El cuestionario de la casa se viste de gala para recibir a un querido periodista. Como lo queríamos hacer sentir cómodo, adaptamos las preguntas al básquet. Una apuesta que salió increíble por sus respuestas brillantes. El punto más llorado y festejado, su pasado alfajorero y la comida que descubrió de grande gracias al básquet.
Gabriel Ronsenbaun vive en Córdoba y es periodista, aunque en realidad deberíamos escribir PERIODISTA, con mayúsculas. Trabajó 19 años en el diario La Voz del Interior. “Narrar historias me resulta fascinante. Tan fascinante como zambullirme en una hemeroteca y hurgar en archivos a los que casi nadie accede”, se define en la página de Cafecito, donde podes colaborar para siga generando contenido sobre deportes.
En nuestra página tuvimos el lujo de publicar un texto suyo llamado “Campazzo, dinámica de lo impensado (o la revolución de un superhéroe ensamblado en Alta Córdoba)”. Salió cuando Facundo debutó en la NBA en los Denver Nuggets. Además tenemos la entrevista que le hicimos en nuestro programa de radio sobre “La primera generación de bronce del vóley argentino”, que brilló en el Mundial 1982 y en los Juegos Olímpicos 1988. También nos aportó testimonios para la nota donde homenajeamos al recordado colega Ernesto Rodríguez III, con el que compartía una gran amistad.
Lo seguimos y sabemos cómo escribe. Él también nos sigue y suele ser muy generoso y elogioso con nuestro trabajo. Por eso quisimos agradecerle acercándoles nuestras preguntas del cuestionario de la casa. Pero para buscarle la vuelta y que salga algo novedoso, lo maquillamos en versión pelota naranja. Así que con ustedes la primera Las 10 de Lástima a Nadie Versión Básquet. Gabo Rosenbaun prometió tratar de no quedar como un viejo melancólico. “Aunque creo que me será imposible. Como mucho, lograré un empate. Y seguro pierdo en el suplementario”, nos aclaró. Ustedes dirán después de leerlo, nosotros ya ganamos teniéndolo por unas líneas en nuestra casa periodística.

1-En los dibujitos Los Supercampeones había 2 grandes arqueros que eran Benji Price y Richard Tex Tex. Uno llamaba la atención por su gorrito y el otro por sus pelos largos. Decime basquetbolista favorito por su look.
-En esta primera respuesta tengo que contar que tenía nueve años cuando se creó la Liga Nacional. Empecé a seguirla desde entonces. Atenas, por supuesto, se llevaba casi toda la atención –la mía y la de gran parte de Córdoba-, pero también seguía lo que pasaba con los otros equipos de Córdoba capital: Asociación Española, Instituto y, años después, Banco de Córdoba.
Y debo decir que el look era lo de menos. O que nadie le prestaba demasiada atención al look. De hecho, siempre recuerdo que Marcelo Milanesio y unos cuantos más contaron alguna vez que, hasta la llegada del “Runcho” Prato a Atenas –un tipo con un recorrido internacional muy superior al de aquellos pibes que comenzaban a destacarse en la Liga-, muchos jugadores llevaban su ropa de práctica en bolsas de nylon, sin nociones esenciales de ciertos hábitos profesionales. Era todo mucho más “artesanal”.

En ese sentido, desde muy pibe –a mis 18- empecé a cubrir Atenas como periodista. Puedo pintar la esencia de lo que quiero contar describiendo que Marcelo Milanesio –para mí, el máximo ícono de la historia de la Liga- llegaba a las prácticas en “el Poli” Cerutti en su Fiat –estoy casi seguro de que era un Duna- en su versión weekend y bajaba del auto con el pasacasete desmontable, con manijita. No había estética de estrellato en ningún sentido.
De los primeros años de Liga recuerdo, por ejemplo, una rareza: Mario Milanesio, el hermano de Marcelo, jugaba con remera mangas cortas debajo de la musculosa. Mario era más “reo”, más rebelde, y le metía su sello con esas mangas cortas tan características como sus rulos. No había zapatillas de colores extraños, pelos teñidos, nada: la mangas cortas era, como dije, toda un rareza.
En el Atenas de los noventa jugó dos temporadas Juan Alberto Espil. No descubro nada si hablo de la “facha” que cargaba el bahiense: así como su lanzamiento era una exquisitez, él tenía siempre ese“aura”de armonía total, de modelo, con su peinadito impecable. Quizás ésa sea la cuestión más relacionada con un look particular que me llamaba la atención en aquel momento.

