El base de la Generación Dorada ayer cumplió 45 años. Rescatamos esta nota maravillosa publicada a principios de año en Básquet Total cuando volvió a jugar un partido para su club Bahía Basket. La filosofía de leer y jugar a ser feliz. El padre se dio el lujo de cumplir el deseo de su hijo y empatarle a un invencible. Escribe Sebastián Chittadini.
Mucho se habla en el deporte acerca de que el Padre Tiempo –una personificación del tiempo representada como un anciano barbudo con alas- está invicto y no nació el atleta capaz de vencerlo. Tarde o temprano, armado de paciencia y contundencia, sabe que las cosas se mueven solo en una dirección: la suya. Dependiendo del oponente, él lo ataca ferozmente o espera hasta que se desgaste. Y siempre gana.
Esta idea abstracta, a la que tantos se han empeñado en desafiar, puede ser muy difícil de visualizar. Como los pases de Pepe Sánchez, un deportista que ha sabido graduarse en filosofía y alguna vez habrá leído a San Agustín cuando dice que el tiempo está relacionado con el alma de las personas. El cerebro de la Generación Dorada siempre supo que el pasado es algo que ya no existe, el futuro algo que vendrá y el presente un valioso elemento que se escurre entre los dedos transformándose en recuerdo ni bien suena la chicharra del final.
“Uno es jugador de básquet toda su vida“, dijo el primer argentino en jugar en la NBA después de su anterior último partido, en 2013. “Fantaseé durante mucho tiempo en convertirme en otra cosa, como político, entrenador o presentador, pero he jugado a esto desde los 5 años. Eso no se pierde jamás”, añadió en una entrevista con ESPN cuando se convirtió en analista televisivo.
Y a casi nueve años de la que todos creímos que era su última función, en la que metió 20 puntos, demostró aquello que dijo sobre ser jugador toda la vida. Más allá, mucho más allá de los 12 puntos, 8 asistencias, 8 rebotes y 2 balones recuperados en 29 minutos de juego; había un inesperado retador que le iba a hacer pasar un mal rato al invicto Padre Tiempo. Un David que había dicho aquella vez en 2013 que pelear contra ese Goliath al que nadie pudo poner de rodillas era un error y que él no jugaba más solo porque el físico no se lo permitía, pero que seguiría hasta los 90 años si pudiera.

Pícaro, como siempre, Pepe Sánchez metió un hesitation largo, larguísimo cuando dijo que su etapa como jugador ya había pasado y la había disfrutado un montón. El Padre Tiempo puede estar preparado para los súper atletas que lo desafían a cada rato con nuevas técnicas de entrenamiento, alimentación y descanso; pero no vio venir el golpe inesperado de un hombre que alguna vez llegó a cuestionarse el sentido de vivir de meter una pelota naranja en un aro y se dio cuenta de que después de tener los laureles olímpicos en la cabeza era difícil encontrar motivos para seguir teniendo el destino –o la pelota- en sus manos.
Casi como un Rocky Balboa, por lo improbable, Pepe fue feliz por un rato más y sabía todo el tiempo –siempre supo todo- que para ganarle al campeón hay que noquearlo. La planilla dirá empate, pero él seguro se fue de ese Dow Center que soñó y construyó con la sensación de que había ganado. Cuando la prensa le preguntó por el próximo partido, contestó que no habría próximo partido.
Los pases de faja, el dominio de la situación, el hijo maravillado en el banco de suplentes viendo jugar al padre por primera vez; todo estaba ahí. La mandíbula del campeón Padre Tiempo sintió el impacto y lo salvó la campana como pocas veces. No fue Manu Ginóbili con el hashtag #ElPibeDe40 en la NBA, ni Luis Scola jugando a gran nivel hasta los 41 o Carlos Delfino volviendo a la selección a los 39; sino la claridad de siempre de un mago que tenía un último set de trucos en la galera.
El Padre Tiempo pedirá la revancha, pero Pepe sabe que no puede dársela porque podrían venir los partidos de cero puntos, los de las pérdidas de balón atribuibles a la edad y la inactividad, las lesiones propias de músculos que no entienden mucho lo que está pasando. Jugando una última posesión larga, se fue con un empate técnico con sabor a victoria resonante y un “esto ha sido todo, amigos” que se puede leer con la sonrisa cómplice de todo aquel ser humano que alguna vez estuvo adentro de una cancha.

Sebastián Chittadini
Twitter: @SebaChittadini
Nota publicada originalmente en Básquet Total
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