La decisión de ser entrenador, sus pasos por el Boca de Bianchi después de hacer inferiores en River, y su breve etapa por el fútbol chino. Todo en esta entrevista con el técnico campeón con Central Larroque de la Copa Entre Ríos. Escribe Facundo Paredes.

Matías Marchesini estaba a punto de firmar su divorcio con el fútbol a fines de 2018, cuando un trágico suceso le modificó los planes. “Nunca fue una idea la de ser entrenador, nunca quise hacer el curso porque no era algo que me generara satisfacción”, confiesa el entrenador de Central Larroque, en la previa a la final de la edición 2022 de la Copa Entre Ríos, que su equipo le ganó a Deportivo Urdinarrain.

El ex defensor, clave en el ascenso a la B Nacional de Juventud Unida en 2014, intentó cerrar su etapa de futbolista en el club de sus amores en 2018, hasta que en las calles de Gualeguaychú se lo cruzó a Marcelo Cafferata, presidente de Central Larroque. “Más allá de que hacía unos días que me había ido de Juventud, ya venía con otras cosas paralelas al fútbol. No quería saber nada con el fútbol, ya estaba como entregado, no tenía ganas”. Pero el Chancho lo convenció de volver a calzarse los cortos (“vení a jugar con nosotros, a los gurises les va a hacer bien”, le dijo) y días después lo vistió de Rojo.

Larroque ya le era familiar a Marchesini, y no sólo por la parentela que tiene en la ciudad. Criado en Pehuajó, solía ir de visita en su infancia, y con la categoría 79 se enfrentó en varias oportunidades a Central. De allí forjó una “muy buena relación con los chicos de acá”. El Zapo Víctor Cafferata (rápido delantero centralista que habrá ligado más de una patada en aquellos cruces juveniles con el rudo defensor) era uno de ellos. Hoy es su ayudante de campo. “Venir para acá me generaba sensaciones lindas, así que tomé la decisión de encararlo”.

El rubio zaguero central jugó el semestre que se había comprometido y después sí colgó los botines, dejando atrás una trayectoria de 20 años, que comenzó en Boca Juniors y cerró en Central Larroque.

De todas maneras, la separación definitiva del mundo de la redonda que tanto ansiaba, quedó postergada por un hecho tan inesperado como trágico y triste. “Justo se da que yo ya no quería jugar más, no quería saber más nada después del campeonato. No quería saber más nada relacionado al fútbol”, recuerda. Y añade: “Decía que después de jugar me quería dedicar a mi familia, a mis cosas. Era toda una vida de entrenamientos, partidos todos los fines de semana. Quería dar vuelta la página y empezar otra vida totalmente diferente”.

Marchesini fue dirigido, entre varios otros, por Carlos Bianchi, quizá el entrenador más importante en la historia del fútbol argentino. Ni eso lo motivaba a seguir ligado al fútbol, aunque sea de la línea de cal para afuera. Pero el miércoles 14 de noviembre de 2018, Matías afrontaba uno de los últimos entrenamientos de su carrera cuando él y el plantel se enteraron del fallecimiento de su entrenador, Marcos Viale.

Había que tomar una posta que nadie hubiese querido. Y el cargo tristemente vacante era un fierro caliente: había que levantar a un equipo shockeado. Marcelo Cafferata, exitoso en su poder de convencimiento seis meses atrás, volvió a la carga. El plantel también hizo su parte. El elegido era Matías Marchesini, quien rápidamente dijo que no. “Era algo que ya tenía decidido”.

«Sólo los imbéciles no cambian de opinión», dijo alguna vez el Virrey, ex DT de Matías y palabra autorizada si las hay en el mundo futbolero. “Conversando con la familia me plantearon la posibilidad de probar qué se sentía estar del otro lado”, rememora el ex jugador.

El 2 de enero de 2019, el Club Central Larroque anunció sin preámbulos en su cuenta oficial de Facebook: “Matías Marchesini es el nuevo director técnico de la Primera División”.

Sin experiencia en el banco y sin curso de entrenador realizado ni por realizar, se calzó el buzo, silbato al cuello y gorro. “Tenía que sacarme la duda de si estaba capacitado para llegarle al jugador, de ver si responden a las órdenes. Y así empezamos. Creo que nos fue bien”, dice con una sonrisa de satisfacción, con rasgos de modestia más que de soberbia.

Y claro, en el año del debut le dibujó dos nuevas estrellas al escudo del Fortín: la Copa de Gualeguaychú y la Liga. Después alcanzó dos finales más, y este año ganó la frutilla del postre: la Copa de Entre Ríos.