Si pienso en la Selección, automáticamente surge la simpatía que generaron los bigotes del “Yaca” Kammerichs en el Preolímpico de Mar del Plata 2011. Fueron tan simbólicos que hasta tuvieron su cantito: “Y ya lo ve, y ya lo ve, y ya lo ve… ¡son los bigotes del Yacaré!”. El correntino generó algo hermoso con el público.
2-De los buenos y las buenas nos vamos a la otra vereda. Esas y esos que si lo tenes de rival te sacan una úlcera pero igual damela y damelo siempre.
–Acá me van a putear de lo lindo. Pero no quiero ser tribunero. Más allá de que me hubiese encantado que la Selección le ganara cada uno de los partidos que jugaron frente a frente, siempre valoré y disfruté de muchos de los jugadores de la España contemporánea a la Generación Dorada: primero Pau y después Marc Gasol,“la Bomba” Navarro, Rudy Fernández, Ricky Rubio y muchos de esos tipos que, como dice la pregunta, por ahí nos sacaban una úlcera cuando había que enfrentarlos en un partido “chivo”.
En ese sentido, me agota la puja insoportable –en cierto sentido sobreactuada- que se arma habitualmente en Twitter, esa acusación de que “cangrejean” y hasta las peleas -absurdas para mí- contra Míster Chip cuando tira alguna estadística relacionada con ese tema. Sí, Argentina tiene la única medalla dorada que no pertenece al EEUU desde que los NBA van a los Juegos Olímpicos: disfrutemos de eso y no seamos los reyes de la chicana.
También me causa gracia, en un sentido muy parecido, cuando se lo critica a Stephen Curry por esa supuesta pose de “canchero infumable”. A mí el tipo me transmite alegría y desparpajo. Dámelo siempre.
Para cerrar, rescato un caso de la vieja época de Liga Nacional. Había muchos jugadores con los que había “pica” con la hinchada de Atenas, pero, al menos en mi memoria, uno de ellos parecía disfrutar –y hasta alimentarse- de ese clima hostil: “el Chuni” Merlo. La rompía siempre en “el Poli” Cerutti.

3-Los puntos se festejan aunque a veces se lloran o se putean por la tensión previa al partido ¿Qué tanto de tu equipo o selección lo lloraste o lo puteaste más que gritarlo?
–Nunca en mi vida lloré tanto en una cancha como en el triunfo contra Brasil en los Juegos Olímpicos de Río 2016. Fue algo muy loco en todo sentido. Tres semanas antes del comienzo de los Juegos ni siquiera pensaba ir. Acababa de cerrar una etapa de 19 años de laburo en el diario La Voz del Interior, no había chances de conseguir acreditación y había un tema particular que me impedía ir siquiera como turista más de cinco días.
Pero un par de amigos hicieron que se me subiera la espuma a la cabeza, conseguí entradas baratísimas vía web para ver tres partidos de básquet, dos de vóley, algo de atletismo: uno de esos amigos me ofreció alojamiento (¡monumento para Ale!), saqué pasaje y armé un viaje de cinco días, que era lo máximo que podía estar fuera de Córdoba.
Andrés, otro amigo que estuvo en Río y con quien estábamos separados apenas por unas butacas habiendo sacado las entradas “al voleo” por Internet, siempre recuerda que me miraba seguido, porque no paraba de llorar en el cierre del partido y en los dos suplementarios. Fue un combo muy hermoso: era volver a sentirse un hincha más, sin presiones de laburo, con una emoción inexplicable que me brotaba y me desbordaba durante un partido épico e inolvidable.
Fue una de esas tardes mágicas que nos regala el deporte. Y aun para quienes nos dedicamos a esto, cuesta poner en palabras todo eso que vivimos. Lo hablé con mucha gente por esos días: no habrá un partido de básquet igual a ése en unos Juegos Olímpicos, no sólo por lo que pasó dentro de la cancha, con dos suplementarios y momentos agónicos como el rebote ofensivo de Facu Campazzo, el triple de Chapu, los festejos del cierre. Me resulta inverosímil pensar que puede repetirse el clima de ese estadio, con una hinchada visitante quizás más numerosa que la del local y con cánticos atronadores durante todo, absolutamente todo el partido.

