Un escritor hincha de San Lorenzo recuerda cuando descubrió al técnico de boina que dirigía a un Ferro en decaída que igual le robaba empates a los poderosos. En el 95 lo haría sufrir dirigiendo al Gimnasia que peleó el título con el ciclón. Disciplina, trabajo, preparación física y educativa. Las enseñanzas del Maestro que también fue entrenador. Escribe Sebastián Giménez.
Soy de la generación que empezó a ver fútbol a fines de los 80. Uno tiene mayor adherencia a lo que ha vivido que a lo que le contaron en relatos los mayores, las revistas y archivos. No vi nunca la palomita de Aldo Pedro Poy que le diera el triunfo a Rosario Central frente a Newell´s y el primer título en el 71. Supe después que el técnico era Carlos Timoteo Griguol. Que había sacado campeón a Central por primera vez.
Cuando yo empecé a ver fútbol, Griguol ya no tenía casi pelos en la cabeza, vacío que suplantaba con una boina inseparable que podía haber sido la de cualquier paisano. Dirigía a un Ferro que había perdido ya hacía rato su andar glorioso de inicios de los 80, desgastado por la emigración de futbolistas, las deudas y la declinación de la clase media glamorosa del barrio de Caballito. Fines de los 80, hiperinflación y después los 90, el uno a uno, la desigualdad creciente y que se traducía en la existencia de un equipo verdolaga mucho más terrenal pero que rasjuñaba empates acá y allá. Dos líneas de cuatro y andá a entrarle al Ferro de Griguol, que navegaba en la mitad de la tabla sin nunca perder el orden, en tiempos en que el punto del empate valía mucho más que ahora (los triunfos daban 2 puntos, no 3 como ahora).
En el colegio, hicimos un equipo con mis amigos al que supimos bautizar «A lo Timoteo», que traducía nuestras magras aspiraciones de conseguir algún empate replegándonos en la trinchera del área propia pegándole para arriba y al cielo. Orden y pobreza. Pero orden, rezaría Griguol en ese Ferro de principios de los 90. Ya no estaba Cacho Saccardi con la cinco en la mitad de la cancha, el Beto Márcico, Cañete, Cúper o Marchesini.

Había que arreglarse con lo que había y ahí estaba el Viejo piloteándola. La disciplina y el trabajo eran su obsesión. Si le hubieran preguntado si un gran jugador «nace o hace», hubiera dicho probablemente que se hace. Trabajo, esfuerzo y aprender. Caer y levantarse. La disciplina como marca de vida y que fue una vara demasiado alta para el Trinche Carlovich, el jugador místico rosarino que no continuó en el plantel cuando dirigió Central. Porque Griguol fue de los primeros que comenzó a darle a la preparación física la importancia que tendría después. El Trinche Carlovich miraba a sus compañeros y les decía: vayan a correr ustedes, yo no necesito. Un jugador de la gran siete que en cuanto a técnica hasta deslumbró al Flaco Menotti. Pero fue un poco extemporáneo el Trinche, que quería manejarse como era la cosa unos lustros antes, cuando los jugadores entrenaban menos y se calzaban los cortos luego de comer los ravioles en lo de la vieja los domingos. Griguol era preparación física, no se oponía a la magia, pero reconocía el valor del sacrificio.
A mediados de los 90, nos sorprendió a todos dirigiendo a Gimnasia y Esgrima de la Plata. Y como cuervo lo sufrí, porque el Lobo del 95 peleó el campeonato hasta el final. Mirábamos al ciclón con una radio en la oreja, que anunciaba muchas veces el gol de Gimnasia, para amargarnos. Que como equipo chico se iba a caer rápido, pensamos, pero siguió hasta el final. Y cayó, pero de pie ese equipo de Griguol. Chaucha Bianco, Noce, los mellizos Barros Schelotto. También el Yagui Fernández, al que reprendió violentamente luego de haberse hecho expulsar en la anteúltima fecha. “¿Campeón? Campeón de la concha de tu hermana”, le dijo en un exabrupto impropio de él por lo menos en su faz pública. No toleraba esa indisciplina, aún cuando el equipo fuera ganando.
Siempre despertó respeto de propios y extraños, como en la ocasión en que Martín Palermo marcó un gol para Boca y, al pasar junto a él en la corrida del festejo, se detuvo, calmó su euforia y bajó la cabeza pidiéndole disculpas y tendiéndole la mano. Una dignidad que hasta hacía ruborizar, avergonzar al triunfador.

El fútbol no se acuerda de los subcampeones, y el Viejo le dio tres subcampeonatos a Gimnasia. En otros, aumentando incluso la calidad de su fútbol y haciendo jugar bien a jugadores que no eran cotizados antes que él los dirigiera. El Pampa Sosa, el Pepe Albornoz, Guglielmiprieto. Goleando en la Boca, empatando en la última jornada con el Pincha y consagrándose campeón Vélez. En la perinola en que a veces se convierte el fútbol, le tocó perder o salir segundo, que no es poco si uno mira los tiempos actuales.
Lo conocí de viejo a Timoteo, y otra faceta que lo hacía original era la obsesión porque los jugadores se formaran. Solía decir que la carrera del futbolista es corta y entonces defendía y exigía que estudiaran. Se cuentan anécdotas de jugadores de Gimnasia y de Ferro a quienes regañaba por un examen del secundario desaprobado o un trabajo sin entregar. Incluso, podía dejar fuera de la lista de concentrados a jugadores que eran titulares. Les exigía también que siguieran estudios universitarios. El fútbol, su perpetua coyuntura y este hombre mirando un poco más allá, cuando bajara la espuma del éxito, la efímera celebridad y esos hombres futbolistas se encontraran solos frente al espejo o enfrentando a una sociedad con menos posibilidades para los que no tienen estudios.
Campeón con Central. Con Ferro. Subcampeón con Gimnasia. Mirar su figura también significa recuperar tiempos en que los chicos le mojaron la oreja a los grandes. El fútbol tiende a traducir en la cancha las desigualdades de patrimonio y recursos entre clubes en una sociedad cada vez más impiadosa. Sin embargo, parecía que podían compensarse con disciplina y trabajo las carencias materiales, con continuidad y sin tanto nomadismo de los jugadores. Equipos que eran argamasas compactas, los del siglo veinte y veintiuno que formó el Viejo. Saliendo campeones, subcampeones o en la mitad de la tabla, siempre con poco.

Otra imagen que me viene es cuando los jugadores se reunían en el túnel antes de salir a la cancha. Timoteo aguardaba que hablara el capitán y dijera su arenga al equipo. Luego, iban pasando de a uno frente a él, que les daba una fuerte palmada en el pecho o les propinaba un cachetazo. Un día explicó: “es para que se enojen conmigo y se olviden de la presión”. La psicología de la vida. Un hombre que supo sacar agua de las piedras y puntos hasta en el Maracaná. Cuando Gimnasia peleaba campeonatos, me acuerdo que lo entrevistaban y él les decía a los periodistas, previo al domingo de la jornada final, inmutable: «… igual, el lunes vendremos a seguir trabajando».
Lo conocí ya en su edad madura a Griguol, ojalá sus enseñanzas no envejezcan nunca y encuentren sus émulos en tiempos de torbellinos, resultadismos y coyunturas que tapan todo. Un presentismo que a veces impide ver un poco más allá. Un poco más allá.
Sebastián Giménez
Twitter: @cuervogimenez79