Quisiera no decir adiós, pero…

“Noo, noo. Sí, me gustó, pero ya está”, dice ante la consulta de su continuidad. La final de vuelta ante Deportivo en Urdinarrain significará para Matías Marchesini el cierre de esta etapa en el club. “La familia se postergó mucho, hay cosas que se presentan día a día y uno tiene que cumplir”, aclara este hombre que colgará buzo y silbato hasta nuevo aviso. “Ofertas no, son más de jodas, que me dicen «tenés que venir, te vamos a llamar». Ya saben que mi respuesta va a ser no”.

Ahí viene Ramón, y se va…

Era 9 de febrero del año 2000 cuando los juveniles de Boca saltaron al José María Minella para enfrentar a los titulares de River, en el marco del viejo y querido Torneo de Verano, que con los años entró en desuso. Carlos Bianchi dispuso que en la zaga, el jovencísimo Nicolás Burdisso sea acompañado por Matías Marchesini, de tan sólo 20 años. Entre ambos tuvieron la ardua tarea de anular al colombiano Juan Pablo Ángel, entre otros cracks de esa talla. Ese 2 a 1 con que el Xeneize ganó el superclásico quedó en la historia, pese a ser amistoso: marcó el fin de la primera etapa de Ramón Díaz en el Millonario.

Caprichos del destino, Marchesini –primo de Víctor Hugo, ex Ferro y Boca– había hecho inferiores en el club de Núñez, donde no alcanzó a debutar. “Quedar libre de una institución, dejar a tus compañeros te genera un poco de movilidad, pero sabés que siempre algo bueno está por venir”. Y eso bueno llegó años después, en Mar del Plata, donde fue feliz: “Eso me marcó a fuego”.

De todas maneras, aquel recordado triunfo sólo fue para Matías un amor de verano, ya que no logró asentarse en ese equipo plagado de estrellas, actuales y futuras. Aunque conserva en su vitrina personal un objeto tan preciado como la medalla de campeón de la Copa Libertadores 2000. “Estuve hasta cuartos de final, porque después volvieron otros jugadores de préstamos, que ya tenían más experiencia”, recuerda. Y si bien no sumó minutos, quién le quita lo bailado: “Era todo armonía, jugar a cualquier cosa y ganar. De esa etapa, cosas negativas no tengo, al margen de que no jugué lo que pretendía. Pero sabía que tenía delante tipos de mucha experiencia y con un recorrido mucho más amplio que el mío”.

¿Bianchi? “El que más me marcó”. Revela que “era un tipo que te explicaba con tanta claridad que no necesitaba ser tan extenso en su charla para que el jugador entienda y aplique lo que él pedía”.

Una locura made in China

Matías Marchesini jugó en Boca, Los Andes, Independiente, Alvarado, Guaraní Antonio Franco, Juventud. Eso en Argentina, porque también pasó por el América de México, Deportivo Temuco de Chile, Universitario de Sucre y The Strongest de Bolivia, Técnico Universitario y Delfín de Ecuador, y Real Cartagena de Colombia. Pero nada se compara con su destino de 2008: el Shanghái Shenhua, de China. El mismo que con muchos dólares convenció al corazón de Carlos Tévez en 2017.

El defensor viajaba en avión con su representante uruguayo rumbo a Ecuador. “En el viaje me comentó que para junio estaba la posibilidad de China, que ni sabía lo que era, ni siquiera de googlearlo”, se ríe. No entendía ni una coma de ese idioma, pero aceptó. Quien tampoco entendía nada era su esposa: “La llamé desde Uruguay y le dije que me estaba yendo a China. Al principio se reía, pero la cosa iba en serio”.

Un traductor –a quien ponían al teléfono ante cualquier diálogo con los locales– suplió la ignorancia de la lengua asiática. “Nos manejábamos con él. Adonde teníamos que ir, parábamos un taxi, le dábamos el celular al taxista para que hable con el tipo y nos llevaba”.

Matías dice que esa experiencia “fue la más loca en lo extradeportivo”, y asegura que no tuvo inconvenientes por la diferencia cultural. Al intérprete sólo le daba respiro cuando se juntaba con sus compañeros de equipo de Costa Rica, Colombia y Honduras. Para todo lo demás, existía el traductor.

“En toda mi carrera no hubo un lugar en el que no me sentí cómodo. Soy un tipo con mucha facilidad de adaptación, lo que me permite mimetizarme rápido con el club, con el ambiente”. Central Larroque, su primera experiencia como DT, puede dar fe de esto.

Facundo Paredes

Twitter: @ParedesFacundo

Nota publicada originalmente en Periódico Acción de Larroque

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