegando, más grande lo ves, más cerca estas del barrio. Se construyó en 1975, pero por problemas de presión y de caños nunca se pudo utilizar. Es nuestra estatua barrial que nos recuerda pedir por las necesidades básicas para poder vivir.

Con cariño y amor los complazco
Así como admiramos a Valderrama, él también nos admira. El cariño es recíproco. Todo empezó cuando su padre Carlos jugaba en Unión Magdalena y lo llevaba a los entrenamientos a los tres años para que patee un poco la pelota. Una vez no lo llevó y su técnico, el argentino Rubén “el Turco” Deibe, le preguntó “¿Che donde está el pibe?”, y así cada vez que no iba. De esa forma, nació el apodo que lo acompañaría por toda su vida, por encima del Mono, otra de las formas en que lo llaman, más que nada en Colombia, ya que así les dicen a las personas rubias.
Carlos arrancó a jugar al fútbol en las calles de El Pescaíto y luego en la cancha de arena de La Castellana, adonde acude cada 31 de diciembre al partido que reúne a todos los futbolistas que salieron del barrio.
Pero al Pibe no solo le gustaba jugar, sino también leer y ver sobre fútbol. Para la parte teórica de su gran pasión recurrió a la Argentina. Leía El Gráfico y pegaba los pósters en su pieza. También empezó a seguir a un jugador de la Selección Argentina Sub 20 que jugó en el Sudamericano de Uruguay 1979. Un tal Diego Armando Maradona.
Como quien primero escucha una banda y después averigua por sus influencias musicales, el Pibe seguía mucho al Independiente de Ricardo Enrique Bochini. Su admiración por el Bocha decantó en que se haga hincha de Independiente. “Desde niño lo seguía. Me hubiese encantado jugar ahí”, declaró en el Líbero VS de TyC Sports.
Pero sí estuvo a punto de jugar en Newell´s, donde actuó Maradona. En 1995 lo presentaron en la cancha de básquet del club y hasta se puso la camiseta. Lo que no pusieron fueron “los verdolagas”, como diría su compatriota Teófilo Gutiérrez. Entonces se volvió a Colombia.

Su gran sueño fue jugar en el Barcelona, donde también estuvo nuestro Diego, pero solo se pudo conformar con enfrentarlo la temporada 1991-92 que jugó en el Valladolid. La experiencia en el Camp Nou no fue la mejor porque se fue expulsado por el árbitro por protestar. “Ha venido Valderrama y me ha llamado cabrón, ratero y se ha acordado de mi madre”, expresó el árbitro Andújar Oliver. El partido de vuelta en Valladolid, el Barsa ganó 6-0, pero el Pibe ya estaba de vuelta en Colombia jugando en Independiente Medellín. En uno de esos amistosos que juegan los cracks del fútbol mundial luego del retiro, el ex delantero del Barcelona Hristo Stoichkov se cruzó con el Pibe y le pidió la camiseta para su hija. No hay mejor manera de entender lo que significan los jugadores que viendo las camisetas pedidas por los mismos colegas.

Otra medida son los partidos despedida. El de Valderrama se jugó en el estadio Metropolitano de Barranquilla ante 60 mil personas y juntó a los mejores jugadores del fútbol sudamericano de la década del 90. Los hermanos Soto de Perú, José Luis Chilavert de Paraguay, Iván Zamorano de Chile, Enzo Francescoli de Uruguay, Álex Aguinaga de Ecuador, Jorge Campos de México, el DiabloEtcheverry de Bolivia, y muchos más.
Además, obviamente, estuvieron todas las estrellas del fútbol colombiano como Faustino Asprilla, Adolfo “El Tren” Valencia, Freddy Rincón, Anthony de Ávila, Leonel Álvarez, René Higuita, Chicho Serna e Iván René Valenciano. Todos estos reforzados por el cantante Carlos Vives.
La música y el fútbol también se unieron en la fiesta post partido. Ahí, esperaba para mostrar sus dotes de bailarín Diego Armando Maradona, que no pudo jugar el partido por una lesión pero estuvo en la tribuna, como también había estado en la platea del Monumental viendo brillar al 10 colombiano el día del 5-0. «En mi partido de despedida El Pibe me brindó su respaldo y por eso no podía faltar al suyo. Hubiese sido un traidor y esa palabra no figura en mi vocabulario», declaró nuestro dios de rulitos a los medios.
Como si fuera la última noche de sus vidas se la pasaron bailando. En el medio de la fiesta, Diego le habría agradecido por traer la cumbia colombiana a nuestros barrios, mientras sonaban de fondo flautas y tambores. El Pibe le habrá preguntado cosas del Sudamericano Sub 20 del ‘79. Es una manera de decirle al Diego que lo seguía desde Cemento, o desde Tropitango, la primera bailanta de Buenos Aires, que abrió en 1981 en General Pacheco.

