Como durante toda la Copa, este viaje hermoso, llega el momento de Pepe. ¿Pudo sentarse a analizar o está como todo el país viviendo un sueño? ¿Pudo buscar información o todavía está cantando? Escribe Lucho Bauzá.
Minutos después de la conferencia de prensa de Scaloni, con un agujero en la panza, las manos transpiradas y los ojos enrojecidos de amor, decidí que había llegado el momento de mandar el mensaje. El último mensaje. “¿Qué onda, Pepe?”.
En estos días de despedidas, mientras los hombres que nos hicieron el país más feliz del mundo aparecían para llevar a cabo el último entrenamiento en Qatar y la respuesta de Pepe tardaba en llegar más de la cuenta, se me pasó por la cabeza –y por el corazón– que también iba a extrañar estos intercambios con mi amigo. Cuando el atardecer comenzó a caer sobre Buenos Aires, sobre el país, llegó el audio que transcribo a continuación.
“¿Cómo andás? Disculpame la demora, pero tenía que cargar el teléfono. Entre la semifinal contra Croacia y hoy pasaron cosas… Te digo la verdad: no pude volver a casa después de la fiesta que significó haber llegado a la final. No pude. No pude. Me estoy enterando de lo que pasó el miércoles ahora mismo, y ya estoy al tanto del virus del camello, del probable once de Francia, del golpe de Theo Hernández, de lo cual ya hablaremos. Pero lo que te decía, y dejame que me extienda un poco más… Apenas el árbitro pitó el final del tres a cero a Croacia, no entraba en mi cuerpo la felicidad que estaba sintiendo, y tuve que salir a festejar con la gente. Fui con mi mujer y mi hija a la plaza del pueblo. No pude, perdoname y que me perdone la gente, que me perdone Scaloni, que me perdone el pibe Manna, pero no me quedé a escuchar las conferencias de prensa de mis héroes, no sintonicé la AM de Marsella que mejor venía acertando en los análisis previos de los partidos de su seleccionado, no me sumergí en el Facebook de Fofana, no toqué a mis contactos para infiltrarme en el círculo íntimo de Deschamps, no hice inteligencia previa sobre la designación del árbitro, no vi Francia-Marruecos en vivo, no rastrillé las publicaciones en Instagram de los familiares de los franceses, le perdí la huella a Benzema en un restaurante de Burdeos, corté de cuajo y para siempre la investigación acerca del Instituto en el cual formaron a la bestia Mbappé, dejé donde estaba el registro minucioso de los dimes y diretes acerca de la vida privada de Adrien Rabiot-Provost. Dejé todo, macho, y me fui a festejar con mi gente. Me compré un tinto, una espuma para mi mujer y un helado de frutilla y chocolate para mi nena, y me senté a verlos, a verme, a vernos, a verlas. Vi a un chico de rulos compartiendo un cigarro con una rubia. Vi a un hincha de Racing guiñándole el ojo a uno del Rojo. Vi cientos de Julianes, del Julián de la foto con Messi, diciendo con sus ojos “Esperame, Lionel. Esperame a mí también que el dos mil treinta y cuatro está a la vuelta de la esquina”. Vi a un cuervo hablando de Angelito Correa. Vi a un linyera con la 7 de Caniggia. Vi a Dibus volando de palo a palo. Vi a dos señores rendidos ante Scaloni. Vi a Maradona en el cielo de la plaza, en la copa de los árboles, en el vuelo de un pájaro remontando los vientos de la eternidad. Vi a un distinguido vecino de la comarca elogiando el corte de cabello del Chiqui Tapia. Vi a Messi en las camisetas, en las zurdas, en las máscaras, en el beso de dos que se aman, en los cantos, en las teles, en las radios, en las subes, en el abrazo que dos que la pasaron fulero, en el fulgor incandescente de mi botella de vino. Y ahí me quedé, en la plaza y alrededores, en el fulgor incandescente de mi botella de vino, en Messi por Messi porque Messi y para Messi, vagando con sentido, comiendo aquí y durmiendo allá, pispeando las caras, esquivando colectivos, curtiéndome con los impiadosos soles del diciembre, escuchando a la gente que no puede hablar de otra cosa. Por ellos me enteré que pasó Francia, por ellos me llegó la duda entre la línea de cinco o Di María, por ellos, por la gente, tengo tantas ganas de que por fin y para siempre se nos dé. Bancame que le mando un mensaje a la buena de mi vieja, que se anduvo preocupando por mí, y la seguimos. Decí que tengo una mina de fierro al lado y que me entiende como nadie”.
“Dale, Pepe. Comé algo, por favor”, le respondí.
“Acá estamos de nuevo. A esta altura, y ya es vox pópuli, creeme porque me cansé de escucharlo en estos días, ellos saben. Scaloni sabe. El pibe Manna sabe. No hace falta que agregue nada desde mi humilde espacio, hice lo que pude por tratar de ayudar a mi selección, al fin y al cabo solo soy un chico de rodillas pidiéndole a una chica que lo ame. Igualmente, quiero llamar la atención sobre dos aspectos del juego: la rodilla de Hernández, del tres, que llega con lo justo, cuyas espaldas probablemente sean cubiertas por Upamecano, uno que tiene todos los boletos para tener una mala noche. Y el otro aspecto, del que no hay que decir mucho más: Lionel Messi. Messi ante el partido de su vida, en el mundial de su vida. No me quitan el sueño los franceses, sinceramente creo que voy a dormir como un angelito, porque Messi me está haciendo vivir un sueño. Esto es un sueño, hermano, así de simple y de hermoso y de increíble. Y al despertarnos de los sueños, generalmente, ya lo sé yo, ya lo sabés vos, ya lo sabemos todos, suele aparecer una sonrisa. En algún momento del domingo o del lunes nos vamos a ir a dormir. Y te lo firmo yo, Pepe, que cuando te despiertes de este sueño que ya lleva un mes, habrá, en tu cara, en la mía, en la nuestra, una sonrisa. Una sonrisa que va a durar toda la vida. Una sonrisa eterna”.
Lucas Bauzá
Twitter: @rayuelascometas
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Gracias por venir emocionándome desde que empecé a seguirlos, justo cuando arrancó el ciclo maravilloso de Scaloni (aunque recién hoy les escriba por primera vez). Y lo hago puntualmente, más allá de agradecerles, para preguntarles por qué no volvieron a postear nada más después de este texto. Quiero quedarme tranquilo y saber que están todos vivos después de esta alegría inmensa que no se va a ir más.
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