Fue una locura, también, la cantidad de gente desconocida con la que nos abrazamos, festejamos, lloramos, reímos, saltamos. Aún con lágrimas, y ya un cachito disfónicos, nos quedamos dentro del Arena Carioca hasta que los guardias no soportaron más y nos sacaron de ahí. La fiesta, por supuesto, duró mil horas más.
4-Bien sabemos que somos exportadores de canciones de cancha. Cantito de cancha de cabecera.
Acá tengo que hacer un podio. Y explico el porqué. La primera tiene que ver con esas canciones que te resuenan en la cabeza apenas pensás en algo: el básquet, en este caso. Empecé a ir a la cancha a ver Liga Nacional con mi viejo. Después, a los 14, con un amigo, Pablo. Ya en esa época, Atenas era lo más grande que tenía el deporte cordobés.
“Viejo y glorioso Atenas, del corazón sin igual, la barra te lo agradece, y te alienta hasta el final, ¡dale campeóoonnn, dale campeóoonnn”, es esa canción que me resuena para siempre en la cabeza cuando pienso en el básquet, en mi amor por el básquet.
“Olé, olé, olé, olá, soy Argentina, es un sentimiento, no puedo parar”, es otra canción de cancha que quizás parezca “básica” pero me mueve todos los sentidos y los recuerdos: en 1995 fuimos con amigos y amigas a los Juegos Panamericanos de Mar del Plata y, en la final de vóley masculino, esa canción quedó grabada para siempre en mí. En cualquier situación que la escuche se me vuelve a poner la “piel de gallina”.
La tercera no es una canción en particular, sino más bien una atmósfera de canción de cancha. Y está absolutamente relacionado con el Ángel Sandrín, el estadio de Instituto. Desde que volvió a la Liga, “la Gloria” tuvo partidos o momentos de una intensidad alocada para su hinchada, con mucho de componente futbolero: esa intensidad y esa atmósfera –cuando el sonido te hace temblar el cuerpo- también es otra cuestión que me parece muy cautivante.

5-Cada 4 años hay mundiales para guiarnos la vida. Cada 4 años también hay Juegos Olímpicos. Juego Olímpico favorito y mencione un hecho deportivo que pasó ahí.
–Los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, por la medalla de oro de la Generación Dorada, tienen que estar bien arriba. Más allá de eso, que resulta obvio, también fueron muy especiales para mí porque tuve mucha participación en el diario en el que laburaba: el clima de esa Redacción, para unos Juegos Olímpicos o para momentos tan importantes como esos, para mí es irrepetible.
Sydney 2000, mis primeros Juegos después de haber entrado al diario, también me suenan muy especiales: además, Argentina fue semifinalista al vóley, otro deporte que me encanta. Y en La Voz también viví Beijing 2008 y Londres 2012, con mucho laburo, producciones y esa adrenalina tan hermosa y tan particular.
Por supuesto, lo de Río 2016 entra en el campo de lo alucinante. Ya conté mucho sobre eso en la respuesta anterior.
6-Chino Maidana se comió un Guaymallén después de pelear con Mayweather y se puso la remera de la marca ¿La remera de qué alfajor te pondrías gratis para que la conozca el mundo entero?
–Acá los voy a defraudar. Antes era muy “alfajorero”. Desde los Tatín en el jardín de infantes, los Blanco y Negro de Bagley en la primaria, los Havanna o Balcarce si alguien cumplía el famoso “traé alfajores” de sus vacaciones, los Suchard, Milka, Tofi y mil etcéteras de los comerciales hasta los artesanales cordobeses o de la costa atlántica. Y no sólo “alfajorero”: también era muy chocolatero.

La cuestión es que hace unos años empecé a cambiar hábitos alimenticios, incorporé muchos conceptos de la paleodieta, bajé más de 20 kilos y se me trastocaron o resetearon muchos sabores. Es como que el cerebro cambió la configuración sobre gustos y los alfajores o chocolates que antes me encantaban ahora me resultan empalagosos o directamente no me gustan.
Después de ese “reseteo”, mi dulce favorito es un chocolate: el Felfort con 70 por ciento de cacao. ¿Me puedo poner la remera del chocolate Felfort?
7-Hay que difundir a los buenos y las buenas. Podio de periodistas deportivos en la actualidad.
¡Uf, qué difícil! Me obligan a hacer un poco de trampa. Y les armo un podio horizontal, sin oro, plata y bronce. Todos en el mismo escalón.
El trío Fernández Moores-Burgo-Wall funciona (como si estuviesen haciendo Era por Abajo) como una unidad: ahí la trampa. Cuenta como uno en ese podio.
Álvaro Martín tiene que estar sí o sí: uno de los tipos más inteligentes, preparados, detallistas, creativos y laburadores que tenga el periodismo relacionado con los deportes (aunque, claro, él pueda destacarse mucho más allá del deporte). Y me atrevo a contar una anécdota: en el Preolímpico de México 2015 hubo una cena/cóctel de FIBA Américas a la que estábamos invitados todos los periodistas. Álvaro no fue porque se quedó preparando una transmisión –ni siquiera de básquet: era otro deporte- para la noche siguiente. Un distinto.
Y completo el podio con Alejandro Pérez, para mí el número uno del básquet no sólo de Argentina sino de América Latina. Por su versatilidad –puede escribir, relatar en tele, hacer radio: lo que le pidas-, sus investigaciones y conocimiento de la historia y por mil cualidades más, entre las que destaco su amistad, para mí Ale no puede faltar en ese podio.