En todo el mundo entero ando tocando mi cumbia sabrosa
Si Diego Armando Maradona expresó el sueño del pibe a los diez años, el de Valderrama no era muy distinto, a su misma edad en Colombia. Solo que cuando era chico, el país del café y la cumbia solo había jugado un mundial (Chile 1962). El deseo del niño Carlos era ambicioso. Le decía a su papá que él iba a jugar un mundial. Entonces este le explicó que primero hay que clasificar jugando una eliminatoria y que Colombia nunca la pasaba. Teniendo claro las reglas del juego, desde muy chico Valderrama tuvo claro el objetivo. Pero para poder apuntar alto se necesita un ejemplo a mano que demuestre que se puede.
La referencia no llegó del lado del fútbol, sino del boxeo con Kid Pambelé que ganó el título mundial en 1972. El escritor y periodista colombiano Juan Gossaín afirma que “fue el hombre que nos enseñó a ganar. Antes de él, éramos un país de perdedores. Pambelé nos convenció de que sí se podía”.
En una nota con el cantautor colombiano Santiago Cruz, Valderrama marca que la Selección que integró hizo en el fútbol lo que Pambe en el boxeo, y que de él aprendieron: “Yo alcancé a levantarme, tipo 4 de la mañana, a verlo pelear y mi papá me decía ´vamos a ver la pelea de Pambe, que Pambe gana´ y era verdad”.
Así se generó el gen competitivo en el niño que jugaba por diversión en la calle. Esta lógica lo acompañaría por el resto de su carrera. Hay que darle algo al espectador que paga la entrada, hay que divertirlo, pero también hay que jugar para ganar. Kid Pambelé, inconscientemente, impulsó a la generación del fútbol colombiano que jugó tres mundiales seguidos en el país que solo había jugado uno solo anteriormente.

Esa camada se dio algunos lujos. Ninguno tan alto como empatarle al futuro campeón del mundo en Italia 90, Alemania, con un gol épico sobre el final del partido. Valderrama recibió la pelota en el costado derecho del círculo central, pero como venía con mucha fuerza le costó el control. Esto dio tiempo a que se le encimara la marca de un jugador alemán, sin embargo, giró hacia adelante y tocó para Freddy Rincón, quien se le entregó rápido a Luis Fajardo, que se la entregó de nuevo al Pibe.
La acción a un toque siempre fue en pos de en avanzar en el campo. Lujo y resultado. La jugada decantó en un pase delicioso, entre dos alemanes, para que Freddy Rincón de caño ante el arquero Bodo Illgner meta el empate 1-1. “En ese Mundial nos fue muy bien. Jugamos excelente y demostramos la calidad del futbol colombiano. A partir de ahí le dimos una identidad y un respeto a la Selección Colombia, que antes no tenía”, señaló el Pibe en una entrevista con Gol Caracol.
Cinco días después de aquel gol en el Giuseppe Meazza de Milán, Maradona realizaría un pase similar entre dos rivales para una definición de lujo de Caniggia contra Brasil. Valderrama se cobró los derechos de autor en el Monumental con la habilitación que abrió la recordada goleada. Pausa y pensamiento al servicio efectivo del espectáculo. Valderrama jugaba como tocando un acordeón. Si la cumbia argentina usaba guitarra y teclado, él vino a recordarnos cómo es el sonido original de la música autóctona de su país y que, en la costa norte de Colombia, la cumbia se baila así.
Cuando oyen el prinar de mis notas
En 2014 salió una película argentina-colombiana llamada “Por un puñado de pelos”, donde un joven millonario (Nicolás Vázquez), que sufre la falta de pelo, descubre por el portero (Daniel Negro Ferreyra) de su edificio, que existe un pueblo perdido donde hay un agua milagrosa que te devuelve la cabellera.
El director fue Néstor Montalbano de Pájaros volando. Cuando ya tenía la idea y entraron co-productores colombianos al proyecto, lo primero que pensó es en llamar a Valderrama, para que haga el personaje del Alcalde Nemesio, con quien tiene que lidiar Vázquez cuando quiere montar un negocio de un centro de recuperación capilar.

