Con Nahuel Molina esta selección logró consolidar un puesto que durante años fue un lugar a experimentos con centrales devenidos laterales derechos. Molina, un lateral que ataca bien, es un intérprete fundamental de la música que hace sonar Lionel Messi. Escribe Tomás Angrisano.
30 de junio de 1998, Saint-Étienne. La selección argentina vuelve a enfrentarse a Inglaterra por los 8vos de final del Mundial de Francia, 12 años después de aquella jornada milagrosa en tierras mexicanas. En un partido durísimo, que tiene a los europeos en ventaja, se presenta una gran oportunidad: tiro libre al borde de la medialuna. Verón y Batistuta se paran frente a la pelota y los de la barrera se agarran hasta el alma esperando el disparo franco. Se adelanta la Bruja y, de pronto, todo es incredulidad; pase para adelante, control de derecha de Javier Zanetti y zurdazo que se clava en el ángulo de un atónito David Seaman. 2 a 2.
Aquel gol de laboratorio, 24 años atrás, encaminó los destinos de Argentina hacia una épica victoria por penales en un encuentro que arroja varias similitudes con el presente. Por el resultado (2-2 en los 90, 4-3 desde los doce pasos y a gozar) y por la incidencia de nuestro lateral derecho en el resultado. El 4, ese puesto que, en los últimos 20 años, estuvo signado por las dudas, decisiones cuestionables y algunas excepciones honrosas en los distintos procesos que vio pasar la albiceleste.

El caso del Pupi es bien singular; después del golpazo de 2002, el hombre que ostenta 146 partidos y 11 goles con Argentina participó casi en su totalidad de las eliminatorias rumbo a los mundiales de 2006 y 2010. Pero, curiosamente, se quedó en la puerta de ambas citas por decisión de Pékerman primero, y de Maradona después. Más llamativo resulta teniendo en cuenta que, en sendas ocasiones, la selección no contó con un reemplazo natural para el andarivel derecho. En Alemania, José le dio prioridad a (oh, nuestro señor) Scaloni, a Nicolás Burdisso y al utilitario Coloccini, titular en el partido de 4tos de final contra los locales. Para Sudáfrica, Diego le otorgó la confianza a un jovencísimo Otamendi, otro zaguero devenido guardián de la banda derecha.
Los años felices de Alejandro Sabella trajeron aire fresco al puesto con Pablo Zabaleta. El surgido en San Lorenzo siempre mostró buen criterio e ida y vuelta desarrollados en sus inicios como volante, pero sin tanto espíritu aventurero para ser opción en el área adversaria: no logró abrir el score en sus 58 presencias nacionales. En 2018, en medio de la caótica experiencia rusa al mando de Sampaoli, volvió a primar el portento físico y el juego aéreo a la hora de elegir el 4. Gabriel Mercado se ganó el puesto por oficio y regularidad.
La premisa parecía clara y mayormente compartida por los distintos seleccionadores a la hora de elegir los laterales: primero clausurar las bandas y después vemos si queda resto para algo más (el campo rival es lava). Hasta que apareció un DT que, con el desparpajo de alguien a quién le cae una oportunidad del cielo, empezó a probar ideas, a darles chances a chicos con apellidos desconocidos para los “especialistas” poco curiosos. Mientras se hablaba con sorna de un “casting” de futbolistas, Scaloni estaba construyendo una identidad. Y en ese tren de oportunidades, apareció Nahuel.
Molina (Molina Lucero, para quienes lo seguimos desde Cemento), ese marcador de punta promovido por Arruabarrena en la primera de Boca que apenas llegó a jugar 9 partidos con la azul y amarilla. El que fue a buscar su destino a Defensa y Justicia y que empezó a mostrar que lo suyo iba en serio en Rosario Central. El que no pudo retener Riquelme a inicios de su gestión y se fue libre al Udinese. El que clavó 10 goles en sus primeras dos temporadas en Italia y se convirtió en el defensor más goleador de las cinco principales ligas europeas en la 2021/2022. Nahuel Molina, el que nadie (nadie) vio venir, debutó en la selección argentina el 3 de junio de 2021 en un empate 1 a 1 contra Chile por Eliminatorias.

El oriundo de Embalse, Córdoba, se ganó rápido un lugar dentro del elenco estable del seleccionado y fue artífice en la creación del mito de la Scaloneta, levantando la Copa América en el Maracaná (aunque en la final, el DT eligió la presencia de Montiel para batirse con Neymar). Nahuel construyó un gran tándem por derecha con Rodrigo De Paul, sociedad creada en tierras italianas y que se sostiene también hoy en el Atlético Madrid. Eso, sumado a su arrojo para llegar hasta el fondo y al hecho de que siempre da la cara cuando Messi se acerca a su andarivel para triangular, lo convierte en ese 4 que hace tanto tiempo no veíamos con la celeste y blanca.
Molina llegó a Catar consolidado en el 11 pero resuelto a dar un paso más. El partido con Polonia fue una muestra más de lo saludable e imprescindible que es tener un lateral conducido por el deseo, por el hambre de gol, para conformar un gran equipo de fútbol: combinación con Di María y un centro atrás surgido de los libros de historia para el pase a la red de Mac Allister. Pero, claro, al número 26 no se le agotó allí el repertorio, y volvió a aparecer justo en esos momentos en donde sólo la lucidez y la valentía te pueden hacer superar la adversidad.
Muchos han repetido, después del encuentro con Países Bajos, que jugadas como la del minuto 34 del primer tiempo, un pase filtrado descomunal de nuestro 10 para la llegada de un compañero, sólo pueden ser vistas por un jugador como Messi, bendecido con dotes celestiales. Esa sentencia es pasible de una pequeña corrección: Nahuel también la vio. El 4 de la selección se hizo cargo de esa ofrenda producto de la genialidad: control preciso, puntinazo a lo Romario y a abrazarse con la historia grande de este deporte.
Quizás en estas escenas podamos hallar el porqué de la fervorosa identificación popular que existe con este equipo. Hace muchos años entendimos que tener a Messi en la cancha, un jugador que reúne todas las características del genio, es una enorme ventaja en sí misma. Pero hay algo fundamental que ese tipo de seres precisan para explayarse: Messi, como todo genio, necesita ser interpretado. Cuando no es así, se convierte en un genio solitario, de escritorio, de habitación oscura. El Messi que observaba a lo lejos a los laterales atornillados en su campo era un genio que le cantaba a la nada, que arrojaba botellas al mar con sus mejores sonetos. En este equipo nunca lo dejan solo, lo interpretan, se esfuerzan por descifrarlo. Lo acompañan, como hace Nahuel. Por eso, ahora, nos volvimos a ilusionar.
Tomás Angrisano
Twitter: @tomasangrisano
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Excelente nota. Gran futuro tiene Molina.
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