Hoy en El deporte como excusa: Leonardo Favio entre el boxeo y Maradona. La escena donde le puso ruleros a Carlos Monzón, su versión de la vida de José María Gatica y la noche que se encontró con Diego después de un recital. Escribe Juan Stanisci.

Una de las últimas escenas que filmó Leonardo Favio antes de exiliarse y pasar quince años sin hacer películas tuvo a Carlos Monzón usando ruleros. Era 1976, el golpe de estado estaba al caer y el boxeador santafesino representaba a la masculinidad argentina. Era el gran macho. Durante el rodaje, Monzón llegó a decirle a Susana Giménez, su pareja en ese momento, que Favio estaba loco. El director logró convencerlo. Cuando terminaron de rodarla el cineasta se metió tras bambalinas y explotó en carcajadas. Al boxeador le faltaban varias peleas hasta retirarse invicto. Todavía no era un femicida. La escena, con él en bata, las piernas cruzadas y ruleros fue un escándalo que ayudó a que la película Soñar soñar fuera un fracaso comercial.

Leonardo Favio, como la mayoría de sus personajes, nació en los márgenes. Llegó al mundo el 28 de mayo de 1938 en Luján de Cuyo, Mendoza. Luego de algunos coqueteos con la ilegalidad, su tía lo metió en el radioteatro. Comprendió que siendo artista podía salir de la pobreza en la que vivía. “Quería ser Al Capone, Frank Sinatra o algo. Pero no podía morirme de hambre toda la vida”. Para eso se mudó a Buenos Aires.

Comenzó como actor. En pocas películas se transformó en uno de los máximos galanes del cine argentino. Lo dirigían los mejores directores: José Martínez Suárez, Leopoldo Torre Nilson o Daniel Tinayre. Favio salía en las tapas de las revistas de la farándula en zapatillas y jeans, algo mal visto para la época. Se juntaba con artistas de los circos que paraban cerca de los bosques de Palermo, esos personajes que lograron filtrarse en sus películas. Su carrera como actor era un éxito, pero él quería filmar.

De su adolescencia en Luján de Cuyo le quedó la certeza de que si algo falta, hay que conseguirlo como sea. Para filmar su primer corto sustrajo unas cintas que eran de Torre Nilson. Sin su consentimiento, claro. Luego, ya con una productora detrás, llegó su primer largometraje: Crónica de un niño solo. La crítica lo amó. Lo mismo el público intelectual. Su segunda película, Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más, también fue un éxito, al menos dentro del ambiente del cine.

Como actor protagonizaba películas masivas, como director su público era más reducido pero no menos fiel. El salto a la fama absoluta lo dio como cantante. En 1968, con dos películas como director y diecisiete como actor, sacó un disco con la canción Fuiste mía un verano. Fue una locura. La fábrica donde se prensaba el álbum no alcanzaba a cubrir la demanda. La discográfica que lo editaba tuvo que aliarse con su competencia para producir más. Durante décadas fue el disco más vendido de la historia argentina. Cuenta la leyenda que incluso la venta de tocadiscos aumentó para poder escuchar a Favio. La canción lo hizo famoso en toda América Latina. Hoy en día en el resto del continente su faceta más conocida es la de cantante.

Favio empezó a moverse como un anfibio entre lo popular y lo intelectual. Iba del cine a la canción y de la canción al cine. Y también a la política. Viajó en el avión que trajo del exilio a Perón. Iba a ser el orador el día de la masacre de Ezeiza en 1973. Ese año dio otro salto. Su película Juan Moreira se convirtió en la más vista de la historia del cine argentino. Sería superada dos años más tarde por Nazareno Cruz y el Lobo, también dirigida por él.

En 1976 el artista con el disco más vendido y las películas más vistas se dispuso a filmar su nueva película. Quería contar su adolescencia. Los tiempos en que añoraba ser artista y viajar a la gran ciudad. “¿Y cómo hay que hacer, para eso, para artista?”, pregunta Carlitos el protagonista. “Yo que sé. Irte. Te vas a Buenos Aires”, le responde Mario. Favio eligió a Carlos Monzón como protagonista, porque “Monzón tenía una belleza increíble, con algo de niño en la mirada. Me hacía acordar a nosotros, en la adolescencia en Luján de Cuyo”, explicó el cineasta. En el rol de Mario eligió a un cantante sin experiencia frente a las cámaras: Gianfranco Pagliaro. Soñar Soñar se estrenó en dictadura. “Vamos a tener una mano muy mala”, había anticipado Favio el día del golpe durante el rodaje. El vaticinio podía referirse a su suerte, a la de película o a la del país, en los tres casos era acertado.

En 1977 se exilió junto a Carola, su esposa, su hijo y su hija. Se dedicó exclusivamente a la canción. Vivió en Pereira, Colombia, y en México. Aprovechaba cada entrevista para denunciar los crímenes de la dictadura. “Toda esa sangre que se ha derramado durante más de seis años, en una tarea sistemática y cruel, no puede perderse. Es necesario que exista un proceso como el de Nuremberg”, pronosticó en 1982 lo que luego sería el proceso del Nunca más. Durante toda su estadía en el exilio Favio no filmó, aunque tuvo el proyecto de hacer una película que contara las atrocidades de la dictadura.