8-Hay procesos de maduración distintos en los deportistas y algunos y algunas tardan más en explotar. Decime el gusto por alguna comida que haya explotado en vos más de grande ya sea porque no te gustaba o porque nunca la habías probado.
–Ésta es una historia que probablemente sea graciosa y que está muy relacionada con el básquet. Creo, además, que nunca la conté en público. Supuestamente, yo tenía alergia al pescado. Mi vieja, en su momento, tuvo una reacción alérgica gigante por comer pescado –si no me equivoco, le dio un edema de glotis- y, hasta donde sabía, yo había heredado esa alergia, inclusive con unos estudios típicos para niños alérgicos. La cuestión es que en un momento fui a hacerle una entrevista a Guillermo Vecchio a Villa Carlos Paz. Hilario Serlin, un histórico presidente de la Federación de Básquetbol de la Provincia de Córdoba y uno de los dirigentes más brillantes del deporte cordobés de las últimas décadas, me invitó a quedarme a almorzar en el hotel donde estaban alojados.
Rechacé la propuesta, por pudor o para tratar de no abusar de la confianza. Pero Hilario me insistió con tanta amabilidad que decidí quedarme. ¿Qué había para comer? Salmón. La cuestión es que ya no podía decir que no. Encaré tímidamente y después le fui tomando el gustito, aunque comí muy poco, por temor a las consecuencias. En el regreso a Córdoba esperaba la reacción alérgica de un momento a otro. Esperaba cualquier cosa. ¿Terminaría internado? ¡No pasó nada de nada! Desde entonces advertí que mi alergia al pescado no era tal. Desde entonces, por supuesto, disfruto muchísimo de comer todo tipo de pescados y/o “bichos/frutos” de mar.
9-Hay algunas y algunos basquetbolistas bien valorados y valoradas pero vos siempre que las ves y los ves no tenes suerte en enganchar su mejor versión. Lo mismo pasa con la música. Artista o banda musical que te esforzaste porque te guste y no hubo caso.
–En la música, como en la vida, no soy de insistir tantísimo si algo no me gusta. No reconozco, entonces, artistas o bandas musicales por los que haya hecho un esfuerzo extra para tratar de que me gusten sin resultados exitosos.
En cambio, puedo desmitificar un poco mi alma cordobesa y decir que no soy consumidor de cuarteto como las “reglas básicas” indicarían. Hay, evidentemente, clásicos de cuarteto que me encantan y que, cuando oigo, me llevan puestos los pies (aunque, aclaro, soy malísimo para bailar cualquier cosa). O temas que oís y empezás a tararear o te enganchás y no parás. Pero en definitiva, no soy un consumidor asiduo de cuarteto.
Más allá de eso, en algún momento en los últimos años escuché algo suelto de trap y no me enganché para nada. Pero no insistí.
10-Ya volvieron los shows en vivo con público. Mejor estadio o microestadio para ver recitales y alguno que viste ahí o te hubiera gustado ver ahí.
–Vamos a relacionar todo esto con el básquet y con algo muy actual. Durante mis años en el diario, muchas veces cubrí torneos y partidos en cancha de Obras y en el Luna Park. De hecho, en 2019 hasta fui parte de un equipo que trabajó para FIBA y en el Luna grabamos parte de un documental sobre “La Historia de la Copa del Mundo”. Estuve mil veces ahí. Y nunca vi un recital en el Templo del Rock ni en el Luna.

Y esto coincide con algo muy actual: en las vacaciones leí un libro sobre Fito Páez –la tragedia familiar que dio paso a “Ciudad de pobres corazones”- y a partir de ahí enganché, por recomendaciones varias, unos cuantos textos sobre Fito, Charly García y muchas de las figuras claves del rock nacional.
En Obras o en el Luna me hubiese encantado ver a Charly o a Fito en los ochenta, lo mismo que a Los Abuelos de la Nada, Virus, GIT, Miguel Mateos y tantos otros de aquellos años tan hermosos. Son la banda de sonido de mi post-adolescencia.
A Charly sí lo vi tocar en el Chateau –antes de que el estadio pasara a llamarse Mario Kempes- y no fue su mejor versión, por cierto. Además, pocas veces pasé tanto frío como esa noche olvidable.
En otro estadio en el que también hubo básquet y rock fue en el Orfeo de Córdoba. Ahí disfruté de un recital de Los Piojos, una banda que también vi tocar en la Vieja Usina y el Pajas Blancas Center, aquí en Córdoba. La del Orfeo fue una ocasión especial: mi mujer –“piojosa” desde que Los Piojos empezaron en Baires: aún guarda CDs y entradas de la época en que la banda estaba lejos de ser multitudinaria- estaba embarazada y fuimos en plan “no podemos ni movernos”. Estuvimos en la platea, sentaditos, bien arriba. Si estirábamos los brazos hacia atrás, creo que podíamos tocar fácilmente la pared de fondo del estadio.
Lucas Jiménez
Twitter: @lucasjimenez88
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