“En principio parecía algo imposible según los productores, pero no bien le ofrecieron la propuesta él se interesó. Su aprobación con el proyecto tuvo que ver mucho con la empatía que él tiene con nuestro país”, nos aporta para Lástima a Nadie, Maestro Montalbano. La primera charla director-actor fue telefónica. El Pibe le aclaró que nunca había actuado y que no sabía nada de eso. “Y yo le dije que ´no problem´, que yo solo quería ver en la pantalla al Valderrama que todos conocemos y que no me interesaba de él la actuación”, respondió Néstor.
El ex enganche observaba cada detalle de los comportamientos de los argentinos y todo le llamaba la atención. Se compenetró tanto con nuestro país que averiguó para comprar una propiedad en Merlo, San Luis. Montalbano siempre le recordaba el tema del 5-0 en River. “Filmar con él fue muy divertido y placentero”, nos aporta el director y guionista. “Yo nunca estuve en Colombia con él, pero los productores me confirmaron que, sin dudas, el Pibe es el Maradona de su país. Es un ídolo tremendo allá. Los productores colombianos no podían creer que lo hubiésemos contratado”, agrega el cineasta.

Pero Valderrama no es solo fútbol, sino también música. Para conocerlo y empatizar con él tiene que haber algo sonando. La conexión más importante entre el director Montalbano y Valderrama se dio en una velada. No fue en una gala post estreno realizada en un hotel de lujo. Sino que ocurrió en un rancho en la montaña donde estabas grabando. Había llovido tanto que no pudieron bajar. Como se hizo de noche, decidieron esperar a que sea de día para volver. El tema es que no tenían luz. Los acompañaba un chancho que formaba parte del rodaje.
Valderrama, el mejor futbolista de la historia del fútbol colombiano, pasó a ser el Mono de Pescaíto cuando el guitarrista el Negro Ferreyra sacó su herramienta de trabajo y se rasgó los dedos haciéndola sonar. Se quedaron hasta el amanecer guitarreando y cantando. La música sonó en un rancho sin luz en el medio de la montaña. En un ambiente parecido, surgió la cumbia en Colombia. El Pibe estaba como en casa. Bailando cumbia se amanece con ron y velas.
En el baile todos se alborotan
En Colombia la cumbia tiene un ritmo más lento porque es más musical, algo parecido a lo que hace La Delio Valdez hoy en Argentina. El buen sonido del acordeón y la buena implementación de los vientos son tan claves como las letras de la canción. Salsa, merengue, vallenato en Colombia se bailan con un ritmo que nos excede.
Toda gesticulación y agite con las manos conurbanero, ellos lo hacen trizas con su movimiento de pies. La última noche en Colombia con los pibes fuimos a un boliche en una ciudad de la costa norte de Colombia. Soñábamos con ese momento en que suene El Campanero y la cantemos como el himno que es en nuestros barrios. Ese que hasta ha tocado en vivo el Potro Rodrigo, en algún recital, cambiando “sonido sabanero” por “sonido cuartetero”.
Nos hubiese gustado que suene el tema que conocimos por Onda Sabanera y darnos cuenta, en ese momento, que hablaba de Valderrama y que se juega como se baila. Pero no sonó. Estuvimos toda la noche viendo bailar a los colombianos a un ritmo imposible de seguir. Su cintura era de goma y no hacían cambios, eran siempre los mismos. Como el equipo de Pacho Maturana que nos metió cinco en el Monumental sin hacer una sola variante en todo el partido.

Por un par de horas fuimos Goycochea, Saldaña, Borelli, Ruggeri y Altamirano. Los vimos brillar mientras nos daban un baile tremendo. Tuvimos ganas de auto cantarnos “ole, ole, ole”, como algunos plateístas aquella noche del ‘93, reconociendo al rival. Pero nos fuimos con la cabeza gacha.
Al otro día nos esperaba una buena tanda de café veloz, y no para jugar contra Australia, sino para volver a la Argentina. En una escala, viendo las fotos que habíamos sacado frené mi vista en la de la estatua del Pibe Valderrama. En la individual estoy con las manos para arriba como si estaría sonando una cumbia. Atrás mío, imponente, estaba él, con la pelota en los pies y su ritmo alegre y cumbiambero.

Lucas Jiménez
Twitter: @lucasjimenez88
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