Volvió en 1987 pero siguió viviendo afuera. Hasta que lo tentaron para volver a filmar. Toda su carrera fue un constante entrar y salir. Abandonaba por tiempo indeterminado la canción y luego hacía lo mismo con el cine. En 1988 el actor Edgardo Nieva contrató al hermano de Favio, Jorge Zuhair Jury, para que escribiera un guion sobre la vida de José María Gatica. Se lo propusieron a Favio para que lo filmara. Quince años antes la hija de Gatica le había propuesto hacer una película sobre su padre. Los problemas empezaron cuando Favio quiso correr a Edgardo Nieva del rol de Gatica. Quería otro actor, buscar un Gatica adolescente por los barrios pobres. Para poder encarnar a Gatica, Nieva tuvo que operarse la cara y aprender boxeo como un profesional. Durante la filmación Favio amagó con echarlo de la película y Nieva con pegarle un tiro. “No sabés lo que te agradezco: hace veinte años que deseo que alguien me mande para el otro lado”, le dijo el director al actor cuando se enteró.

La filmación de la primera escena se hizo en el Luna Park. “Compañeros, luego de quince años vuelvo a tomar una cámara. Dios los bendiga. Por mi patria, por ustedes, por el cine. Luz, cámara acción”, fueron sus palabras antes de que la cámara empezara a filmar. La primera escena que grabaron fue la de la noche en que Gatica se consagra campeón y se abraza con Perón mientras le dice: “dos potencias se saludan, General”. La película, a pesar de su duración (dos horas diecisiete minutos), fue un éxito. Una suerte de redención simbólica. Su último film había fracasado con un boxeador como protagonista, ahora volvía a consagrarse contando la historia de una leyenda del boxeo argentino.

“La única diferencia entre Gatica y yo son los oficios”, dijo cuando salió la película. Favio no se veía a sí mismo como un intelectual sino como un artista popular. Para él la distancia entre un boxeador, un cineasta, un futbolista o un cantante era solo el lenguaje utilizado para emocionar al público.

El 20 de julio de 1997 volvió a cantar en Buenos Aires después de años sin subir a un escenario. Entre el público estaba Maradona. Diego atravesaba su propio retorno, hacía pocos días había vuelto a jugar en Boca en lo que sería su quinta y última vuelta al fútbol. “La presencia de Diego me justifica como autor y como cantante. Es lo más bello que me pudo ocurrir en la vida mía, como artista, verlo a Diego. Su sola presencia hace latir corazones al unísono en el mundo entero. Fue una noche emocionante que yo no olvidaré nunca más y que mis hijos verán con orgullo”, dijo al lado de Diego, ante las cámaras de Crónica TV, después del recital.

Antes del concierto Favio sabía de la posibilidad de que Diego fuera a verlo. “Hoy yo pensaba, debe ser duro llevar esa cruz encima, a pesar de la belleza. Hay una canción de Zitarrosa que dice: ‘No hay dolor más atroz que ser feliz’. Yo creo que a él le debe suceder al unísono eso. Debe ser plenamente feliz porque Dios le dotó de un cuerpo con genialidad. Y a la vez debe ser doloroso, porque es como llevar el peso de la alegría o el desánimo del mundo. Debe ser muy duro. – reflexionó el cineasta ante la mirada de Maradona – Así como en la música hay cuatro pilares: Bach, Vivaldi, Beethoven y Mozart, en el fútbol yo creo que pasarán los siglos y se hablará y se hablará de Maradona”.

Luego el micrófono se movió para darle la palabra a Diego. “He llorado mucho y me he repuesto mucho con las canciones del maestro. Porque no es fácil vivir la vida de Maradona, pero me identifico mucho con él. Escuchar una canción de Favio es darme fuerza a querer más a mis hijas, a querer más a Claudia, a querer más al fútbol. Dios quiso que en el día del amigo nos viéramos y estuviéramos hablando. Ojalá que pueda ser amigo mío – le devolvió Diego ante la risa vergonzosa de Leonardo Favio de fondo -ya soy amigo de él aunque él no lo sepa. Porque lo llevo conmigo ante cada reaparición. Ante cada momento triste”.

Cuando en 2004 Diego tuvo que afrontar una de sus rehabilitaciones, Favio, como hacen los amigos, estuvo ahí. No de manera presencial, pero sí espiritual. Favio, aunque decía que no sabía escribir, le escribió un poema. “Mi cotidiano insomnio se obstina en el misterio / de recordarme al otro aquel que fui. / El niño que rondó algún potrero / que, seguro, ya no besa la luna. / Aún no habías nacido y andabas en mi envidia, como en todos los niños. / Diego, en la callada foto que conservo en mi cuarto / donde desguarnecido te apoyaste en mi pecho, / vi tu desolación de niño acorralado. / Se adivina el madero en tu mirada tierna. / Una constelación de multitudes / te ha cercado por siempre. / Ya no tendrás olvido, ya no tendrás descanso. / Mientras haya un planeta en que respire un niño, / un niño habrá que sueñe que es Diego, / y que repite los goles imposibles / de músicas y pájaros.”

Juan Stanisci
Twitter: @juanstanisci

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