Antes de un nuevo partido de La Scaloneta, es necesario conocer el análisis de Pepe. Aquel que, a la par de Scaloni y el pibe Manna, estudia a los rivales a fondo. En esta ocasión: Australia, rival conocido de 1993. Escribe Lucho Bauzá.

Feliz después de la victoria ante Polonia, disfrutando, por fin, de este Mundial espectacular, me acordé de mi amigo Pepe y sus predicciones. Hice un rápido repaso, para ver si valía la pena mandarle un mensaje. Me había hablado en detalle de un tal Bednarek que jamás apareció, me cantó un gol de Lautaro contra México que no fue, dijo que Paredes aparecería en el 11 titular en la segunda fecha. Pensé que quizá, mientras de fondo veía a Thomas Müller despedirse de mi vida para siempre, le estaba dando demasiada importancia a los análisis de mi amigo. Además, me estaba empezando a contaminar con sus extravagancias: la observación semántica de la lengua polaca, que habla de salir del grupo y no de pasar de grupo, me dejó perturbado, al traerme los fantasmas de Corea-Japón 2002; tenía razón, es más pertinente considerar a los grupos como jaulas de las cuales se sale o no; del grupo F, el de la muerte, del estadio Miyagi, de Sendai, no nos fuimos jamás. Todavía seguimos ahí, arrodillados junto a Bielsa, preguntándonos por qué. Pero cábalas son cábalas, y el mensaje a Pepe, como la caminata de las 2 para comprar el atado de Chesterfield, como la camiseta agujereada del 91, se transformó en una cábala.

“¿Qué onda, Pepe?”, le mandé. Pero la respuesta no llegó en horas. Tuve miedo de lo peor: que las emociones del primer tiempo frente a Polonia hubieran arrebatado la vida de mi amigo. A las once de la noche del mismo jueves, fui hasta la casa de mi vieja y encontré en una agenda el número de teléfono fijo de la familia de mi amigo. Era la única manera que tenía de ubicarlo, de cumplir con la cábala. Me atendió su papá. Y lo aclaro, porque es necesario: su papá muerto años atrás.

-Ya te paso –me contestó, cuando pregunté si estaba mi amigo.

-Hola. ¿Quién es?

-¿Pepe? Soy yo. ¿Qué onda? ¿Qué onda, Pepe? –le pregunté.

-¿Qué onda con qué?

-¿Qué onda con los australianos?

-Ah. Ah… –balbuceó–. Mirá: ¿vamos a sufrir? Vamos a sufrir. ¿Va a ser fácil? No, para nada. Tengo acá El Gráfico, la Sólo Fútbol que sacó una edición especial y la Goles. Los australianos tienen lo suyo, tienen lo suyo. Un buen arquero, un volante gambeteador que se llama Slater, un par de cabeceadores a tener en cuenta y el nueve, un tal Graham Arnold, que juega en la liga belga. Mi tío el que vive en Europa justo me mandó un par de videocassettes con partidos de él, es de lo poco que pude conseguir.

-¿De qué hablás, Pepe?

-Pero nosotros tenemos a Maradona

-¿Qué?

-Ah… Te caíste de culo con la bomba, ¿no? Así como escuchás: para el repechaje vuelve Diego, ya arregló todo con el Cabezón y con el Coco. Vuelve el Diego. Y otra cosa más, otra cosa más: Don Julio transó con la FIFA, ya salió el boletín de Zurich: no va a haber controles antidóping. Quieren promocionar el fútbol esos yanquis de mierda. Y sin el Diego se les cae el circo, por eso, yo te lo firmo acá: Argentina va a ir al Mundial.

 Me alejé del teléfono, no pudiendo creer lo que estaba escuchando. Había pasado algo digno de la serie alemana Dark. La pregunta no era dónde estaba Pepe. La pregunta era cuándo estaba Pepe. Y la respuesta era obvia: Pepe estaba en los primeros días de octubre de 1993, en la antesala del repechaje frente a los Socceroos que definiría un pasaje al Mundial de 1994. En esa época, estábamos en segundo grado de la primaria de la escuela 9. Por eso me había reconocido la voz.

-Gracias, Pepe. Nos vemos mañana.

-Dale. ¿Estudiaste las tablas? Porque con este quilombo no pude repasar nada. Ayer me fui con mi viejo a hacer vigilancia a la estación de servicio de Don Julio y me olvidé la mochila en casa.

-No, Pepe. Yo tampoco estudié nada. Que sea lo que Dios quiera –imploré, por aquellos chicos que fuimos hace mucho tiempo, y corté la comunicación. Tenía un audio de Pepe en el teléfono. Y lo transcribo a continuación.

“¿Qué hacés? Si esperás un análisis de los canguros, acá no lo vas a encontrar. Decí que está el pibe Manna, decí que está Scaloni, porque la verdad es que estoy relajado, disfrutando estas horas como un hincha normal, como cualquiera. Para mí les hacemos pelo y barba a los canguros, dejate de joder, tampoco vamos a andar exagerando. Estoy más preocupado por otras cosas, cosas delicadas… Sí, ya estoy viendo de reojo a Estados Unidos, para mí es contra ellos en cuartos, y por supuesto que estoy soñando con esa semifinal, haciendo inteligencia previa con el tobillo de Neymar. La serie de Amazon de la Copa América que nos ganaron en el dos mil diecinueve tiene mucha más información de la que aparece a primera vista. Por ejemplo, aparece el nombre del piloto del helicóptero que lleva a Ney a todos lados. Y ya me infiltré en su círculo íntimo, cuando llegue la hora señalada voy a tener el mensaje de primera mano acerca de ese bendito tobillo. Pero lo que te decía, estoy preocupado en otras, sumergido en las cloacas de la casa madre del fútbol mundial. Seguí dos puntas durante este tiempo. Una: ¿qué fue esa publicación de Google anunciando dos meses antes que la final va a ser entre Francia y Brasil? Y dos: ¿Qué hay de cierto con que la Selección del Chiqui Tapia le entregó en bandeja el partido al mundo árabe a cambio de traernos la copa? La dos, ya sabrás, es una suspicacia de taxistas, una de esas leyendas urbanas que suelen comprar los que saben poco y nada de esto, más nada que poco, pero no por eso había que descartarla de antemano. Y menos con los dos penales que nos dieron. Pero ya está confirmado: no hay gato encerrado. Una cosa es arreglar un bolsiqueo un martes a las cinco de la tarde en un Barracas Central-Gimnasia de Jujuy, en tener más o menos aceitada una estructura de cabotaje, ya sabemos de lo que puede ser capaz Beligoy por una napolitana con fritas a la luz de las velas en un restó de Puerto Madero. Pero otra cosa muy distinta es entongar un Mundial. Y además comprometer en la chanchada a Scaloni y compañía. Pero el punto uno es otra cosa, y solo te puedo decir esto por teléfono: el empleado que se mandó el moco, el que se mandó semejante pifie, desapareció del mapa. Yo tengo mis gargantas, de aquellos tiempos en la Esso de Sarandí, y el dato está circulando. Los servicios lo saben. Pero hasta acá llegó mi información. Volviendo al fútbol, Estados Unidos. Como dijiste en esa nota pedorra: el futuro llegó hace un rato. Para mí es contra ellos. Pero primero lo primero: los canguros. Dignos, sí. Voluntariosos y aguerridos, también. Pero canguros, al fin”.  

Lucas Bauzá
Twitter: @rayuelascometas

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